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Fama presidencial (nombre de ciudades, calles y hospitales)

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Por Francisco Acuña Llamas

A las ciudades autóctonas las bautizaron con los nombres del santoral. Después, fueron sustituidos por los de próceres de la independencia y la reforma, especialmente, de Benito Juárez, Benemérito de las Américas. Fue el caso de Ciudad Juárez, Chihuahua, por decisión de Porfirio Díaz en 1888 en honor a su rival y paisano; paradójicamente, en ese mismo año, la ciudad de Piedras Negras, Coahuila, cambió también de nombre y se llamó Porfirio Díaz hasta 1911.

El auge de poner nombres de expresidentes a ciudades se acentuó tras los ecos de la Revolución Mexicana, fundamento del régimen político de honda vocación presidencial.

Durante las décadas de los años cuarenta a los años ochenta del siglo XX se ensanchó el culto presidencialista y el reemplazo de nombres a calles, avenidas y a obras nuevas de gran escala urbana como circuitos, bulevares, hospitales fueron dedicados a la memoria de presidentes mexicanos. Y no solamente de los héroes (Juárez, Madero, Carranza y Cárdenas), la inercia alcanzó a expresidentes recientes. Por ejemplo, Ciudad Obregón, Sonora, en honor del general Álvaro Obregón, pilar del movimiento revolucionario y posrevolucionario, asesinado después de su reelección. En cambio, ninguna dedicada al expresidente Plutarco Elías Calles (exiliado por Cárdenas). Ciudad Lázaro Cárdenas, Michoacán, en honor al expresidente cuyo nombre es uno de los favoritos dedicados a calles y avenidas. Un exceso quitar a la legendaria avenida San Juan de Letrán de la Ciudad de México para ponerle: Eje vial Lázaro Cárdenas. Además de dedicarle la siderúrgica Las Truchas después de la expropiación de los yacimientos de fierro, e inumerables calles y colonias en todas las ciudades y poblados, escuelas y centros deportivos.

 Aunque poblados de menor dimensión, a todos les brindaron esa distinción en vida. A Manuel Ávila Camacho le fue dedicado un asentamiento urbano en Veracruz; semejante caso en Tamaulipas lleva el nombre de Miguel Alemán Valdés, así como el Viaducto de la CDMX y la costera del Puerto de Acapulco.

 En Sinaloa, una población fue dirigida a la memoria del expresidente Adolfo Ruiz Cortines, de quien —también— lleva el nombre el bulevard de la Ciudad de México (más conocido como Periférico Sur).

Uno de los presidentes más carismáticos: Adolfo López Mateos, también lleva ese nombre su natal Atizapán de Zaragoza y, probablemente, la más grande colección de calles, colonias y obras de infraestructura urbana en todo el país. A Gustavo Díaz Ordaz le tributaron con la que lleva su nombre al norte de Tamaulipas, lo curioso es que fue durante su mandato y justo en 1968. A partir de entonces fue innecesario demostrar el fervor presidencialista dedicando el nombre de ciudades y grandes arterias a los presidentes en turno y menos a los expresidentes. Esa nueva era desde los últimos dos sexenios del siglo pasado coinciden con el proceso de democratización. No obstante, se encuentran calles y, eso sí, millares de placas con los nombres de obras públicas inauguradas o reinauguradas por todos ellos.

Las ciudades llevan en sus muros y en sus cauces las cicatrices que les dejan sus moradores, todos, los buenos vecinos, los cultos y generosos, los ociosos, los parias, los laboriosos, los benefactores y, también, los que viven del delito en la clandestinidad o la impunidad, y como parte de ese todo, naturalmente: sus gobernantes.

El ensanchamiento del presidencialismo puede volver a estimular ese sentimiento de veneración a los depositarios del mandato popular para ocupar la “máxima magistratura de la nación”, como se le llama también al cargo de Presidente de los Estados Unidos Mexicanos. Esta columna la dedico desde hace un mes a tratar aspectos del presidencialismo en tanto forma de ver y expresar la realidad nacional, dado que por mera vocación académica y cultural, y sin ánimo lucrativo, encabezo la Fundación Herencia y Memoria Presidencial A.C.

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