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Como la vida misma

Miguel Dová

Miguel Dová

CON LA MOSCA DETRÁS DE LA OREJA

 

Siempre pensé que traer la mosca detrás de la oreja significaba mantenerse alerta, hasta ahí vamos bien. Pero si como yo, ustedes creían que la expresión obedecía al molesto zumbido del insecto y lo incómodo de su presencia, pues no, el viejo dicho hace referencia a otra “mosca”. Esta mosca era la manera en que los arcabuceros llamaban a la mecha, y que cuando no estaban disparando la colocaban en la oreja para tenerla a mano, como hace un carpintero con el lápiz. Por tanto, traer la mosca detrás de la oreja indica estar prevenido y sospechar que algo desagradable puede estar a punto de pasar y no queremos que nos pesque en Babia.

Los que vivimos en México traemos la mosca tras la oreja en todo momento, no nos sentimos seguros en sus calles y por ello vivimos una zozobra constante. Más allá de las repercusiones en la salud, derivado del estrés que causa vivir intranquilo, esa pizca de adrenalina se va tornando crónica y aprendemos a vivir con la mecha encendida.

Mis horarios poco convencionales quizá hayan tenido mucho que ver con haberme mantenido, hasta ahora, sin pescar el bicho, además de esa supuesta ventaja, pasear en la noche ha sido mi costumbre desde hace muchísimos años, es un tiempo de disfrute y, a veces, logro sustraerme de la intranquilidad y soy capaz de meditar mientras avanzo a través del parque o incluso bajo la intensa iluminación comercial de la avenida Masaryk. He sufrido tres asaltos en esta ciudad, y ninguno fue mientras caminaba. En los tres salí bien librado y no pasó de perder algún dinero, un par de relojes, y zamparme unos sustos de muerte. Soy de naturaleza cobarde y escapo del más mínimo conato de confrontación, soy de los que, ante un insulto de coche a coche, fijo la mirada en la ruta y me disculpo poniendo una cara de infeliz arrepentido que suele despertar un sentimiento de pena en el adversario y me dejan siempre por la paz.

Caminaba con Lulú, mi cachorrita lobero, por el camellón de Horacio, iluminado a tal grado que puedes ver a más de cien metros de distancia si vas a cruzarte con alguien; era la una de la mañana y la calle estaba desierta. Entonces, antes de llegar al cruce con Moliere observé a un individuo que adiviné más joven que yo, mucho más fuerte, aunque unos diez centímetros más pequeño, venía en dirección contraria a mí, y nos encontraríamos en unos segundos, su chamarra negra y las manos en los bolsillos me hicieron imaginar el arsenal que cargaba. Sujeté con fuerza a mi perra, la acerqué a las piernas tirando de su correa y dando un giro intempestivo de noventa grados, atravesé casi saltando las plantas y crucé la calle hasta la acera izquierda de la avenida. Pensé que esa distancia me protegería, y que si el otro hacia un movimiento sospechoso, al menos tendría tiempo para emprender una huida más rápida.

Imaginé en mi mente toda clase de situaciones, le otorgué al viandante la personalidad de un delincuente y me vi despojado de mi celular y hasta de Lulú. Pero seguí avanzando sin quitarle un ojo de encima, aquí es donde aplica que iba con la mosca detrás de la oreja. Para mi fortuna y desconcierto, hay moscas para todos en Polanco. Mi pretendido asaltante experimentó el mismo miedo de mí, y realizó un movimiento exacto, sólo para cruzar nuestros caminos, él por la banqueta derecha y yo por la izquierda con la avenida y su amplio camellón separándonos prudentemente. Media cuadra más adelante volví al centro para aprovechar la iluminación y a la hora de cruzar la calle me di cuenta que el otro señor hizo lo propio. Fue entonces cuando empecé a relajarme y aun así, estallé en una risa nerviosa. Estoy seguro que él debió pasar exactamente por idénticos pensamientos.

Las cifras de inseguridad que vemos todos los días en los medios son la razón de esta desconfianza, nuestro país tiene muchos problemas, pero este es sin duda uno de los más urgentes, hace falta un cambio sustancial que ayude a dejar descansar las moscas que nos persiguen.

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