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El estilo personal de gobernar

María Amparo Casar

María Amparo Casar

A juicio de Amparo

La pregunta sobre el “estilo personal de gobernar” de López Obrador se ha vuelto recurrente. La interrogante suele buscar una respuesta —según quién la pregunta y quién la contesta— apologética y laudatoria o difamatoria y detractora.

No va por ahí. La frase hace referencia al título del libro (1974) de Daniel Cosío Villegas. Decía el autor: “Puesto que el Presidente de México tiene un poder inmenso, es inevitable que lo ejerza personal y no institucionalmente… Es decir, que el temperamento, el carácter, las simpatías y las diferencias, la educación y las experiencias personales influirán de un modo claro en toda su vida pública y, por tanto, en sus actos de gobierno”. Agrega que esto es cierto en cualquier país, pero que es significativo que este rasgo sea más acusado en las viejas monarquías que en los estados democráticos modernos y que en éstos “la tradición y las instituciones son más fuertes que el hombre y, por lo tanto, son capaces de frenar con eficacia la acción pública personal”. La situación, afirma, es muy otra en nuestro caso: “Cuenta la debilidad de la tradición y las instituciones, que permite al hombre, al individuo, desoírlas y hasta desafiarlas”.

Contrario a lo que muchos piensan, don Daniel no hace un análisis de la personalidad —temperamento, carácter, simpatías, educación y experiencias personales— del presidente Echeverría, sino de sus actos de gobierno. Los analiza para después lanzar, en todo caso, algunas apreciaciones para determinar lo que hay de personal en ellos.

Eso es lo que procede 45 años después: un análisis de los actos de gobierno para “ayudar un poco al entendimiento de la vida pública”. Eso es lo que nos toca hacer y lo que hacemos los académicos, analistas, especialistas y técnicos. Y aquí vuelvo a Cosío Villegas: la crítica es apreciación o valoración y no por fuerza condenación. También toca el diálogo. Pero no eso que AMLO llama “diálogo circular” (confieso que no sé a qué se refiere) y dice practicar en las mañaneras. El diálogo no se trata de tener la oportunidad de que dos personas expongan sus ideas alternadamente, sino que “al hablar por segunda vez uno de los parlantes, debe presentar sus ideas en función de las que acaba de exponer el otro y no cerrarse a cualquier observación, limitándose a responder las mismas ideas como si nada hubiera pasado”. Ahí está la frase de “yo tengo mis datos y son distintos” tan típica del Presidente.

El estilo personal de gobernar puede reservarse para algunas cosas que, al final, quedarán como anécdota: abrir Los Pinos al público, transportarse en coches austeros, viajar en líneas aéreas comerciales, aguantar las largas mañaneras de pie, placearse por todo el territorio, vestir sencillamente o usar lenguaje llano. Esto puede gustar o no, pero en poco o nada afectan el ejercicio de gobierno.

Lo que debe ocuparnos son los actos de gobierno y la posibilidad de que las instituciones frenen —cuando así lo amerite la ocasión— la acción pública personal. ¿Pueden hacerlo?

Nadie en su sano juicio podría decir que las condiciones en 2019 son las mismas que en 1974, cuando don Daniel escribió: “Como en México no funciona la opinión pública, ni los partidos políticos ni el parlamento ni los sindicatos ni la prensa ni la radio y la televisión, un presidente de la República puede obrar, y obra, tranquilamente de un modo muy personal y caprichoso”.

A partir de entonces se formaron partidos, el Congreso se convirtió en contrapeso, la SCJN pudo frenar actos inconstitucionales, surgieron medios independientes, una sociedad más organizada y órganos autónomos que toman decisiones con base en criterios técnicos.

Estas instituciones distan mucho de ser perfectas y en muchas ocasiones su proceder ha sido cuestionable y cuestionado. Pero ahí están y lamentablemente se comienza a percibir un proceso no de avance, sino de retroceso: recortes presupuestales que afectan su viabilidad, desmantelamiento de dependencias, partidos de oposición en su mínima expresión, intentos de cooptación o desaparición de los órganos autónomos, una Fiscalía que todavía no comienza siquiera a tomar forma.

El problema no es el estilo personal de gobernar. Es que el poder regrese a gravitar alrededor de la figura presidencial sin contrapesos, respeto a la legalidad y a la institucionalidad.

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