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Australia arde

Lorena Rivera

Lorena Rivera

Desde agosto pasado, Australia vive profundas y prolongadas sequías, con calores infernales, lo cual desató tempranamente la temporada de incendios forestales. De entonces a la fecha, las desgracias no dejan de aumentar. No es exagerado decir que la dimensión es catastrófica.

Las tecnologías en medios de comunicación y redes sociales han permitido, a aquellos que estamos al otro lado del mundo, ver en tiempo real paisajes desoladores y calcinados por las llamas.

Los satélites de la NASA muestran cómo el denso humo de los incendios llega a Nueva Zelanda, país a dos mil kilómetros de distancia, así como a Chile y Argentina.

A través de las imágenes satelitales se han contabilizado más de 200 incendios activos.

En noviembre y diciembre, los siniestros se fueron intensificando, pero el primer ministro, Scott Morrison, desestimó los hechos, a pesar de que los cuerpos de bomberos, autoridades locales y especialistas en cambio climático y ambiente le plantearon escenarios de graves problemas ambientales y de seguridad.

Pero en este caso, como en muchos otros, la negligencia es culpable de las desgracias.

Cada cifra arrojada no deja de sorprender: más de seis millones de hectáreas hechas cenizas, 480 millones de animales afectados y muertos (calcinados, asfixiados o por falta de alimentos y refugio); 21 personas han fallecido, se calculan entre 17 y 20 desaparecidos, más de mil 400 hogares quemados, miles de personas han sido desplazadas y otras tantas están aisladas.

Pongámonos por unos segundos en los zapatos de esas familias a las que no les quedó de otra más que abandonar sus patrimonios porque las llamas estaban a un tris de quemarlos unas horas antes de las celebraciones de Navidad y de Año Nuevo.

Sí. Miles de familias australianas no tuvieron la suerte que usted y yo sí tuvimos de celebrar esas fechas con los seres queridos.

Algunos quizá digan: “Y a mí por qué debe importarme lo ocurrido en Australia”. Porque en esta ocasión le tocó a ese país, pero a nosotros podría pasarnos, también tenemos sequías y una alta incidencia de incendios forestales. La crisis climática nos pega a todos.

Ambientalistas y climatólogos señalan que lo peor no ha pasado, pues el 21 de diciembre recién inició el verano austral.

Las temperaturas han oscilado entre los 47 y 50 grados centígrados y los fuertes vientos siguen amenazando, pues esta combinación agrava los cientos de incendios en el país.

El sureste es de las regiones más afectadas. Incendios intensos, humo muy denso y tóxico, tanto que los cielos han cambiado sus tonalidades.

En estos días hemos visto fotografías y videos impactantes de cielos de color anaranjado brillante, llamas infernales arrasando árboles y casas, animales calcinados y heridos, así como especies huyendo —en manadas, parvadas y en solitario— en busca de refugio, incluso con los humanos.

El cálculo de Chris Dickman, investigador de la Universidad de Sydney, es de 480 millones de animales, entre afectados y muertos, desde el inicio de estos incendios a la fecha, e incluye canguros, koalas, serpientes, lagartijas y varias especies de aves.

Otros investigadores indican que los fuegos empujarán a varias especies a la extinción, como los dunnarts —pequeños marsupiales nocturnos del tamaño de un ratón—, endémicos de Kangaroo Island; así como los bandicoots marrones del sur, otros pequeños marsupiales que habitan en el sudeste de Nueva Gales del Sur.

Cada especie que desaparece debe ser un recordatorio de nuestras acciones. Los incendios son consecuencia, así como el cambio climático.

Afortunadamente, ha habido personas que han acogido en sus casas a animales, como koalas asustados y heridos, incluso han puesto en riesgo su integridad para rescatarlos de entre las llamas. Niños que no dejan de abrazar a sus perros tratando de consolarse mutuamente.

No hay que olvidar a Oso, un perro que rescata koalas y quoll, otro pequeño marsupial.

Qué decir de las acciones de la familia del Cazador de cocodrilos. Bindi Irwin, hija del finado Steve Irwin, informó que su hospital dedicado a la vida silvestre, en Queensland, ha atendido a 90 mil animales heridos, más los que sigan llegando.

La solidaridad con los otros, con los más vulnerables e indefensos, en catástrofes como la de Australia, es un gesto humano que no debe desvanecerse.

Son muchas imágenes tristes y desoladoras que nos recuerdan la fragilidad de la vida.

Y la que puede considerarse como simbólica es la que hace un par de días dieron a conocer medios australianos.

Una cría de canguro, al tratar de escapar de los incendios, quedó calcinada, al atorarse entre los alambres de una cerca.

Esto es lo que sucede en la lejana y gran isla de Oceanía. Los incendios forestales dejan ver un futuro desolador para la biodiversidad única de Australia.

 

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