Logo de Excélsior                                                        

De la aporofobia a la AMLOfobia y viceversa

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Por Imelda Castro Castro

Hace tres años, la filósofa española Adela Cortina publicó un libro bajo el título de Aporofobia, el rechazo al pobre. Un desafío a la democracia. En él reflexiona sobre este fenómeno que califica como una vergonzosa patología social de larga tradición y escasa visibilidad. ¿Qué es la aporofobia? Cortina nos remite a la raíz griega áporos (pobre) y fóbos (fobia, odio o desprecio). Así que, en su significado básico, aporofobia significa rechazo, odio o aversión al pobre, al desamparado.

La xenofobia, el racismo y la homofobia son comportamientos más conocidos, tratados y visibilizados y con avances en su tipificación penal.

Pero, ¿qué caracteriza al discurso aporófobo, esa infame costumbre de los satisfechos? Satisfacción lograda incluso a partir de la apropiación de los bienes públicos, en muchos de los casos.

La conducta aporófoba no reconoce la dignidad del interlocutor a su destinatario, alguien con quien no dialoga porque no es propiamente un sujeto, sino un objeto, el de su odio y desprecio. No hay argumentos, sólo agravios que estigmatizan, degradan y despojan a la persona de su identidad para sustituirla por un calificativo que la disminuye, la desaparece.

El aporófobo que se lee y se ve en prensa y redes a diario, en caravanas vehiculares, establece una relación asimétrica, de desigualdad radical y superioridad de principio entre él y sus víctimas, entre los pobres, sus símbolos y representantes y ellos. El mundo se divide entre “el ellos” y “el nosotros”.

Valdría la pena rastrear, bajo el método de Cortina, el daño sicosocial causado en los diferentes momentos históricos de nuestro país. Del Atila del sur, como llamaban a Emiliano Zapata, la Esfinge de Jiquilpan, como motejaron al general Lázaro Cárdenas, o el Mesías Tropical o Majestad de Macuspana, como han llamado al presidente Andrés Manuel López Obrador.

Lo común a estos tres liderazgos históricos es su compromiso con los pobres, con los de abajo, con los olvidados, quienes han sido los blancos favoritos del odio de las élites que nacieron y vivieron en el privilegio. La derecha mexicana jamás ha podido ocultar su naturaleza aporofóbica, su profundo desprecio a los pobres.

Los AMLOfóbicos desprecian la condición y el origen social humilde del Presidente. Odian su línea política definida en su lema histórico, “por el bien de todos, primero los pobres”; califican de “populista” su política social; se burlan de la sencillez de su indumentaria; extrañan los fastos del poder Presidencial; critican su cercanía con la gente; pretenden ridiculizar a sus simpatizantes con su referencia irónica al “pueblo bueno”.

La aporofobia de los AMLOfóbicos no perdona ni los zapatos del Presidente, su forma de vestir, y se burla hasta del más pequeño de sus hijos. El “López”, con el que lo refieren en tribunas y micrófonos, es una perla aporofóbica y racista, una poco discreta acusación de que no tiene origen en las élites y las aristocracias del dinero, subrayando su condición plebeya, su origen popular: “Es un López cualquiera”, que vino a derribar su mundo dorado en 2018, aquel “peligro” que creyeron conjurado en 2006.

La aporofobia es un desafío y un reto a la democracia contemporánea. Niega sus principios básicos, como el igualitarismo, el diálogo, la civilidad y el respeto a la ley. Avanzar en nuestra democracia implica, necesariamente, trascender todo tipo de comportamientos discriminatorios que han agraviado la dignidad humana. México es la tarea común, reconocernos en todos nos hará más grandes y fuertes como nación. Que se depongan los cañones del odio aporofóbico y se levante la fuerza de la palabra dialogante. Como dijera el presidente Andrés Manuel López Obrador frente al representante del país más poderoso del mundo: que “nos reúnan las coincidencias”, por un México más justo y digno para todos, sin abandonar la vocación preferencial por el que ha sido despojado.

Entender el sentido de la expresión de que no se puede tratar igual a los desiguales, o que nadie quede atrás, que nadie quede fuera, es el reto para salvarnos todos.

Comparte en Redes Sociales