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Un México dividido: concepción equivocada

Julio Faesler

Julio Faesler

Desde el imponente Capitolio, Joe Biden inicia su presidencia con un llamado a la unidad nacional. Que el pueblo norteamericano haga un sólo frente ante los problemas del momento es el tema central de su primer discurso.

La unidad de Estados Unidos es indispensable si esa nación, por ahora la más poderosa del mundo, ha de vencer los ahora innúmeros retos que enfrenta después del impredecible y descarriado cuatrienio de Trump.

La unidad es indispensable. Desde las sagradas escrituras se sabe: un reino dividido contra sí mismo caerá irremisiblemente. Así, cualquier país. Los tiempos son difíciles. Biden los enumera: pobreza, violencia, conflictos religiosos, profundos y ancestrales odios raciales, rematados con agrios tribalismos locales. Estados Unidos está escindido, aún más que en su propia guerra civil del siglo XIX, que separó al país en norte y sur. Más que nunca se requiere unidad. Muchos pensamos que el llamado de Biden se aplica a un México que se presenta al mundo, por acusación propia, profundamente dividido.

La división entre la 4T y sus adversarios, los conservadores, o los fifís, a los que diariamente se refiere el Presidente, existe sólo en su concepción del país, pero no en la realidad. México no adolece de las hondas divisiones que enumeró Biden. No tiene más fisuras que las que le provoca la profunda desigualdad económica y educativa, contaminada de corrupción, que viene lastrando desde años. Hay, por el contrario, claras coincidencias de unidad del concepto de nación y de propósitos arraigados en una historia compartida, sufrida y vivida en común. Esta comunidad que se finca en tierra firme viene desde los sentimientos más comunes, se palpa y se vuelve evidente en cualquier viaje por la República, donde no se advierten rechazos a la nacionalidad ni a los valores que nos identifican, aquí y en el extranjero. Sólo en las lacerantes carencias que claman una atención sin corrupción ni violencias se escuchan los reclamos desde los extremos más apartados de nuestra geografía, sin más variantes que las regionales en su afán por mejorar niveles de vida, como también, por cierto, se oye en el vecino país al norte. Esa coincidencia de valores nos da fe y energía.

Sólo en la mente del Presidente está México irreparablemente dividido. La razón es que, desde sus inicios como líder político de oposición, necesariamente contestatario, recibió de sus mentores la narrativa de una sociedad escindida entre afortunados y expoliados y éste ha sido el motor de su cruzada personal hasta la fecha.

Esta visión de un mundo de contrastes sociales y económicos que se destruyen mutuamente —convertida en lucha sin cuartel de los que sufren los abusos, contra los que expolian al débil— es nítidamente contraria al concepto positivo y armónico de una sociedad como suma de potencialidades que busca y sabe avanzar superando sus limitaciones.

Contra la tosca distorsión maniquea de la sociedad, está el experimentado hecho de que los avances que se han dado en la historia han sido resultado de esfuerzos colectivos y de comunidades unidas en propósitos comunes.

Toda la estructura socioeconómica de México está bajo el más cruel de los asedios. No hay que dividir fuerzas. La urgencia actual convoca a la acción de todos los sectores nacionales sin excepción para, juntos, abordar la inédita convergencia de retos que se ha acumulado. Ese es el mejor aglutinador nacional.

Para salir de nuestra ya prolongada emergencia hay que hacer lo que vemos en países que han afrontado con éxito los desafíos de su retraso histórico. Ellos respondieron a las convocatorias de líderes que recetaron a sus inquietas multitudes coincidencia de metas y esfuerzo nacional compartido.

Es la experiencia de países que comenzaron con habituales pobrezas y en pocos años han surgido como prósperos dinamos agrícolas, industriales y de servicios, inundando ahora nuestros espacios con sus productos altamente competitivos. Estados Unidos comienza una nueva etapa, dejando atrás el aislado divisionismo de Trump que enfrentó a todos, propios y extraños, salvo los agresivos grupos que aún hoy se niegan a avanzar sus cortos intereses al ritmo de los nuevos tiempos.

No conjuraremos nuestros heredados atrasos si se insiste en un México inevitablemente dividido en campos opuestos, como lo concibe el Presidente, quien ya ha rebasado su utilidad de líder social y con cuyas decisiones a diario se empeña a pasos agigantados en apartarnos de la meta que, de otro modo, podríamos alcanzar.

 

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