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La violenta realidad

Martín Espinosa

Martín Espinosa

Otra vez las cifras avasallan al discurso político. Una vez más, la realidad se impone a los buenos deseos de los gobernantes que quisieran que lo único que se escuchara fuera su voz en las plazas públicas anunciando la “buena nueva” de que la violencia, desatada por la descomposición social que todo lo trastoca hasta crear mafias y cárteles que se agrupan en verdaderos “clanes delincuenciales”, ha cesado. Pero la realidad es terca. Más terca que aquellos que, en su afán porque nada de esto pasara, hacen “malabares” verbales para tratar de justificar que antes “estaba peor”. No, nada de eso. Hoy la violencia golpea a decenas de familias que, incrédulas, velan los restos de alguno de sus integrantes que cayó en manos de los criminales que están más allá de la polarización o de la ideología política con la cual sus gobernantes “clasifican” hoy a la sociedad que, supuestamente, gobiernan.

Hoy, otras familias velan a sus muertos. Como la de Óscar Ramírez Ortiz, jugador de la Liga de Futbol Americano Profesional, desaparecido el domingo pasado en una plaza comercial del municipio de Tlalnepantla, Estado de México, y encontrado horas después —ya sin vida (con dos tiros en la cabeza)— atrás de otra plaza, pero en Atizapán.

Y cómo explicarle a la familia de Cristina Vázquez Chavarría, activista e integrante del Comité Fundacional de Residentes de la Colonia Hipódromo Condesa de la Ciudad de México, encontrada muerta el lunes pasado y con huellas de violencia, en el interior de su departamento, que “ni un paso atrás ni titubeos” en la pretendida transformación del México que hoy padece uno de sus peores momentos sociales. No hay manera ni argumentos para convencer a esas familias.

Y así, miles de víctimas cuyas familias ni siquiera las volverán a ver, ya no se diga con vida, ni siquiera su cuerpo inerte, porque desaparecieron y siguen desapareciendo, a pesar de tantas promesas de que las cosas van a cambiar.

El de junio de este año se vuelve a convertir (cada mes que transcurre se dice lo mismo) en el mes más violento del que se tenga memoria, a partir de que se contabiliza el número de muertos por homicidios dolosos. Datos oficiales preliminares indican que se reportaron dos mil 543 víctimas, lo que significa que a nivel nacional hubo 84 muertos por violencia todos los días. Esto ya es una barbarie. De hecho, lo ha sido desde hace varios meses. Y lo peor es que no cede; más aún, cada día las cosas empeoran.

De hecho, el primer semestre del año ha sido el más violento del que se tenga registro en el país. Sólo en 6 meses se contabilizaron 17 mil 65 víctimas de homicidio doloso y de feminicidios, algo nunca visto en la historia delincuencial del país. Ya comparadas las cifras a nivel semestral aumenta el número de asesinados diarios a 94. Solamente en lo que va del sexenio ya murieron más de 19 mil 944 personas en circunstancias violentas.

El “mapa de violencia” en México no ha cambiado mucho en los últimos años. Si acaso, se ha concentrado aún más en la capital del país, donde hoy se ven ejecuciones, secuestros y formas de delinquir que no se veían hace mucho.

Guanajuato, el Estado de México, Jalisco, Baja California, Chihuahua, Veracruz, Ciudad de México y Guerrero concentran los mayores niveles de homicidios y violencia a nivel nacional.

El propio Presidente remarcaba el domingo pasado durante el “banderazo de salida” de la Guardia Nacional, en una ceremonia realizada en el Campo Marte, que “tenemos como pendiente resolver el grave problema de la inseguridad y la violencia; ahí no podemos decir que se ha avanzado. Ahí, desgraciadamente, prevalecen las mismas condiciones que heredamos de los gobiernos anteriores”.

El problema, dicen los expertos, es que sin estrategia y sólo buenas intenciones no se resuelve el problema. Hoy se confirma que puede más la ineficiencia que traemos arrastrando de años de corrupción e inoperancia del sistema de procuración e impartición de justicia que el crear nuevos cuerpos de seguridad que contengan a las bandas criminales que hoy superan en número y en armamento a las policías, sean municipales, estatales o federales. Y eso, cuando no sucede, que dichos cuerpos de seguridad están al servicio de los propios grupos criminales.

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