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Los de adentro y los de afuera

María Amparo Casar

María Amparo Casar

A juicio de Amparo

No más. Hoy en día hace ya más sentido otra alineación. Ya no es izquierda o derecha: ahora son los de adentro y los de afuera. Abordo el tema ahora desde la perspectiva internacional para en otra ocasión hablar de los de adentro y los de afuera en la política nacional.

Los de adentro bien pueden ser pobres o ricos. Los pobres de adentro temen a los pobres de afuera, que en bandada —o caravanas— vienen a quitarles lo poco que ya les queda. O bien pueden ser de clase media y alta, porque si entran los de afuera ya no estarán seguros. Ricos y pobres de adentro ahora reconciliados contra los de afuera. Como diría Borges: “No nos une el amor, sino el espanto”.

Liderando a los de adentro está esa nueva raza de populistas con doctrinas de puertas cerradas, que les bastó para ganar elecciones. Supieron interpretar, explotar y exacerbar esta nueva división antes que nadie. De los de afuera, sólo podemos decir que son cada vez más, y que aún no logran que sus simpatizantes de adentro —que también son muchos— entiendan dónde pararse en esta nueva realidad.

La gran Muralla China, los muros de Constantinopla, el muro de Berlín o las tres líneas de defensa que separan Melilla de Marruecos, ilustran que invariablemente el gran vaso comunicante que liga a privilegiados con desposeídos, tiende al equilibrio y termina derribando cuanta barrera erijan los de adentro. Es difícil encontrar una pared o muralla que haya servido para separar para siempre a los de adentro de los de afuera. ¿Es que hace falta recurrir a la historia para explicarnos cuan inútil y hasta estúpido es construir paredes —de concreto o de acero como quiere Trump—) ¿o con barreras de visas como pretenden los defensores del Brexit?

En todo caso, una pared sólo impide ver lo que hay del otro lado. Para eso sí funcionan: ahí estamos los latinoamericanos que escondemos nuestras ciudades perdidas, favelas o “villas de emergencias” cuando organizamos mundiales de futbol, olimpíadas o incluso cuando un mandatario pasea por los pueblos: fabricamos “Un Mundo Feliz”, que se derrumba al día siguiente del evento final.

No hay barrera física o burocrática que logre detener a una persona desposeída y desesperada: si no logra cruzar hoy, lo intentará mañana y, si no, pasado mañana. Nada lo detendrá hasta que esté del lado de adentro. Si migra, nada tienen que perder; si se queda, expone vida y porvenir: suyo y de su familia. No existe incentivo más fuerte ni decisión de más fácil resolución. La desesperación crea superpoderes.

Y este desbalance no es coyuntural. El banco Credit Suisse publicó recientemente un informe de distribución mundial de la riqueza, donde muestra que el 70% de la población mundial en edad de trabajar debe conformarse con repartirse el 2.7% de la riqueza global. Sería una negación rayana en la estupidez que, con semejante abismo y tendencias, creyéramos que se pueda vivir en un mundo de armonía y paz.

Urge iniciar un debate sustantivo que nos aleje de la absurda discusión sobre si un muro debería ser de concreto o de acero. Partamos de la premisa de que la causa de la migración en el mundo es la desesperación: la desesperación causada como resultado de intervencionismos coloniales o neocoloniales (Africa y Centroamérica desde el siglo XIX, o más recientemente Libia, Oriente Medio); por desastres naturales (África sub-Sahariana, el Caribe); y/o por persecuciones raciales, étnicas o religiosas (Los Balcanes, Rohingyas en Myanmar). El denominador común es que todas terminan en hambrunas, epidemias, disrupción de servicios vitales, corrupción o genocidios.

¿Qué queda entonces al de afuera, sino intentar meterse adentro, allí donde nunca caen las bombas, los estantes de los mercados están llenos y el ébola es sólo una foto en la segunda sección del diario? Sería iluso pretender aquí ofrecer soluciones para resolver las causas de la desigualdad y la migración en el mundo, pero aquellos que tenemos la fortuna de “estar adentro” bien podríamos trazarnos una hoja de ruta y compromisos colectivos que marquen un punto de inflexión.

Hagamos que la búsqueda de soluciones de fondo se convierta en tema central en escuelas, universidades, medios, sociedad entera. Provoquemos la discusión de iniciativas que contribuyan a erradicar las inequidades extremas y las causas de la migración. Sólo como ejemplo. Muchos estudios confirman que el emigrante preferirá migrar lo más cerca posible de su tierra. Quizás entonces el problema de la frontera norte de México se resolvería mejor en su frontera sur.

Podría haber mérito en evaluar un esfuerzo conjunto entre EU, Canadá y México para crear polos de crecimiento en el sur de México y Centroamérica. En este modelo de cooperación, México comprometería un cupo razonable de empleos a ciudadanos de sus vecinos del sur y sus vecinos del norte aportarían fondos significativos e incentivos para el desarrollo. Hasta podríamos comenzar por dedicarle 5.7 billones de dólares. Justo lo que cuesta la pared de Trump.

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