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Eduardo Weiss: transterrado y educador

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

También se busca frecuentemente legitimar 
la metodología de las tesis por haber usado un software 
de análisis de datos para la generación de categorías de análisis… 
El éxito de estos programas se explica, a mi ver, porque ofrecen algo 
qué hacer cuando se ha terminado el trabajo de campo…
Eduardo Weiss

POR CARLOS ORNELAS*
 

En un texto añejo (por su buen sabor y perdurabilidad), Miguel León Portilla recordó que fue José Gaos quien acuñó el termino transterrado: “Quiso él introducir así una tajante distinción. ‘Desterrado’ es el que tiene que dejar su patria y pasa a un lugar que le es ajeno. En cambio, ‘transterrado’ es quien, teniendo que salir de su tierra, se establece en otra que le es afín y en la que llega a sentirse ‘empatriado’”.

Este fue el caso de Eduardo Weiss Horz, aunque él no tuvo que salir de su tierra. Nació en Grafenberg, Alemania, pero escogió venir a México y antier murió a los 71 años.

Nos deja una herencia intelectual importante, más de 100 trabajos publicados, entre libros, ensayos e informes, la mayoría como autor individual, si bien algunas piezas notables las realizó con colegas del Departamento de Investigaciones Educativas del Centro de Investigación y Estudios Avanzados, de donde fue investigador casi desde su fundación y su director de 1990 a 1994. Sus compañeros y amigos de todas partes lamentamos su deceso y estoy seguro de que lo extrañaremos.

Eduardo se graduó como sociólogo y obtuvo reconocimiento como pedagogo por su trabajo, pero a fe mía que su campo más fértil —pues cultivaba muchos— era en la filosofía: hermenéutica y epistemología. Se distinguió por su carácter (tanto en el sentido profundo de atributo de firmeza en su personalidad, como en el más popular de enojón), su disciplina para el trabajo, como organizador de grupos y colectivos y ciertas cualidades de caudillaje intelectual.

Su personalidad imponía. Con todo y que se empatrió —se mexicanizó al grado de ser un bailarín consumado de música tropical al estilo chilango— nunca abandonó su carácter teutón: de convicciones firmes, hablar directo, mirar a los ojos a sus interlocutores y dictar línea a sus estudiantes. Exigente como pocos, al grado tal de que algunos estudiantes del doctorado preferían no tenerlo como asesor o lector de sus tesis; siempre exigía más. “Es un perfeccionista” me dijo una vez su estudiante de doctorado, Marcos Reyes Santos. Gracias a eso su tesis no pasó desapercibida, se publicó como libro, memorable también. “El software te ayuda, pero tú eres quien debe de pensar”, escuché que Eduardo le dijo a una estudiante en un seminario de tesis.

La disciplina, que no rigidez, fue otro de los rasgos de su personalidad. Lector voraz, redactor preciso (no imagino cuantas rondas de corrección hacía a sus borradores), puntual y cumplidor de tareas. ¡Y quería que sus estudiantes porfiaran, al menos en parte, seguir sus pautas!: precisión en sus conceptos, severidad en su método y claridad en la expresión.

Era un organizador nato, le gustaba la deliberación informada y que los colegas se reunieran para fortalecer la investigación educativa. Fue uno de los compañeros de viaje, acaso el más trabajador y entusiasta, de Pablo Latapí para fundar nuestra pequeña corporación, el Consejo Mexicano de Investigación Educativa. Del cual fue presidente de 1994 a 1996 y director de su publicación emblemática, la Revista Mexicana de Investigación Educativa.

Lo saludé por última vez el 22 de noviembre pasado, asistió a la presentación de mi libro, La contienda por la educación. No hubo oportunidad de charlar, pero noté que allí, sentado en primera fila, sus ojos verdes no perdían detalle. No lo noté enfermo ni cansado. Sin embargo, ya nos abandonó.

Este es mi adiós a un caudillo intelectual. ¡Eduardo ya descansa en paz!

 

           *Académico de la Universidad

                Autónoma Metropolitana

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