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Como la vida misma

Miguel Dová

Miguel Dová

 

 

LA PASIÓN Y EL CAMBIO

“Vive cada día como si fuera el último, tarde o temprano tendrás razón”. Esta frase, que mencionó en un discurso Steve Jobs, puede resultar muy inspiradora, pero tomada al pie de la letra es una reverenda estupidez, con visos suicidas y con tendencias de verdadera prepotencia. Gandhi dijo algo similar, pero con una profundidad muy distinta: “Vive como si fueras a morir mañana, aprende como si fueras a vivir por siempre”.

 Hace un tiempo me propuse no participar en nada que no me emocione, que no me divierta, que no me obligue a poner a prueba mi creatividad, en suma, que no me apasione. Esta decisión, implica afrontar la incomprensión de los que te rodean. Seguir los caminos tradicionales pareciera la ruta segura; y me pregunto, la ruta segura ¿hacia dónde? Si yo no quiero llegar al destino esperado por los demás, si yo pretendo descubrir el mío; por qué empeñarme en seguir el camino clásico.

Cada día, mientras avanzo, me voy haciendo consciente de lo que me falta, y no sólo a qué distancia estoy de llegar a alguna parte, a alguna meta o a la realización de un sueño, me refiero a lo que me falta para estar bien en ese exacto momento, en el hoy, el ahora. Los planes de futuro, los sueños, son acicates y motores de propulsión, de la misma manera que los recuerdos, el pasado, lo vivido, la visión romántica y dulce de mi existencia, resultan una portentosa herramienta para intentar repetir los aciertos y no volver a equivocarme igual. Pero si considero que el hoy será mi recuerdo y mi arma dentro de unos años, es mandatorio hacerlo apasionante y disfrutarlo mientras lo hago. Ayer mismo, mi adorado sobrino ¨adoptado¨, el buen Matías, me decía con su estilo de alma vieja y sabia, un pensamiento que atribuyó a su abuelo: “El que no visualiza no realiza”. Con mi afán de conversador polémico, le pedí que la convirtiera al sentido positivo y, juntos, le quitamos las negaciones, ahora, nuestro engendro dialéctico dice: el que visualiza, realiza.

El mismísimo Bob Dylan afirmaba algo que encaja a la perfección en esta idea, “nada es tan estable como el cambio”, pues bien, en esa estabilidad quiero moverme. Tengo muchos sueños que perfilan mi vida, desde los materiales, como mi casita en el mar, o un viejo deportivo descapotable, lograr un ingreso más o menos fijo y suficiente para sostener mis vinitos y alguna excentricidad gastronómica y viajera, hasta los intelectuales, como la publicación de una novela por año y terminar mi maestría en literatura y, los más importantes, los familiares y los afectivos, estar cerca de los míos, abrazarlos y aburrirlos con te quieros y más lisonjas, y despertar por las mañanas con la Unagi a mi derecha y llena de mimos, aunque para ello tenga que ir negociando con ella el lado de la cama de nuestras preferencias.

Seguramente estas metas y sueños irán cambiando, mutarán cada día en función de los nuevos objetivos y de la perspectiva distinta que te regala el propio camino andado, pero los nuevos han de procurarme la misma emoción, para que valga la pena afrontarlos con igual pasión, ésa que es mi savia de vida. Mientras vaya logrando ese objetivo mayor, ese de vivir eternamente apasionado, iré arrastrando momentos felices y, casi sin darme cuenta, alargaré la juventud haciéndola tan elástica como mis huesitos vayan ayudando a mi cerebro a ir escapando de la vejez.

El ingrediente secreto es el optimismo. Como el de aquél al que le preguntaron si sabía tocar el violín y respondió: “No lo sé, nunca lo he intentado”. Pues yo aún me subo a un peldaño más alto y entre risas, suelo decir en tono muy categórico: “Me he propuesto vivir para siempre y, al menos de momento, lo estoy consiguiendo”.

Feliz miércoles.

 

 

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