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Movilización social y salud en covid-19

Max Cortázar

Max Cortázar

A Estados Unidos y México los une uno de los peores manejos de crisis derivados de una pandemia, cuyas consecuencias se traducen en dos de los registros de fallecimientos más altos en todo el mundo. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, el vecino del norte asume la primera posición al contabilizar 140 mil muertos, mientras nuestro país estará alcanzando los 40 mil en el cuarto lugar. Así, tres de cada diez fallecidos por covid-19 del planeta se ubican en esta región binacional.

Debemos reconocer la complejidad de enfrentar una pandemia, como la del SARS-CoV-2 o cualquier otro fenómeno que ponga en riesgo la vida de cientos de miles. En su origen, las autoridades de salud sólo tienen frente a sí el comportamiento atípico en el creciente número de muertes, por una razón que no empata con las razones observadas año tras año. Ante la información imperfecta sobre las formas de contagio, la población vulnerable y las alternativas de atención médica, la presión social aumenta en búsqueda de las respuestas que salvaguarden el bienestar de comunidades enteras. Más aún cuando en ese país o región se da el caso cero, como sucedió con México en el brote de influenza H1N1 de 2009.

Sin embargo, éste no fue el caso en el surgimiento del SARS-CoV-2. Estados Unidos y México tuvieron, cuando menos, nueve semanas para prepararse de la irrupción sanitaria en Wuhan, China; pero prefirieron optar por las consideraciones políticas sobre las técnicas, dejando de lado la oportuna construcción de capacidades o adecuación de los diversos procedimientos a las mejores prácticas internacionales identificadas con el paso del tiempo en Asia y gran parte de Europa.

En este sentido, con el número de fallecidos en ambos lados de la frontera pueden haber algunas explicaciones de corte médico, pero, sobre todo, se explican por la ausencia de una movilización social acorde con la amenaza de la pandemia que, como una verdadera bola de nieve, ha paralizado la tranquilidad y la economía en los distintos continentes. Una óptima movilización social se consigue cuando los voceros ganan confiabilidad en la crisis, transmitiendo información puntual y coherente a lo largo de todo el periodo, aun cuando estos reconocen que no tienen todas las respuestas a su alcance, pero, por lo mismo, posicionan la gravedad del coronavirus y las medidas más estrictas que se irán relajando conforme se conozca su perfil infeccioso, así como las alternativas efectivas de atenderse clínicamente.

En el caso de Estados Unidos, el presidente Donald Trump prefirió privilegiar las consideraciones electorales —su reelección está en juego este noviembre— sobre los criterios de la política de salud. Por eso pasó de asegurar que el brote de SARS-CoV-2 estaba controlado y que éste debería “desaparecer en [el mes de] abril” a declararlo una “emergencia nacional”, cuando las muertes entraron a una espiral ascendente. A lo largo de estas semanas, las incoherencias no cesaron, basta recordar cuando el mandatario se atrevió a recomendar a los ciudadanos el inyectarse o ingerir desinfectante para contrarrestar el coronavirus; o más recientemente, que ha presionado políticamente al regreso presencial a las aulas escolares, en días en que los índices de mortalidad y contagio han vuelto a repuntar. Tan sólo el domingo se registró un aumento de 64% de fallecimientos en comparación con los últimos 14 días. Ayer, el presidente Trump anunció el reinicio de sus encuentros con prensa para dar cortes sobre el coronavirus, seguramente para tener mayor visibilidad político-electoral, que en el ofrecimiento de soluciones a los retos observados en las distintas partes de la Unión Americana.

La disonancia en los mensajes hace que la población no cuente con la información suficiente para la debida toma de decisiones. En este espacio ya hemos hablado de las múltiples incongruencias del subsecretario Hugo López-Gatell. Entre las más graves la que se refiere a su menosprecio en el uso de cubrebocas, instrumento con el cual se pueden salvar cientos de miles de vidas, según los expertos internacionales. Pero eso no le basta al vocero para la pandemia del gobierno federal, quien se encuentra cada vez más alineado con la elección intermedia de 2021 que con aminorar el impacto de la pandemia en la salud de los mexicanos.

Prueba de ello es que prefirió la playera de campaña política que el saco de técnico epidemiólogo, al cancelar —junto con el secretario de Salud— de última hora y por segunda ocasión un encuentro con los gobernadores del PAN para dar cauce a la crisis sanitaria. También, al listado de chivos expiatorios para ocultar el fracaso de su manejo de la pandemia, se suma ahora la industria de los refrescos. Sin duda, la alimentación en la salud cuenta, pero, justo por eso, las poblaciones en riesgo —como las personas con problemas de obesidad o diabetes— debieron estar desde un comienzo bajo el resguardo de las acciones definidas por el subsecretario, más no ser parte de un reclamo gubernamental. Hoy, los fallecimientos asociados a estas causas también son su responsabilidad.

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