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Autoridad y respeto internacional

Julio Faesler

Julio Faesler

Es un reto encontrarle el hilo a los acontecimientos actuales que, unos a otros, se siguen en confusión. La ferocidad del crimen contra la familia LeBarón muestra hasta qué grado puede llegar  la inconsciencia inhumana cuando no hay frenos en la sociedad: traspasar todas las barreras, hasta las de la amoralidad.

La probada ineptitud del poder público ante la osadía de la delincuencia en Culiacán es otro caso. Los huecos que deja la falta de respuesta de la máxima autoridad, ante las insultantes afrentas de la anarquía –que se ha adueñado de las ciudades– son otro jirón que se desprende de la descomposición.

Sanear las condiciones de vida del país depende de que usemos, con convicción y valentía, los instrumentos electorales que estarán a nuestra disposición en 2021. Responder el llamado al voto dio formidables resultados en el pasado. Las elecciones de 1997 instalaron la mayoría opositora en la LVII Legislatura de la Cámara de Diputados, preámbulo del triunfo cívico que cambió el rumbo de la presidencia en el 2000.

La fuerza ciudadana abrió la historia a la nueva dimensión política del país, iniciada en aquel entonces. Si hay democracia todos ganan. Los partidos que pierden retoman, con mayor convicción, la bandera de sus propuestas y las afinan para la siguiente justa. El ganador se entrega a conocer los éxitos y los sinsabores del poder.

El año 2019 que está por terminar fue, para el régimen de Andrés Manuel López Obrador, uno de prueba. Sus supuestos de gobernanza lo enfrentaron a cada una de las colosales responsabilidades que él mismo complicó con su repulsa universal a todo lo que creía de que sus antecesores, sintetizados en neoliberales, conservadores y adversarios, le heredaron. Perseveró en ello en estos meses y ha estrellado ese terco compromiso contra el muro de las realidades. Aunque él nunca lo admita, tendrá que moldear su actuación en 2020. 

Este año termina con el monumental problema de la criminalidad violenta; dantesca que se ha derramado por toda la República y que, para colmo de males, ya plantea complicaciones internacionales. Ni la intensa gravedad nacional, ni su repercusión en Estados Unidos, ni su desprestigio internacional se resolverán con la prédica bondadosa y la suave comprensión que el Presidente se ha empeñado en pregonar. En ningún lugar se da la utopía de una sociedad pacífica. Sólo se pacifica a los discordantes. En el año 2020 lo tendrá que hacer. Restituir la  autoridad presidencial será un alivio para todos.

El ya aterrizado mesías debe dar respuesta y ejemplo de acerada firmeza. No dudamos que Andrés Manuel sea capaz de ello. El Presidente podrá ejercer el poder que la Constitución le otorga. López Obrador se ha esforzado por darse a querer, ser amado por el pueblo que él siente suyo. Ha llegado el momento en que está críticamente obligado a darse a respetar ante todo el pueblo y no sólo una parte.

Lo cual nos regresa al drama de Chihuahua y el de la familia Le Baron. Pero la tragedia que cuesta trabajo describir es anticipo del desorden que se extenderá aún más si el triángulo policía-procuración efectiva-sistema judicial sigue sin funcionar. No sólo la ciudadanía desamparada seguirá pagando el “ganso”, sino el país entero, que preocupa cada vez más a los vecinos que han de ayudar a que se solucionen los problemas. El orgullo del pobre nada va a resolver. Los horrores que nos esperan en un escenario descontrolado pueden evitarse.

La cabeza de cualquiera institución fija el tono de la misma, desde la familia hasta todas las entidades que componen una comunidad tan antigua y compleja como México. Ninguna nave llega a su destino sin que el capitán la guíe y haga valer sus órdenes. En el curso de 2019 el Presidente no supo combinar autoridad con afecto; ahora debe mantener su sentimiento humanista para tomar las riendas y pacificar al país.

El hilo conductor entre la tragedia de la familia mormona y el futuro que nos espera es claro. La nación requiere al Presidente que es querido a la vez que respetado. Su imagen es nacional al igual que internacional. Nuestra crisis no sólo toca nuestra relación con Estados Unidos, sino la que se tiene con otros, especialmente América Latina. En la visita del presidente electo de Argentina de hace unos días se habló de forjar un ambicioso “eje” que una a los dos países. ¿Hoy qué aportaríamos nosotros?

 

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