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Apostar por la desmemoria

Juan Carlos Talavera

Juan Carlos Talavera

Vórtice

Como ninguna institución quiso adquirir o conservar íntegro el legado artístico y documental del grabador y muralista Pablo O’Higgins (1904-1983), su viuda, la también artista María de Jesús de la Fuente, lo ha depositado en varios museos de Michoacán, Veracruz, Nuevo León, Yucatán y Aguascalientes, así como en el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y la Facultad de Arquitectura de la UNAM.

La viuda, que cumplirá 100 años en octubre próximo, sabe que ya no tiene opciones para preservar el legado de uno de los grandes artistas que desarrollaron su obra en México, quien colaboró en los murales de Chapingo, de la Secretaría de Educación Pública, entre 1924 y 1926 y en el Mercado Abelardo L. Rodríguez.

Lo que ella aún no decide es el destino final que le dará a la casa donde vivió al lado de O’Higgins, que es un inmueble amplio, ubicado en la calle de Xochicaltitla, en pleno centro de Coyoacán, el cual está en buenas condiciones y cuyo valor inmobiliario seguramente se ha incrementado con los años.

Hace un par de días la visité y encontré a una mujer estoica, que camina con dificultad y con una memoria en forma de rompecabezas que ya ha perdido algunas piezas. Pese a todo, es firme su deseo de donar la residencia a alguna instancia o a un grupo de personas que conformen una casa-estudio que organice exposiciones —con ayuda del INBA y de historiadores del arte como Alberto Híjar y

Francisco Reyes Palma, o de la escritora Elena

Poniatowska—, donde se estudie la pintura mural mexicana desde lo prehispánico hasta nuestros días, aunque reconoce que es un proyecto ambicioso.

María está acompañada o vigilada por tres personas: un guardia de seguridad que cubre turnos de 24 horas y dos trabajadoras del INBA, quienes se han dedicado a catalogar el archivo desde hace 20 años. Sus nombres son Verónica y Marisela, aunque aseguran que no están autorizadas a dar información sobre su presencia en la casa ni sobre el trabajo que realizan.

Verónica no lo recuerda, pero afirmó que desde 2014 ya habían catalogado 80 por ciento de dicho acervo. Cinco años después, ese trabajo aún está en proceso y parece interminable.

A simple vista se puede apreciar que ambas empleadas laboran libremente en la parte superior de la casa, un espacio inaccesible a los ojos de la viuda, ya que el médico le ha sugerido no usar más las escaleras.

Ella misma acepta que la posesión de la casa es “un problema grande”, pero asevera que no quisiera donarla al INBA.

Aquí sería oportuno que Lucina Jiménez, directora del INBA, informara sobre los trabajos realizados en la Casa O’Higgins, cuáles son los plazos para que las investigadoras concluyan su labor y la expectativa del instituto sobre la residencia, pues dudo que tenga fondos para solventar los gastos de mantenimiento o para impulsar un proyecto tan ambicioso. Aunque también podría apostarse por la desmemoria.

Pero mientras eso sucede, se mantiene en vilo el sueño de una viuda, el destino de la casa y el de una parte de obra que permanece en el inmueble, pues, según la viuda, aún resguarda cerca de 400 piezas de gráfica, las cuales no están a la vista, y 20 óleos sobre sus muros semidesnudos.

APUNTE EFÍMERO

Doña María de Jesús de la Fuente deplora que aún no se hayan recuperado las 12 litografías de Pablo O’Higgins que, en 1999, donó al Centro Cultural del Ayuntamiento de Poza Rica, Veracruz, reportadas como extraviadas desde 2013.

Además, lamenta haber perdido hace varias décadas un terreno en Cuernavaca, Morelos, que le regaló el antropólogo Julio de la Fuente, cuya venta hoy financiaría el proyecto que tiene en mente, pues asegura que le fue arrebatado por Adolfo Mexiac (1927-2019), quien falsificó su firma y se apropió de los seis mil metros cuadrados que hoy serían oro molido.

 

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