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Alma de chatarra

Juan Carlos Talavera

Juan Carlos Talavera

Vórtice

Aunque 2021 inicia con la esperanza de alcanzar la vacuna, la Secretaría de Cultura federal, que dirige Alejandra Frausto, necesitará más que un par de dosis para aliviar los focos rojos prendidos en toda su estructura, reflejo de la insuficiencia presupuestal y la falta de imaginación que la sumirán en un invierno difícil de revertir.

Ahí están los cientos de trabajadores –durante años contratados por capítulo 3000– que hoy deben pelear por un lugar en la Fonoteca Nacional y en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), demostrando que sí son esenciales y merecen ser recontratados.

Creo que no deberían ser recontratados, sino basificados, y así resolver su falta de prestaciones y de seguridad social. Sólo así, Frausto demostraría que la fuerza laboral no es un accesorio para la cultura. ¿O sí?

¿Para qué, entonces, enarbolar ese discurso, como fiesta patronal, de que la cultura no será nunca más un accesorio? ¿Dónde queda la promesa de que estará al centro y será uno de los ejes de la política de país, de la política de regeneración del tejido social, de la política de reconciliación y del bienestar del alma?

¿Será del alma del diablo? Porque es injustificable, en plena pandemia, un recorte al que llaman “ajuste”, como si la dependencia fuera un vehículo que necesitara mantenimiento. En todo caso, la SC sería un auto seminuevo, desvalijado, con alma de chatarra y un motor gastado, que chirría, padece múltiples fugas de aceite y usa piezas de fayuca.

Algunos recuerdan cuando Frausto llegó a la SC y pidió el diagnóstico de todas las áreas e hizo el rediseño y la reingeniería de las instituciones culturales, al suprimir gastos superfluos y dejar al personal esencial para las tareas sustantivas, en nombre de la austeridad.

No se olvidan sus ojos entornados al señalar que la administración pasada –la de María Cristina García Cepeda– gastaba un millón de pesos en botellitas de agua, lo que calificó de gasto inmoral, porque ese dinero serviría para crear tres coros para 400 niños. La idea sonaba bien y se hizo el ahorro, pero no se ven los coros por ningún lado. Claro, ahorita tenemos pandemia y es un buen pretexto.

Qué esperar de una funcionaria que voluntariamente asumirá funciones de la Subsecretaría de Diversidad Cultural y Fomento a la Lectura –encabezada por Natalia Toledo hasta diciembre pasado–, luego de anunciar que no habrá relevo, también en nombre de la austeridad.

Quizá, en un futuro no lejano, se imagina a sí misma sentada en su escritorio de Arenal 43, flanqueada por Antonio Martínez (su vocero), absorbiendo la titularidad del INAH, INBAL, Fonca, Imcine… y con el tiempo, al ver lo fácil que es, repartir algunas funciones a Turismo y Educación. Señores, ¡viva el poder de la cultura!

Otro tema que también preocupa son los fondos insuficientes para museos como el Estanquillo, el cual resguarda la importante colección de Carlos Monsiváis. Ayer, su director, Henoc de Santiago, comentaba en estas páginas que su presupuesto se redujo 30% en 2020 y que no ve recuperación para 2022 ni 2023.  ¿Cuánto tiempo podrán vivir así museos como el del Estanquillo? Quizá en algún punto alguien pensará que estará mejor en alguna colección extranjera.

APUNTE EFÍMERO

El terreno de la cultura no puede permanecer ajeno a la intención de desaparecer el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (Inai) y que sus funciones las absorba la Secretaría de la Función Pública (SFP). La decisión suena un tanto precipitada y afectará la salud de todas las instituciones (incluso las culturales). No se debería sacrificar la transparencia bajo la señal del ahorro. En todo caso, que el Inai absorba las funciones de la SFP.

 

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