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¿Adversarios o críticos?

María Amparo Casar

María Amparo Casar

A juicio de Amparo

En campaña, todos los candidatos prometen el oro y el moro. Al ocupar la silla, como por arte de magia se dan cuenta de que el país está en ruinas, que resolver problemas no es tan fácil, que no pueden cumplir sus promesas y que necesitan a quién culpar. El villano siempre es la administración anterior, o la anterior, o la anterior. López Obrador no es la excepción, aunque en agosto pasado afirmó que no quería ya “seguir responsabilizando a los de la administración pasada y a los de antes de esa administración… ya es nuestra responsabilidad… hay grandes, graves problemas nacionales y los tenemos que enfrentar”.

No le falta razón cuando dice que le heredaron una situación en extremo compleja. No un país en ruinas, pero sí uno con problemas muy graves como la corrupción, la violencia, la inseguridad, la desigualdad y la pobreza que, en un año de gobierno, no se pueden enderezar. Otra cosa es si las políticas por las que está optando tienen algún viso de poder resolverlos y si las metas y los tiempos que él mismo se ha autoimpuesto son realistas. La respuesta a ambas interrogantes es que no y que por más que repita que vamos bien, está faltando a la verdad. El Presidente lo sabe y en su fantástica retórica mañanera se le ha ocurrido ahora culpar de la falta de resultados a aquellos que apuestan a su fracaso. La autocrítica o la rectificación están fuera de su vocabulario.

El 1º de septiembre lo dijo con todas sus letras: “…los conservadores que se oponen a cualquier cambio verdadero y están nerviosos o incluso fuera de quicio; sin embargo, no han podido constituir, y esto lo celebramos y toco madera, para que no se pueda crear un grupo o una facción con la fuerza de los reaccionarios de otros tiempos… están moralmente derrotados”.

Fue la primera llamada. Ha habido muchas. Casi todos los días identifica a algún adversario y le imputa el ser neoliberal, conservador, corrupto, contrario al cambio, reaccionario, retrógrado, nostálgico del pasado... Imputaciones, casi siempre, sin sustento, para justificar la falta de resultados.

La última llamada, producto del cuestionable y cuestionado operativo de Culiacán, ha adquirido otro tono. Un tono peligroso e inadmisible. Ha optado por hacer comparaciones con el pasado golpista de la era de Francisco I. Madero. Más allá de que, como lo ha demostrado H. Aguilar Camín (Milenio 4/11/19), la comparación no tiene ni pies ni cabeza, andar invocando al golpismo es una irresponsabilidad. Más lo es a través de las redes: “¡Qué equivocados están los conservadores y sus halcones! Pudieron cometer la felonía de derrocar y asesinar a Madero porque este hombre bueno, Apóstol de la Democracia, no supo, o las circunstancias no se lo permitieron, apoyarse en una base social que lo protegiera y respaldara”. Y más, “Ahora es distinto. Aunque son otras realidades y no debe caerse en la simplicidad de las comparaciones, la transformación que encabezó cuenta con el respaldo de una mayoría libre y consciente, justa y amante de la legalidad y de la paz, que no permitiría otro golpe de Estado” (2/11/19).

Hay, desde luego, críticos de su gobierno y sus políticas. Los hubo con Peña Nieto, quien tenía una prensa tanto o más adversa. Nunca se habló de intenciones golpistas. Quejas contra la prensa hubo muchas, pero desde hace 37 años, cuando el 7 de junio de 1982 López Portillo dijo, “No pago para que me peguen”, en el contexto de que su administración decidió cancelarle la publicidad oficial a Proceso, no había habido otra frase tan insolente y derogatoria para la prensa como la usada por López Obrador citando a Madero: le muerden la mano a quien les quitó el bozal. Ya basta de amarillismo y de la espectacularidad, les espetó.

Ninguno de sus supuestos adversarios políticos -porque lo que hay son críticos de su gobierno- ha llamado a la subversión; ninguno a desconocer los poderes constituidos; ninguno, al menos de los que él menciona, tiene poder para descarrilar al gobierno, mucho menos para derrocarlo. Si él tiene otra información, que la ofrezca. La triste realidad es que hoy los partidos de oposición están fragmentados y debilitados. La feliz realidad es que todavía la mayoría creemos que Morena y López Obrador llegaron por la vía democrática al poder y que queremos que así siga siendo.

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