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La opción por los pobres

Martín Espinosa

Martín Espinosa

Muchos años, dentro de la propia Iglesia católica, la llamada “opción preferencial por los pobres” fue satanizada y “denunciada” como algo que había que combatir debido a que se alejaba de los principios de la teología tradicional y ponía en riesgo la labor pastoral de sacerdotes y obispos bajo el riesgo de “coludirse” con grupos radicales en los países golpeados por los abusos del poder, la corrupción y el surgimiento de un “capitalismo dictatorial”, que derivó en lo que hoy el Papa Francisco ha llamado “el modelo deshumanizante que ha traído en las sociedades la cultura del descarte”, en el que el ser humano ha pasado a convertirse en un “despojo del modelo materialista que hoy consume a muchos países el mundo”.

Desde hace varios años, dentro de la propia Iglesia con el Papa argentino al frente, ha cobrado fuerza el grupo de jerarcas de la institución religiosa que piensa que hoy los integrantes del catolicismo tienen que voltear hacia “los pobres” por los duros tiempos que vive la humanidad, principalmente en lo económico, lo político y, sobre todo, lo social.

Y en esa tesitura se enmarca la canonización, el domingo pasado en El Vaticano, de un obispo —calificado en su momento “de Izquierda”— monseñor Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, quien muriera asesinado a manos de un grupo de ultraderecha, la tarde del 24 de marzo 1980.

Corría la década de los 70 y El Salvador enfrentaba numerosos problemas económicos, sociales y políticos que derivaron en una guerra civil en la que el ejército gubernamental, conocido como Fuerza Armada de El Salvador, se enfrentó a grupos insurgentes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. El conflicto armado que se extendió de 1980 a 1992 cobró muchas vidas, entre ellas la del arzobispo Romero, canonizado el domingo pasado en El Vaticano por el Papa Francisco, como ejemplo de “defensa de los más pobres”, con ese “toque” religioso que señala que la pobreza no sólo es material, “sino (también) de espíritu, la pobreza evangélica; no aquella que se presta al manoseo sociológico, ideológico o político”.

El número de víctimas de aquella confrontación armada ha sido calculado en 75 mil muertos y desaparecidos. Recordemos que el conflicto concluyó luego de un proceso de diálogo entre las partes, en las que México promovió siempre la ruta de la negociación al ser anfitrión de alguna ronda de diálogo, y que permitió la desmovilización de la guerrilla y su incorporación a la vida política de esa nación centroamericana, al firmarse los Acuerdos de Paz de Chapultepec, el 16 de enero de 1992. Según la Comisión de la Verdad de Naciones Unidas, las fuerzas gubernamentales fueron acusadas de ser responsables de la mayoría de las 22 mil denuncias recibidas entre casos de homicidios, desapariciones, violaciones, torturas y secuestros. Otros grupos paramilitares de extrema derecha, los llamados escuadrones de la muerte, que apoyaban al gobierno, fueron responsabilizados de un alto porcentaje de crímenes (40%), entre los que destaca el de “San Romero de América”, cuando celebraba una misa en la capilla del Hospital Divina Providencia de la capital salvadoreña. Y los guerrilleros del Frente Farabundo Martí, según la ONU, fueron responsabilizados del 5% de las muertes y desapariciones en aquella época.

Son célebres las homilías del arzobispo salvadoreño en las que siempre denunció la represión de los “poderosos” y llamó a la paz como herramienta para el mejoramiento de las condiciones sociales. “Una seguridad de mi vida no me interesa, mientras mirara en mi pueblo un sistema económico, social y político que tiende cada vez más a abrir esas diferencias sociales”, diría monseñor Romero días antes de ser asesinado. Hoy, es un referente en América Latina.

 

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