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Gobiernos autoritarios con elecciones

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Por Jaime Aparicio Otero

La mayor amenaza a la democracia en América Latina no es la de los golpes militares, sino la de gobiernos electos que, una vez en el poder, tienden a destruir o fragmentar el Estado de derecho.

El peligro es mayor cuando estos gobiernos se unen en redes ideológicas de promoción y consolidación de proyectos autoritarios. Estas fuerzas, globales y regionales, tienen como actores principales a gobiernos, gobiernos extrarregionales, expresidentes, excancilleres y autodenominadas “personalidades latinoamericanas”, reunidas en el Grupo de Puebla. Una de sus acciones habituales es convertir mentiras en verdades a fuerza de repetir relatos falsos en forma coordinada, consistente y sistemática, en diversos foros y medios internacionales.

Este proyecto populista regional, profundamente antidemocrático, tiene sus orígenes en una larga historia de más de sesenta años. Cuba es el primer país donde poder y cultura fueron apropiados por el partido que controla el Estado y la sociedad y proyecta la extensión regional de su influencia política a través de la fascinación cultural, donde se insertan los mitos de la lucha revolucionaria y la nostalgia del hombre nuevo, que atrajeron a los intelectuales latinoamericanos por tantos años.

Esa penetración cultural totalitaria, disfrazada de la oferta de construir un paraíso para los pobres, se denomina hoy Progresista y es un movimiento regional que ha logrado tomar el poder en varios países. Esta nueva variedad de democracias iliberales está compuesta por caudillos que llegan al poder elegidos democráticamente y luego desmontan los engranajes de la institucionalidad democrática. Su objetivo final es llegar al gobierno por medios democráticos para luego ocupar el control del Estado por medios poco democráticos. Con ese fin, todos los métodos son válidos. Aquellos líderes que cometieron los más grandes actos de corrupción en sus países, como sucedió en Argentina y Brasil, Ecuador, Venezuela, son los que hoy condenan a los gobiernos democráticos liberales de académicos, medios de comunicación e intelectuales sometidos al poder. Esto no debería sorprendernos, siempre hubo una extraña relación entre gran parte de los intelectuales de izquierda y los poderes establecidos.

Esa nueva generación de caudillos populistas se proclaman representantes del pueblo y pretenden hablar en su nombre y representar sus sueños, pero la bandera que empuñan es la de sus propios intereses ideológicos. Actúan en estrecha coordinación y cooperación y han adoptado métodos similares a los del Plan Cóndor, de los militares en los años 80. Los operadores de esta red son los gobiernos de Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, México y Argentina, junto al activismo de expresidentes opositores en Brasil, Colombia, Ecuador e incluso el partido Podemos en España. Este grupo también busca que sus aliados recuperen el poder en Ecuador y, eventualmente, en Colombia. En estas circunstancias, América Latina, que no sólo atraviesa una profunda crisis identitaria, cuenta con una débil relación con los mecanismos de la democracia y aún carga el peso de una tradición política inspirada en las revoluciones de Lenin y Castro, es presa fácil de esa variedad de izquierda que hoy contamina los Estados de la región.

Estos movimientos antidemocráticos nos demuestran que la democracia es un sistema frágil y que su futuro nunca está asegurado. Esa fragilidad es inherente a la dificultad de poner límites a la ambición y a la acumulación de poder de los gobernantes en muchos países latinoamericanos y es una realidad que un sistema constitucional con controles y equilibrios no satisface los impulsos autoritarios de quienes llegan al poder con elecciones, pero con la intención de convertirse en un proyecto de poder hegemónico, como es el caso de los países del Grupo de Puebla. Estamos en un periodo donde los sistemas de valores en la región han colapsado. Es difícil entender que la humanidad haya vivido los horrores de los grandes sistemas totalitarios y aún no hayamos aprendido que la concepción subjetiva de ofrecer la felicidad del pueblo implica el sacrificio del individuo y desemboca, fatalmente, en el totalitarismo.

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