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Nueva normalidad vs. nueva enfermedad

Max Cortázar

Max Cortázar

La incertidumbre generada por la pandemia en las sociedades no concluye a partir de decretos. La salud de las personas y la viabilidad de las actividades productivas se encuentran atadas al nivel con que las decisiones de gobierno son consecuentes con la realidad. De ahí la ocupación responsable en un número importante de autoridades por medir la extensión de la pandemia, llevar una contabilidad coherente de casos, dar seguimiento a líneas de contagio e impulsar acciones preventivas en sectores esenciales. Mejores prácticas internacionales que, desafortunadamente, no son observables en el subsecretario López-Gatell. Prueba de ello es que las proyecciones técnicas de fallecimientos y contagios se agravan al paso de las semanas.

No actuar de manera responsable y transparente conlleva consecuencias. Como lo demuestra el caso de Estados Unidos, en el proceso gradual de reinicio de actividades productivas en los distintos estados de la Unión Americana, la Casa Blanca ha tratado de alimentar, sin éxito, la percepción en la opinión pública de que el país “está de vuelta” a la normalidad, en un intento por reactivar más rápido la economía y, con ello, fortalecer las posibilidades de reelección del presidente Donald Trump hacia la jornada electoral de noviembre próximo.

Sin embargo, forzar la entrada a la nueva realidad sólo expone la debilidad en el motor económico y conductas ciudadanas de extrema cautela, debilitando la recuperación. En cuanto a lo primero, las estadísticas macroeconómicas dejan ver la gravedad del impacto ocurrido en tan sólo doce semanas de covid-19. De acuerdo con datos públicos, se estima, al quinto mes del año, una tasa de desempleo del 13%, una contracción económica ajustada a la inflación de 30% entre abril y junio, lo cual traerá como consecuencia una caída previsible del Producto Interno Bruto de, cuando menos, seis puntos a finales de 2020. La enfermedad destruyó buena parte del motor económico.

A la par de la debilidad en los indicadores, la cautela de los ciudadanos también tiene un peso determinante en postergar la observación de mejoras en la “nueva normalidad”. Mientras la humanidad no tenga a la mano vacuna o medicina que cure el covid-19, las sociedades difícilmente regresarán a sus actividades cotidianas. En especial, aquellos centros poblacionales que contabilizaron en decenas de miles los fallecimientos de sus habitantes, porque el temor colectivo sobre un rebrote de contagios que lleve, una vez más, al fenómeno de sistemas hospitalarios saturados desincentivará tanto la asistencia a oficinas como a restaurantes y otros centros de congregación multitudinaria.

Así lo deja ver la ciudad de Nueva York, la cual reinició actividades el día de ayer en una primera fase. En ésta se autoriza la activación de trabajos asociados a la construcción, manufactura y toda la cadena de suministro, así como tiendas de venta al menudeo que tienen la posibilidad de entrega de mercancía a las puertas del establecimiento. Se supone que ello traería el regreso de cuatrocientos mil trabajadores a su actividad, sin embargo, los relatos muestran una ciudad que sigue marcada por los silencios de la pandemia.

A la crítica de especialistas que consideran muy pronta la reactivación definida por el gobernador Cuomo, pero, sobre todo, la promovida por el presidente Trump, se suman las decisiones racionales de la gente. De acuerdo con The New York Times, directivos del transporte público de esa ciudad esperan, de aquí a septiembre, un volumen de movilidad menor al 50% de la capacidad habitual del metro, dado que los trabajadores buscarán cumplir con sus responsabilidades laborales vía remota, por lo menos hasta el comienzo del otoño. Esto da una fotografía de la pendiente cuesta arriba que seguirá la economía, ante la incertidumbre en la evolución del contagio y la premura en la reapertura.

La comparativa internacional debe motivar un cambio de prioridades en la política de salud del doctor López-Gatell, de lo contrario, seguirá en alto riesgo tanto la vida de miles de mexicanos como su nivel de bienestar económico. En este proceso no hay forma de eludir la realidad, porque, al final, a partir de las estadísticas, se sabrá quiénes actuaron de manera responsable y quiénes optaron por jugar a la política en un momento delicado. Es llamativo que México vaya al reinicio de actividades sin siquiera tener certeza de si ha pasado el pico de contagio, mientras los países europeos lo hicieron con tendencias claramente a la baja. Por ello, en el terreno de la credibilidad, el subsecretario de Salud va a la zaga.

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