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Deep Greenwashing

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Por Juan Carlos Chávez Fernández

El término greenwashing lo usó Jay Westerveld en 1986 para denunciar el engaño “ecológico” de hoteles al sugerir el no uso de toallas. Actualmente se refiere al engaño publicitario de productos, servicios, campañas, empresas, proyectos o países para mostrarse como ecológicos, naturales, sustentables o amigables con el medio ambiente.

La estrategia de engaño exalta características irrelevantes; simula, oculta o minimiza riesgos y pruebas; confunde mal utilizando términos o imágenes; relaciona temas inconexos; presume certificaciones engañosas o falsas; sustituye metas cambiando la definición de sostenibilidad; usa metas “imposibles” de medir o verificar; o ignora aspectos de justicia social.

Los “claims” publicitarios recurren a falacias lógicas y argumentativas como deducir equivocadamente una cualidad, escudarse en dichos de famosos, sembrar señuelos o generalizar sin justificación.

Para el discurso del greenwashing la máxima autoridad es la ciencia.

En ella se escudan y a ella se refieren para justificarse.

La ciencia es una actividad colaborativa humana que se da gracias a la palabra.

Los seres humanos convivimos con base en la fuerza o la palabra. Cuando privilegiamos la discusión requerimos un espacio argumentativo dado, sobre el cual discutir, que no esté a discusión, sino que esté tácitamente aceptado. Ese concepto clave es la coherencia. Cuando argumentamos damos por hecho que debemos ser coherentes en todo lo que hablamos. Y que debe haber coherencia entre lo que decimos y aquellos hechos a los que nuestra discusión se refiere.

La ciencia es eso, coherencia pura. Si algo es científico debe ser coherente con el resto del conocimiento científico.

Pues resulta que existe el que yo llamaré Deep Greenwashing, que es un engaño oculto en las profundidades de nuestra conversación científica. Es como un virus troyano dentro de la ciencia. Su camuflaje es la coherencia misma.

La estrategia consiste en generar un cúmulo de investigaciones científicas irrelevantes o con un protocolo corrupto, que genere confusión, siembre duda y cree controversia entre los mismos investigadores del tema. En una palabra ralentizar el progreso del conocimiento.

El ejemplo paradigmático y ya muy estudiado es el de la industria tabacalera que en diciembre de 1953 implementó y financió una enorme campaña científica para investigar el posible daño de fumar tabaco en la salud humana. El objetivo era generar conocimiento científico irrelevante que distrajera y confundiera a científicos y consumidores. Los datos analizados se multiplicaron exponencialmente provocando “desinformación” y sembrando duda sobre la ciencia misma. Esta fabricación de “ignorancia estratégica” en realidad tiene como objetivo ganar tiempo y retrasar el desmantelamiento de la industria.

Existen varios casos más: la desaparición de las abejas, la lluvia ácida, el agujero en la capa de ozono, los pesticidas, los neonicotinoides, el Bisfenol A (BPA), las píldoras anticonceptivas, el petróleo de esquisto, los suplementos alimenticios, las fuentes de energía, el bienestar animal, y desde luego el cambio climático, que ha generado uno de los más grandes debates científicos.

Aliados al Deep Greenwashing están los negacionistas y las teorías de la conspiración que utilizan a la internet como foro para proliferar “ciencia sobre medida” para interferir en cualquier discusión. En las redes sociales se amplifican sus incoherentes teorías.

Actualmente existe como disciplina la agnotología, es decir, el estudio de la ignorancia, de aquello que no sabemos. Sea por confusión inducida o por falta de financiamiento.

El mercado sólo financia aquella ciencia lucrativa y monetizable e incluso la pone de moda. En estos días la tendencia es hacia la Inteligencia artificial. Muchas áreas de la ciencia permanecen en la ignorancia.

El cambio climático es científicamente innegable, pero en las redes sociales se necesita serenidad y perspicacia para identificar a los virus troyanos científicos que enturbian, confunden y siembran la duda. Su estrategia es muy efectiva, pues la “duda” es parte esencial de la ciencia. Nuestro conocimiento avanza aplicando el método científico a las dudas, hasta lograr un cuerpo de conocimiento que les da una respuesta coherente.

Sería el colmo pensar como necesaria una “policía científica” o “procuraduría de la ciencia” que vigile la pertinencia de los conocimientos científicos, ¿no?

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