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Los primeros 252 días

Martín Espinosa

Martín Espinosa

Se equivocan quienes piensan que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador acaba de cumplir el pasado domingo solamente 100 días, ese plazo que a nivel mundial se ha fijado como el “arranque” de un nuevo gobierno, sobre todo cuando ocurre en medio de una crisis política provocada por la ruptura del establishment al que estaba acostumbrada una nación.

El nuevo régimen en México no comenzó el pasado primero de diciembre con la toma de posesión del político tabasqueño, quien en la tercera ocasión (la tercera es la vencida) que contendió por la Presidencia de la República logró el voto abrumador del electorado que aquel primero de julio salió a las urnas. El nuevo gobierno y una nueva forma de gobernar, aunque algunos hablen del regreso a los años 70, comenzó justo al día siguiente que se supo que, de manera contundente, López Obrador había ganado no sólo la Presidencia, sino, también, la mayoría simple en el Senado de la República y en la Cámara de diputados con un partido que apenas llevaba 4 años con registro oficial como tal.

El ganador de los pasados comicios comenzó a “gobernar” prácticamente al día siguiente de la elección, entre otras cosas, por la forma en que el mandatario en funciones abdicó literalmente a su encargo tras la debacle que sufrió su partido, el PRI, que fue relegado al tercer lugar como “fuerza” electoral. Algunos analistas compararon lo del primero de julio con un “tsunami” que arrasó con todo lo que encontró a su paso, incluyendo la Presidencia de Peña Nieto, la principal damnificada de lo que fue una especie de “referéndum” no sólo de su sexenio, sino también respecto de gobiernos anteriores, tanto del PRI como del PAN.

Por ello, hablar de “los 100 primeros días” de López Obrador es quedarse corto en el análisis y, sobre todo, hacer a un lado las causas que provocaron tal “tsunami” social en que se ha convertido el régimen actual.

Para empezar, los tres postulados del nuevo Presidente encierran su lucha de todos los días contra la corrupción, contra la pobreza (por el bien de México, primero los pobres) y contra el desencanto social que provocaron décadas de rezagos en muchos de los órdenes de la vida nacional: empleo, educación, salud, etcétera. Cambiar el modelo de ninguna manera será tarea fácil por la forma en que la estructura anterior se enraizó en las costumbres y formas de convivencia de la sociedad, principalmente, de la clase política. Pareciera que algunos políticos aún no entienden lo que sucedió con el país el pasado primero de julio.

Muchos de ellos insisten en presentarse como “contrapesos” de un movimiento que nació del hartazgo ciudadano, principalmente de los más pobres y de las clases medias,  que, en un lapso de poco más de 3 décadas, vieron deteriorarse su nivel de vida. Algunos de ellos se presentan sin ningún rubor como los “salvadores” de sus partidos, y de paso del país, sin entender que la mayoría que votó hace poco más de 8 meses lo hizo por López Obrador en rechazo a “lo establecido” desde hacía casi 40 años.

Pierden de vista que hoy las cosas se mueven en otra dirección. Que para establecer los  contrapesos necesarios ante tal “acumulación de poder” de parte del ganador de la contienda se necesitan nuevos liderazgos; que sean diferentes a los que llevaron al país a donde hoy se encuentra, que sean limpios, honestos y que le hablen diferente a la sociedad a como hoy le siguen hablando los “mismos de siempre”.

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