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COVID-19: un virus elitista

Kimberly Armengol

Kimberly Armengol

Rompe-cabezas

Hemos hablado ya hasta el hastío del coronavirus, pero no podemos dejar de mencionarlo frente a la increíble situación internacional que estamos viviendo.

A pesar de las críticas internas e internacionales que nos hemos ganado a pulso por algunas declaraciones jocosas y absurdas de las autoridades federales sobre cómo actuar frente a la crisis, es indispensable tomar medidas económicas en este mismo instante. Entender que México no es Estados Unidos, no es España, no es Francia. Nosotros estamos jodidos.

Comprendo (pero no comparto) las declaraciones del presidente López Obrador en las que exhorta a retrasar las medidas de distanciamiento social. Y es que la realidad mexicana nos rebasa. El confinamiento va a llevar a la muerte a la población pobre. Es fácil criticar desde el privilegio en nuestro sistema de castas.

Más de 50 millones de mexicanos viven en la pobreza y más de 60% en el sector informal (sin prestaciones, sin sueldo, sin servicios de salud), ¿qué va a hacer el Ejecutivo para ayudar a esa población vulnerable que NO puede dejar de trabajar? No puede dejar de percibir ingresos ni por un día. Sobrevive por sus propios medios y ha sido abandonada históricamente por todos. Si no trabaja un día, no come. Ya ni hablar de comprar una caja de paracetamol.

¿Entendemos que para la población pobre de nuestro país es un viacrucis conseguir el dinero del pasaje para ir a un hospital público? Y es justo ahí donde el COVID-19 es un virus elitista.

Para muchos, esta situación nos llena de sensaciones que van desde el miedo, la introspección y —hasta— la transformación. El privilegio de parar y analizar lo que estamos haciendo mal. La oportunidad de valorar nuestras bendiciones.

Todo ello, gracias a que nos podemos dar el lujo de trabajar en casa, pedir comida a domicilio, distraernos con la serie en turno de Netflix e incluso ir rápidamente por algún postre, evitando a toda costa el contacto cercano y tocar lo menos posible superficies, muebles y personas. Con nuestro glamuroso gel antibacterial.

Sufrimos desde el privilegio, incluso la clase media.

Del otro lado, sí, para quien nos vende la comida, quien nos la trae a casa, quien limpia nuestra calle, quien vende periódicos o quien empaca en el supermercado la realidad es terrible, ya que el COVID-19 podría matarles, pero también el hambre y la necesidad.

Aunado a la oportunidad histórica que se nos presenta para la introspección y el cambio, tenemos que replantear nuestro modelo económico injusto, excluyente e indigno. Aquel donde nuestros hermanos duermen con hambre, no tienen recursos para medicamentos y no pueden parar ni un momento en una carrera frenética por sobrevivir.

 

PRUEBAS, PRUEBAS Y PRUEBAS

Es alentador ver la baja tasa de contagios en México, la lentitud de la propagación en comparación con las naciones mas afectadas. La cuestión es: ¿esas centenas de casos sospechosos que nos muestran cada noche? ¿Están detectando correctamente a los enfermos?

Son decenas de testimonios a los que no les hacen la prueba, a los que no les dan seguimiento telefónico como prometen las autoridades, los mandan con paracetamol a su casa sin ninguna confirmación o, en caso contrario, les hacen la prueba y pasan días y días sin entregar los resultados. ¿Por qué no podemos aprender de la experiencia de otros países?

 

POST SCRIPTUM

Las imágenes de italianos cantando desde sus balcones en la cuarentena dieron la vuelta al mundo como un símbolo de esta crisis, un símbolo de solidaridad en la soledad.

Desafortunadamente, un grupo de “colonos” de Santa Fe, en la Ciudad de México, se unieron para cantar el tradicional Cielito Lindo después de 14 minutos de confinamiento voluntario. Ridículos.

Me gustaría saber si estos ciudadanos solidarios —que nos obsequian apoyo moral con sus cánticos— ya mandaron al personal doméstico a sus hogares y con su sueldo íntegro y, también, si los tienen afiliados al IMSS para recibir atención médica. ¿Ya estarán ellos mismos limpiando sus excusados? ¿Usted qué opina? ¿A que no?

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