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Bibliotecas a la deriva

Juan Carlos Talavera

Juan Carlos Talavera

Vórtice

Las bibliotecas públicas de México nunca estuvieron listas para enfrentar la pandemia de covid-19 y las autoridades culturales no dan luces de estar muy preocupadas por el impulso a la lectura digital en estos espacios que han quedado a la deriva. Hay excepciones en la UNAM, aunque sus recursos sólo amparan a algunos nichos, así que falta una política pública que edifique esa gran biblioteca virtual para consultar miles de libros a un clic de distancia, como si fuera un librero infinito o un Netflix de la lectura.

Un ejemplo para ilustrar está en las redes sociales de la Biblioteca Vasconcelos, donde recomiendan leer El Hobbit, de J.R.R Tolkien; El muro, de Jean Paul Sartre, y El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez. Sin embargo, no aportan algún enlace para leer lo sugerido. Significa que la biblioteca pública sugiere lecturas que no puede ofrecer en línea, pese a que cuenta con un acervo digital propio.

Quizá es una estrategia de Marx Arriaga y José Mariano Leyva, titulares de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas (RNBP) y de las bibliotecas Vasconcelos y de México, pero aún no la entendemos. Así que tengo una duda: ¿qué hacen esos “notables” funcionarios culturales en el terreno de las bibliotecas mientras los recintos permanecen cerrados desde hace siete meses? No tengo idea.

A menudo hablan de mejorar los espacios y convertirlos en centros culturales con acceso a internet y llegar a esos lugares sin acceso a la lectura, pero en la práctica es una muletilla gastada o un embrión de oveja Dolly que no llega a término, porque en el terreno de lo digital sólo vemos un archipiélago de esfuerzos con libros sembrados en un laberinto dominado por muchos intereses.

Imagine usted una plataforma donde pueda leer y descargar libros de Ramón López Velarde, José María Roa Bárcena, Sor Juana Inés de la Cruz, Pedro Castera, Ángel María Garibay, Miguel León-Portilla, Edmundo O’ Gorman, Álvaro Matute, la Nueva Historia Mínima de México y hasta el Códice de la Cruz Badiano. ¿Y si ahí mismo se pudiera acceder a las fotografías que tomaron Tina Modotti, Vicente Luengas, Senya Flechine y Peter Smithers

Por supuesto que es posible, porque todos esos materiales están dispersos en la red. El problema es que se encuentran en cinco repositorios distintos, sin conexión alguna y de difícil ubicación para un lector convencional.

Para cerrar, agrego algunas preguntas para Marx Arriaga. ¿Ya incrementó el sueldo de los bibliotecarios de México o aún ganan dos mil 500 pesos mensuales en promedio? ¿Qué tanto ha avanzado en la actualización de acervos de la RNBP o se culpará al covid-19 en 2024?

¿Cuántas bibliotecas ha creado en los 183 municipios que carecían de una? ¿Cómo va el cerebro bibliotecario y cultural de México con la fusión de las bibliotecas Vasconcelos y de México, y qué ventajas podemos ver a un año de que lo anunciara?

Dos más: ¿Cuántos bibliotecarios suscribieron el Manifiesto Mexicano de Bibliotecas Públicas que manda las redes sociales (tan socorridas durante el confinamiento) a la silla eléctrica?  y ¿cómo resolvió la utilidad del “contrato millonario” que la DGB suscribió con la empresa EBSCO? Recordemos que, en 2019, reveló la compra de una base de datos vitalicia por 207.5 millones de pesos, la cual permaneció sin uso y calificó como “una vergüenza” (Excélsior, 26/09/2019). Se lo pregunto porque la Secretaría de Cultura, que dirige Alejandra Frausto, no encontró copia de ese contrato y, por tanto, no lo aportó a una solicitud expresa en la Plataforma Nacional de Transparencia.

APUNTE EFÍMERO

¿Por qué Lucina Jiménez autorizó a José Julio Díaz Infante a reabrir la Sala Principal del Palacio de Bellas Artes, con un recital en vivo y un aforo del 30 por ciento, pero, un día después, la SC recula y avisa que sólo será vía streaming? ¿Es una broma?

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