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Azar y esperanza

Juan Carlos Talavera

Juan Carlos Talavera

Vórtice

Sólo la casualidad y el azar pueden combatir las horas de tedio y plantarle cara a la superstición en tiempos del COVID-19. Así, mientras algunos imaginan el apocalipsis zombi de un mundo sin internet y otros esperan a que todo vuelva a la normalidad, quedan algunas opciones.

En el ambiente flota una duda: ¿existe esa llamada normalidad o es la imagen de un billete de lotería con facha de premio mayor que nos alivia cuando nos recargamos en la ventana de la incertidumbre? No lo sabemos, pero de esa ignorancia nace el marasmo en medio de la contingencia que ha saturado las redes sociales y ha profundizado su condición de caja estridente, pesimista y reiterativa.

Mientras tanto, los poetas nos dicen que, aunque no se sabe lo que viene, nos queda el verso y la imaginación en un mundo donde las fronteras no han servido para protegernos de los peligros de un microscópico virus.

Sabemos que es casi imposible abandonar las notificaciones del teléfono celular y entregarnos al azar de la literatura, pero hay una oportunidad si en esa cita encontramos al médium que pudiera develarnos alguna respuesta o si esas páginas fueran como galletas chinas de la suerte.

Es cierto que hay mucha desconfianza en el ambiente y que la mejor medicina para combatir el encierro es la imaginación, es decir, esos retazos de páginas que nos ayudan a combatir el aburrimiento que provoca el streaming y el online. Así que dejo por aquí un par de notas que podrían servir.

Una proviene de Solidaridad y soledad, de Adam Zagajewski (Lvov, 1945), quien nos invita a no caer en ideas apocalípticas, porque ya hemos salvado catástrofes de dimensiones incalculables y verdaderos finales del mundo desde la caída de Babilonia y Bizancio, hasta las dos guerras mundiales.

Y nos recuerda que T. Adorno consideraba que la poesía era imposible después de Auschwitz, pero la realidad es distinta y “por eso creo que, después del fin del mundo, hay que vivir como si no pasara nada. Naturalmente, es preciso recordar lo que ha ocurrido y pensar en lo que ocurrirá, pero, así y todo, hay que vivir como si no pasara nada. Dar largos paseos. Contemplar las puestas de sol. Creer en Dios. Leer poesías. Escribir poesías. Escuchar música. Ayudar al prójimo. Hacer la pascua a los tiranos. Alegrarse del amor y llorar la muerte. Como si no hubiera pasado nada”.

Y otra es una idea de Doris Lessing, quien nos anima a seguir adelante y en su texto Laboratorio de cambio social casi adivina nuestros pensamientos: “A veces resulta difícil ver algo bueno o esperanzador en un mundo que cada vez parece más horroroso. Basta con oír las noticias para que una piense que está viviendo en un manicomio”.

Y pondera las bondades de un mundo en el que contamos con un arma elemental: la libertad. “Somos afortunados porque estamos en situación de enseñarnos a nosotros mismos lo que nos plazca si las escuelas nos parecen inadecuadas, y de buscar ideas que nos parezcan valiosas allá donde queramos”.

Y “cuando hablo de hacer uso de nuestras libertades—advierte—, no me refiero únicamente a acudir a manifestaciones, formar parte de partidos políticos y todo eso, que no es más que un aspecto del proceso democrático, sino a analizar ideas, vengan de donde vengan, para ver qué pueden aportar a nuestra vida y a la sociedad en que vivimos”.

Sin embargo, en el extremo opuesto caen las palabras de Alessandro Baricco, quien dijo al rotativo La Nación que este momento equivale a “un accidente de coche mundial” del que aún estamos tratando de sacar los muertos y los heridos del amasijo de hierro. Esto nos hace pensar que México —esa hermosa carcacha de maquinaria clásica— no ha llegado a la peor parte del impacto y entonces sólo nos queda ser precavidos y no dejar de lado el azar y la casualidad.

 

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