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El camarada

Marcelino Perello

Marcelino Perello

¿Qué me pongo?

Se dice que el cisne grazna únicamente a las puertas de su muerte. Que de alguna manera la prevé. Es una bella y embriagadora melodía fúnebre. Un lamento brillante y conmovedor.

Yo he utilizado más de una vez esa sugerente figura en un intento de describir del modo más sintético, lapidario y expresivo, lo que representó la década de los años sesenta, que tuve el privilegio de vivir con intensidad. Entre otras cosas se trató, sostengo, del canto del cisne de la revolución. La perspectiva de transformación revolucionaria del mundo, esa que tanto nos entusiasmó a los jóvenes rebeldes de entonces, se nos quedó en los brazos.

La promesa de un porvenir diferente nunca se cumplió. También he sostenido, desde otra óptica, distinta y complementaria, que aquellos años constituyeron una eyaculación precoz. Un éxtasis exultante pero precipitado y prematuro, y por lo tanto infértil. Fueron una fiesta, una borrachera. Lo que siguió a partir de los setenta fue la cruda, la resaca, la parálisis agónica.

En un intento de expresar lo que representó aquel periodo excepcional y desbocado de la historia contemporánea, lo he definido como una década de 15 años. Es un axioma, una de las arbitrariedades que a los matemáticos nos son permitidas. Así pues, establezco, con tal de fijar cotas lo más precisas y representativas posibles, las fechas exactas de inicio y final de aquel maremágnum.

Acordemos, pues, indulgente lector, que el decenio sesentista se inicia el primero de enero de 1959, con la entrada triunfal a la ciudad de La Habana de las tropas guerrilleras del Movimiento 26 de Julio, encabezadas por Fidel. A partir de ese momento todo parecía posible. Fuimos capturados por el encanto de la certeza. Durante unos años, tan pocos, vivimos la eternidad.

El sueño terminó abruptamente. Nos despertamos atónitos el 11 de septiembre de 1973, cuando un golpe militar termina sanguinariamente con el régimen que, bajo el mando de Salvador Allende, se había instaurado en Chile. De nuevo la repercusión, significación y consecuencias de tal funesto acontecimiento sacudió la historia universal. La posibilidad de la transición pacífica al socialismo había sido brutalmente cercenada. La ilusión, en todos los meridianos y paralelos del planeta se desbarrancó. Fue desbarrancada.

El festín audaz y creativo se produjo sobre todos los campos del quehacer humano: en el de la cultura, el arte, la ciencia, el pensamiento, y en el de la política. Muy en particular en el pensamiento y la política revolucionarias. Los dos mástiles en torno de los cuales gira vertiginosa la movilización libertaria mundial serán la propia revolución cubana y la heroica resistencia del pueblo vietnamita en contra de los invasores yanquis. Nace el Tercer Mundo, como concepto y realidad.

Se produce el levantamiento unánime y arrollador de toda África en contra del colonialismo. América Latina entera se puebla de movimientos guerrilleros, a cual más vigoroso y ambicioso, que inspirados en el cubano, pretenden dar un vuelco a la realidad, tan a menudo desoladora, del continente.

En Estados Unidos las fuerzas sociales entran en ebullición. Los hermanos Kennedy son asesinados, en lo que, sin duda alguna, al día de hoy puede ser concebido como sendos golpes de Estado. La lucha de los negros por su emancipación, tanto en la versión soft de Martin Luther King, como en el hard, de Malcolm X, conocen un auge descomunal. A pesar de que ambos líderes morirán acribillados, el movimiento resultará irresistible e irreversible.

Incluso el campo socialista se ve sacudido por el surgimiento de una disidencia poderosa y variopinta. La llamada Primavera de Praga, encabezada por Alexander Dubcek y la consecuente intervención militar del Pacto de Varsovia —lease Unión Soviética— no harán sino exhibir de manera dramática las contradicciones y tensiones que a la postre llevarán al naufragio del campo socialista europeo y del movimiento comunista internacional.

Al frente de los comunistas mexicanos se encontraba, a lo largo de todos esos años, un joven obrero revolucionario sinaloense que supo capitanear con sagacidad y carácter el frágil bajel tanto en los momentos de euforia como en los de decaimiento. Quién sabe qué fue más difícil. Su gestión como secretario general del Partido Comunista Mexicano no estuvo exenta de críticas y enfrentamientos álgidos, como no podía ser de otra manera, pero estoy convencido de que gracias a su talento, dedicación y don de gentes, el partido salió en buena medida del marasmo y la confusión en que había sido atrapado, y logró sortear, si no con éxito sí con dignidad, los numerosos y temibles escollos a los que debió enfrentarse.

Conocí a Arnoldo Martínez Verdugo pocas semanas después de mi ingreso al Partido Comunista Mexicano en 1965, y me cautivó enseguida. En plena clandestinidad asistió a sostener una larga y jugosa plática con los jóvenes militantes de la Facultad de Ciencias. Su personalidad, ecuánime pero enérgica, resultaba imbatible. A pesar de que yo formaba parte del sector crítico de la Juventud Comunista y como tal tuvimos varios enfrentamientos ríspidos. Sin embargo, con los años, tanto en los de mi participación activa en México, como después en las varias ocasiones en las que nos encontramos durante mi exilio en Europa, esa primera impresión nunca cambió ni menguó.

Martínez Verdugo supo combinar con habilidad inusual su papel de aparatchik, es decir, de miembro de la burocracia comunista, nacional e internacional, con su activismo irrenunciable, siempre cercano a las bases y con su talante conciliador y respetuoso. En particular, supo vencer resistencias y resquemores, y durante su gestión, el sector universitario de la militancia conoció un crecimiento y un auge inusitados. Puedo decir, sin titubeos, que fue gracias a ese fortalecimiento del comunismo estudiantil que el movimiento de 1968 tuvo la magnitud y el brillo que lo caracterizaron. Arnoldo dio gran prioridad a ese sector del partido y se ocupó personalmente de estimularlo y de ir resolviendo los problemas que a cada rato se atravesaban.

Para obtener resultados formuló iniciativas novedosas, logró avances notables organizando células habilitadas entre jóvenes universitarios novatos truncando oposiciones sectarias. Visitó incansable cada asamblea a menudo incluso logrando acuerdos difícilmente objetables. Nunca intentó reprimir voces adversas ni animadversiones.

Arnoldo, el viernes dejaste finalmente las filas de este mundo. En tus últimos años debiste enfrentar dificultades ingentes, distintas, y mucho más oscuras que las que venciste al frente del navío revolucionario. No obstante, tu papel fundamental desde la cabina de mando entre aquellas aguas procelosas es inolvidable. Supiste navegar el sueño. Salud, camarada.

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