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Guaidó, ¿tendrá tiempo?

Max Cortázar

Max Cortázar

En política, los trenes que llevan a la consolidación de los grandes procesos nacionales son escasos. Arribar con éxito a los desenlaces históricos que restablecen regímenes de libertades individuales y sistemas políticos democráticos depende de contextos complejos, donde la camarilla autoritaria se resquebraja ante la unidad opositora, la movilización ciudadana, la rendición de la cúpula militar y el reconocimiento internacional que respalda, sin crisis de legitimidad, la caída del dictador. Todo un sistema de hechos, percepciones e incentivos alineados en un breve periodo de tiempo que hacen posible la transición.

Ésa es la magnitud de lo que se dejó ir con la fallida Operación Libertad hace nueve meses. El fracaso del llamado a poner fin a la usurpación impuesta por Nicolás Maduro a los venezolanos fue, en primer término, de Juan Guaidó. El presidente interino, reconocido por casi sesenta países —entre ellos, las principales economías del planeta que han determinado diversas restricciones a la camarilla chavista—, parecía tener todos los factores antes mencionados bien alineados, al momento de aparecer en redes sociales junto al líder opositor Leopoldo López y un grupo de efectivos del ejército.

Sin embargo, de manera similar a la desilusión colectiva que se genera cuando el delantero falla la patada a gol ante portería descubierta, al correr de las horas el mundo observó, con creciente desencanto, la inviabilidad del regreso de la democracia a la nación sudamericana. Fue, sin duda, una derrota de Guaidó, pero, al mismo tiempo, de todos los factores que requieren engranarse para forzar la reinstauración del régimen de derechos, porque resultará por demás difícil el conseguir esas condiciones de nuevo.

Ahora, en 2020, el presidente interino de Venezuela consiguió regresar al andén en búsqueda del tren que perdió en abril del año pasado. La lucha no ha sido fácil. Primero, debió vencer el escepticismo ciudadano sobre su liderazgo tras la derrota de la Operación Libertad, además de mantener el mayor margen de la unidad entre los partidos políticos opositores al dictador Nicolás Maduro.

Después, preservar su lugar como presidente de la Asamblea Nacional. El acuerdo original de las fuerzas opositoras era el establecer una presidencia rotativa a delegarse entre ellas cada año, por lo que Juan Guaidó habría de ser reemplazado con el inicio del año y, con ello, retirarse de la responsabilidad de presidente interino. Sin embargo, la mayoría de los legisladores decidieron refrendarse unidos en torno al mismo Guaidó para mantener los equilibrios y la fortaleza frente al régimen autoritario. Esto, porque el chavismo —señalado de realizar coacción y compra de votos—, con la lealtad de sus legisladores afines, erigió presidente de la Asamblea Nacional al diputado Luis Parra, en un acto definido por Guaidó bajo el concepto de “golpe parlamentario”.

El hecho de querer instaurar en la ilegalidad a un nuevo presidente de la Asamblea sólo hizo revivir la falta de legitimidad y desconfianza hacia el régimen de Maduro, el cual, por cierto, debe convocar a elecciones en este año y la oposición habrá de tomar la definición estratégica de participar o no en esos comicios. Estas condiciones de la clase política venezolana facilitaron el regreso de Guaidó.

Construidos los consensos internos, ahora el presidente interino realiza —sin tener permiso judicial para abandonar territorio nacional— una gira internacional que le ha llevado a Colombia, Reino Unido, Bélgica, Suiza, Francia, España y Canadá, con el fin de renovar la calidad de los apoyos multilaterales así como de aumentar la visibilidad autoritaria de Nicolás Maduro.

Régimen que todavía demuestra interacciones diplomáticas de peso, no sólo por sus estrechas relaciones con China y Rusia, sino por la extensión de sus vínculos a otras naciones como España. País en que el presidente, Pedro Sánchez, se negó a recibir a Guaidó para evitarse molestias con su principal aliado parlamentario, Podemos; además de que su gobierno desató la polémica por permitir el aterrizaje, en Madrid, del avión privado que transportaba a la vicepresidenta chavista Delcy Rodríguez, dado que tiene prohibida la entrada a la Unión Europea.

Aun así, Juan Guaidó recobra su rol de amenaza a la perpetuidad en el poder que desea el chavismo. Tiene de su lado a la élite opositora, a la representación en la Asamblea Nacional y a los países con convicción democrática. La gran pregunta es si todavía le queda tiempo para mantener viva la movilización ciudadana. En últimas fechas parece no estar dispuesta del todo a mostrar su músculo en las convocatorias realizadas por el presidente interino. Esperemos que la sociedad venezolana no se haya subido al tren que dejó a Guaidó atrás en 2019.

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