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COP25, aún sin novedades al frente

Lorena Rivera

Lorena Rivera

Los océanos, los más grandes sumideros de carbono y dadores de vida, se quedan sin oxígeno. Y eso es una mala noticia para la estabilidad del clima. También es un peligro para la vida marina, las especies destinadas para la alimentación humana y las fuentes de empleo para aquellas poblaciones costeras que dependen de las pesquerías.

Con el aumento de las temperaturas, producto del cambio climático y otras actividades humanas, el oxígeno de los océanos ha disminuido aproximadamente 2% entre 1960 y 2010.

En cinco décadas, las actividades dependientes de los combustibles fósiles, la sobrepesca y la contaminación han puesto a los océanos en fragilidad y desequilibrio.

Se nos olvida que este gran ecosistema proporciona entre el 50 y el 90% del oxígeno para vivir.

Gracias a las investigaciones de 67 científicos de 17 países, hoy sabemos que la desoxigenación de los océanos es un hecho de la crisis climática y la contaminación por aguas residuales y prácticas agrícolas, que amenazan a especies como tiburón, atún y pez vela, que, por ser de gran tamaño, requieren mayores cantidades de oxígeno para vivir.

Esos animales marinos y otros más podrían quedarse sin aliento si no se frenan las diversas formas invasivas y depredadoras de producción y consumo.

Sin oxígeno suficiente, esas especies se acercarán más a la superficie, donde sí lo hay, lo cual los llevaría directo a las redes de la sobrepesca, advierten los científicos.

El informe de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, por sus siglas en inglés), presentado el sábado 7 de diciembre en el marco de la COP25, en Madrid, es el estudio más grande de su tipo realizado hasta ahora.

El documento Desoxigenación de los Océanos: el Problema de Todos, señala que, a gran velocidad, aparecen más zonas muertas en los océanos, donde los niveles de oxígeno son muy bajos o nulos.

Los científicos identificaron 45 sitios en 1960 y ya hay 700, donde acecha el riesgo de extinción masiva. Así que revertir esa tendencia requiere acciones climáticas y ambientales urgentes.

Debería imperar el trabajo conjunto para trazar planes y ejecutarlos —sin pérdida de tiempo— echando mano de los mecanismos disponibles para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y dejar de usar los océanos como si fueran enormes vertederos sin consecuencia alguna. Pero no se está haciendo.

En la presentación, Dan Laffoley, asesor principal de Ciencias Marinas y Conservación en el Programa Mundial Marino y Polar de la UICN y coeditor del informe, alertó que “para detener la preocupante expansión de las áreas pobres en oxígeno, necesitamos frenar de manera decisiva las emisiones de gases de efecto invernadero”.

A pesar del llamado, ciertamente, el sentido de urgencia de la descarbonización de las economías no logra verse en el horizonte cercano. Han pasado cuatro años desde que se firmó el Acuerdo de París y las emisiones de GEI han aumentado cuatro por ciento.

Otro dato desalentador, dado a conocer la semana pasada en la COP25, fue el informe anual sobre el estado del clima por parte de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), el cual concluye que 2019 cierra una década de calor excepcional debido al aumento de las emisiones de GEI.

Qué más desesperanzador que lo dicho por Petteri Taalas, secretario general de la OMM: “Las cosas están empeorando... La única solución es deshacerse de los combustibles fósiles en la producción de energía, la industria y el transporte”.

Y se suma la carta del papa Francisco dirigida a Carolina Schmidt, ministra de Medio Ambiente de Chile y presidenta de la COP25, en la cual dejó ver su decepción.

En ella asegura que, cuatro años después —del Acuerdo de París—, la necesidad de trabajar unidos sigue siendo muy débil e incapaz de responder al sentido de urgencia y de respuesta rápida que exigen los datos científicos sobre el cambio climático.

Destaca que las iniciativas son tímidas y no conseguirán “respetar el calendario exigido por la ciencia” y aún no está claro “cómo se repartirá el costo que requieren”.

Se supone que la COP25, allá en Madrid, es, después de la de París, definitoria y punto de partida, pero ha arrojado más señales desalentadoras y sin muchas novedades. Incluso, es evidente el escepticismo del secretario general de la ONU, António Guterres, de lograr eco al llamado de aumentar la ambición climática.

La generación de líderes mundiales y sociedades “adultas” está muy por debajo de las expectativas de los jóvenes, quienes exigen acciones contundentes a través de sus manifestaciones ordenadas y pacíficas.

La Tierra está llegando al límite de lo que puede soportar.

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