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Ni alianza ni candidato

Leo Zuckermann

Leo Zuckermann

Juegos de poder

Ayer comentaba, en este espacio, que la debacle del PRI se debió a la corrupción. Toca hoy hablar del otro desastre electoral del domingo pasado: El de Ricardo Anaya y el Frente PAN-PRD-MC. Ciertamente, este candidato quedó en segundo lugar, por arriba del priista (Meade). Pero quedó rezagadísimo del ganador de la contienda. Obtuvo nada menos que 30.5 puntos porcentuales menos que López Obrador, una barbaridad equivalente a 13 millones 878 mil votos.

Para entender el mal resultado de Anaya, comparémoslo con lo ocurrido hace seis años, cuando el PAN quedó en tercer lugar después de una pésima campaña. En la elección presidencial de 2006, la candidata panista, Josefina Vázquez Mota, obtuvo 12 millones 769 mil votos, equivalentes al 25.7% de la votación nacional. El domingo, Anaya, quien iba como candidato no sólo del PAN, sino también del PRD y MC, consiguió 10 millones 250 mil votos, equivalentes al 22.5%. Esto quiere decir que Josefina, sólo con el PAN, tuvo 3.2 puntos porcentuales o dos millones 519 mil votos más que Anaya, quien estaba apoyado por tres partidos.

El domingo, Anaya sólo ganó en 13.3% de las 156 mil 823 casillas instaladas. Triunfó en una sola entidad federativa: Guanajuato. Ni siquiera ganó en Querétaro, su estado natal y donde comenzó su carrera política.

Por donde se vea, un desastre. Resulta evidente, hasta tautológico, afirmar que la alianza del PAN con el PRD y MC no funcionó. Era, sin duda, una jugada arriesgada. Y, como toda apuesta de este tipo, podía haber dejado altos rendimientos, pero también grandes pérdidas. Hoy sabemos que el saldo fue negativo, sobre todo para el PAN que, en la negociación del Frente, le cedió importantes candidaturas al Senado y Cámara de Diputados al PRD y MC. De acuerdo con la última proyección de cómo quedará el Poder Legislativo, con base en los datos del PREP, el PAN va a tener 24 senadores de un total de 128, diez menos de los que tiene hoy. En cuanto a diputados federales, Acción Nacional contará con una bancada de 76 legisladores, 31 menos que la legislatura actual.

El Frente no sumó. Por el contrario, restó. El PAN se diluyó ideológicamente, lo cual se reflejó en la campaña de Anaya. El candidato no propuso nada por miedo a quedar mal con algunos de sus socios. Los divergentes intereses y convicciones de los tres partidos le impidieron a Anaya tomar posturas francas sobre lo que pensaba hacer y con quién. El candidato nunca pudo posicionar un solo tema de campaña. Hasta la que parecía su principal propuesta —el Ingreso Básico Universal— terminó perdiéndose en el olvido. En suma, el Frente se convirtió en un nudo gordiano que atoró una campaña que se convirtió en un gran bostezo.

En cuanto al candidato, las expectativas eran muy altas cuando comenzó la contienda. Llegaba un joven político que había maniobrado eficaz e implacablemente para quedarse con la candidatura presidencial del PAN, PRD y MC. En el camino había superado a pesos pesados de la política.

Anaya comenzó prácticamente empatado con Meade. Fue creciendo, de tal suerte que rebasó al priista y se posicionó como el candidato con más posibilidades de ganarle a AMLO. Vino, entonces, el ataque del gobierno de Peña y el PRI en su contra: La burda utilización de la PGR para frenarlo con un presunto caso de lavado de dinero. Lo amenazaron con perseguirlo judicialmente. Algo que era previsible porque el gobierno de Peña había hecho exactamente lo mismo para sacar a Josefina Vázquez Mota de la contienda por la gubernatura del Edomex.

A diferencia de lo que hoy dice López Obrador, de que Peña no se metió en la elección, la verdad es que sí lo hizo para afectar a Anaya, quien tenía que haberse preparado para cualquier ataque. No lo hizo. Por el contrario, el golpe lo desequilibró y funcionó para detener, a partir de febrero, su crecimiento. Nunca pudo recuperarse. El artero ataque enseñó que Anaya no estaba preparado para ser candidato presidencial, mucho menos Presidente. Le faltó madurez y experiencia, cosa que le sobraba a AMLO.

A esto hay que sumar su frialdad. Su risita falsa se convirtió en motivo de burla. Nunca pudo, me parece, conectar con el electorado, sobre todo con los jóvenes, donde tenía una gran oportunidad por su corta edad. No emocionaba ni trasmitía pasión alguna. Un témpano de hielo que tenía enfrente a un volcán tabasqueño.

En suma, no funcionaron ni la alianza ni el candidato. La combinación resultó letal y produjo otra derrota histórica. No como la del PRI, pero sí de grandes proporciones.

                Twitter: @leozuckermann

 

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