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2020: el filo de la navaja

Julio Faesler

Julio Faesler

La gama de instituciones electorales que nos rigen, y que hoy en día debemos defender, resultaron de la tenaz acción de la sociedad civil opuesta a más de setenta años de dominio del partido oficial.  Iniciada con declaraciones y manifiestos de ciudadanos independientes, siguieron las denuncias de los habituales fraudes electorales y la instalación de tribunales populares. Todo ello impulsado por grupos civiles como Adese, el Consejo para la Democracia, Alianza Cívica, Mujeres en Lucha por la Democracia, 10 Compromisos para la Democracia y Grupo San Ángel, entre otros. La lucha por la democracia se generalizó por todo el país, encabezada por docenas de personalidades como Luis H. Álvarez, Manuel Clouthier, Salvador Nava, Cuauhtémoc Cárdenas o Heberto Castillo.

El plebiscito, organizado por Demetrio Sodi, sobre la elección directa del alcalde de la Ciudad de México, probó que la ciudadanía, por sí sola, era más capaz y confiable que las entidades oficiales del momento para diseñar una consulta, organizar su logística, controlar la realización y registrar los resultados de manera absolutamente transparente.

 La credencial electoral con foto, el padrón confiable, la aceptación de observadores electorales  (como en otros países), la autonomía de las instituciones electorales, el tribunal electoral y el Inegi, incluso,  fueron triunfos que perduran. Desde las primeras sesiones del Instituto Federal Electoral (IFE), innecesariamente cambiado luego de nombre a Instituto Nacional Electoral (INE), ha respaldado los resultados de las elecciones. Baste, sin embargo, seguir aludiendo a los pasos que hace treinta años se dieron para conquistar comicios creíbles. Nuestra siempre vulnerable democracia se nos puede escurrir de las manos si nos descuidamos, ya sea por desidia o debilidad,  si dejamos que su preciada flama la extingan sus enemigos, los que quieren que el escenario cívico retroceda al estado en que se encontraba hace noventa o más años. 

Los asuntos electorales aterrizan en la aritmética más simple, no solamente en las casillas, sino también en los reductos parlamentarios donde se decide lo que las cámaras han de discutir y aprobar. La noble proa de la democracia puede desviarse si la Cámara de Diputados sigue presa del monopolio de una sola convicción ideológica: la de Morena, la cual ejerce su hegemonía. La mayoría de la cual goza Morena se complementa con los votos del Partido del Trabajo, del PES y del Partido Verde. El comportamiento del régimen en casi todos los asuntos de importancia que ha tratado en su primer año de gobierno no tranquiliza. Por el contrario, puede esperarse otra muestra de arbitraria decisión a su propia conveniencia. En efecto, la mayoría de la que goza Morena en la Cámara baja podrá ser utilizada muy pronto para imponer a los cuatro consejeros del INE al entero gusto del grupo en el poder, como lo vimos en los casos de la CNDH y la SCJN.

Prueba de lo anterior, son las múltiples decisiones que se han tomado a lo largo de la primera etapa de la presente administración, muchas patentemente desacertadas en temas no sólo económicos, sino energéticos, aeronáuticos o de salud. El más reciente caso es el de una visión personal, equivocada y sin fundamento, distorsionada de la realidad, que abocó a convocar a una selección de adinerados empresarios a una abusiva recaudación de fondos.

La situación descrita abre un claro peligro para la independencia del INE, donde la inminente designación de los cuatro consejeros electores por nueve años afectará o confirmará el grado de autonomía real que goce esta institución en 2021 para los críticos comicios de 15 gubernaturas, 30 congresos locales y 1,900 presidentes y funcionarios municipales.

La pérdida de independencia del INE será un serio obstáculo para la credibilidad de dichas elecciones, que son la única oportunidad que tenemos para consolidar lo que sigue vigente de nuestras instituciones democráticas.

La coyuntura de 2021 también es muy importante para la vida nacional pues la conformación de la Cámara de Diputados para los siguientes tres años determinará la manera en que se desarrollarán las próximas elecciones presidenciales del 2014. 

La selección de los cuatro consejeros electorales, que tomarán protesta el 4 de abril, es trascendental y en ella veremos hasta qué punto el gobierno cumple su promesa de ser neutral. Igual de importante será la calidad, aptitud y lealtad democrática de los ciudadanos que luego competirán para llenar los 500 escaños de la Cámara baja.

 Se comprenderá lo contrastantes, baratas y vergonzosas que lucen las últimas discusiones sobre los emolumentos de los consejeros electorales.

Visto en su conjunto, las decisiones que se tomen en las próximas semanas estarán en el filo de la navaja.

Creemos que nadie quiere un retroceso a un anacrónico salvajismo electoral que México por tantas décadas padeció. ¿Nadie?

 

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