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Cristóbal Colón y nuestro entorno

Julio Faesler

Julio Faesler

 

Se ha puesto de moda destronar figuras, derribar estatuas, ensuciar y grafitear imágenes de figuras que tuvieron su lugar en la historia y que fueron elementos que marcaron el paso de una etapa a otra en la gran aventura humana.

Ese destructivo proceso no discrimina. Igual anula militares, misioneros, científicos, ricos o pobres, reyes o súbditos, poderosos o víctimas. El propósito se logra aplicando la guadaña igualadora que no perdona, porque de lo que se trata es nivelar a lo mediocre, allanando al que sobresalió.  No hay quien se escape. Las virtudes no valen si se ha decidido lo contrario. Los que han dedicado su vida la ven perdida. Se ensalza al indigno y se ignora al sacrificado. Se desprestigian personajes, hasta los universalmente aceptadas como luminosas, para escudriñar en sus vidas para detectar defectos que sus admiradores ocultado o disimulado.

Colón es un caso. Como explorador zanjó mitos y abrió el horizonte del Mar Océano cuando atreverse más allá de las Columnas de Hércules era perderse en un espacio poblado de horroríferas criaturas. Colón es insigne en su momento.  

El osado viaje desde Palos llama la atención. Aunque hacía dos milenios que Eratóstenes había calculado por geometría la circunferencia de la tierra este dato no figura en las notas de Colón. A los monjes del Convento de la Rábida se les pasó revisar bien los documentos antiguos de sus antecesores escolásticos.

El ambicioso Almirante de todos los Océanos, no contaba sino con instrumentos astronómicos que por las noches lo guiaban, y la colección de imaginativas cartas náuticas. Los viajes de los portugueses que rodeaban África eran otra cosa. La distancia que el valeroso navegante pudo registrar, tras de tres meses de arduo pasaje, era apenas una fracción de la redondez de la tierra. No marcaba siquiera la mitad del proyectado viaje a Cathay. Colón murió convencido de haber llegado a Asia. De haber tenido a la vista las notas del geómetra griego la aventura no se habría realizado.

La recepción de Colón por los reyes católicos en Barcelona fue una serie de relatos de fantasía sino de muestras de lo que había al otro lado del Atlántico. La pareja de indios, las aves de colores, las especias y objetos desconocidos cumplieron la imaginativa europea para siempre. No todo, sin embargo, fue triunfo para el navegante.

La tosca personalidad junto a su desmedida ambición y arrogancia le ganaron a Colón un buen surtido de enemigos que desde el primer viaje no tardaron en dedicarse a cuestionar todos los aspectos de sus viajes para desprestigiarlo y destruirlo en lo personal, lo económico y fama. 

Cinco siglos han transcurrido desde la recepción en la Sala de Tinel. El revisionismo se incentiva en reclamos basados en hechos pasados que ordenan el presente. Reina un rechazo a lo actual y la condena del pasado. Las virtudes del pasado se descalifican sumariamente para proponer nuevas figuras, muchas hechizas, a la admiración general.

El valiente navegante y explorador que afrontó los temores de su momento, es presentado como el avieso introductor de insaciables y truculentos conquistadores. Se acabaron en varios países los Días de Colón, los de la Raza, de Hispanidad para ceder el paso al Encuentro de Dos Mundos. Descartado esto se exalta a los que lo resistieron. Surge en Estados Unidos el Día de los Pueblos Indígenas.

En la indiscriminada purga se arrasa con figuras admirables que fueron puentes entre culturas, moderadores de choques inevitables, bastiones de justicia e innúmeros ejemplos de caridad en el caos de ambiciones. Los Junípero Serra, los Motolinia. La crónica fácil de lo negativo prevalece. Aflora la revancha políticamente incitada.

No era correcto dejar pasar un aniversario más del viaje de Cristóbal Colón sin hacer, dentro de un ambiente iconoclasta, un comentario para reconocer su valor e intrepidez y subrayar la necesidad de una actitud que genere el entendimiento de hechos ya pasados y abundantemente analizados y explicados.

Repasar la historia para revivir rescoldos es lo menos que se necesita en un México donde, como todo el mundo, urge unir aspiraciones y coordinar acción.

El pasado no se acomoda al gusto. Pueden alterarse las fechas de un acontecimiento importante, como Porfirio Díaz ajustó su fecha de bautizo coincidiéndola con la del aniversario del Grito de Dolores o como López Obrador ajustó la fecha de la fundación de Tenochtitlán.

No hay rutas que guíen las soluciones que se irán abriendo entre los muchos retos de las próximas décadas. Nada se gana destruyendo recuerdos de lo que, a su manera y a su tiempo, en cada instante la humanidad fue descubriendo y aportando a una visión que inevitablemente se van integrando gracias a mayor y más amplia comunicación entre pueblos.

No tiene sentido destruir o sustituir monumentos. Hay que crear otros, seguramente nuevos. Ha habido muchos Cristóbal Colón en la historia universal. Cada uno aportó lo que creyó deber hacer y poder. Los ejemplos que dejaron son valiosos y enriquecen el haber espiritual nacional que es el mayor de los tesoros.

 

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