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Realismo vs. ilusionismo

José Elías Romero Apis

José Elías Romero Apis

 

En memoria del jurista y amigo Luis Miranda Cardoso.

 

El realismo y el ilusionismo no tienen nacionalidad ni partido ni rango. En el priismo hubo realistas como Jesús Reyes Heroles e idealistas como Carlos Madrazo. En el panismo ha habido realistas como Diego Fernández de Cevallos e idealistas como Manuel Clouthier. En el obregonismo hubo, temiblemente, realistas, como Plutarco Elías Calles y tiernamente idealistas como José Vasconcelos.

Roosevelt y Julio César fueron realistas. Churchill y Napoleón fueron idealistas. Eso no significa que los idealistas sean tontos ni que los realistas sean brutos. Madero fue tan realista que derribó al régimen más poderoso de la historia mexicana, así considerado por su concentración y su duración de poder. Pero, desde luego, Madero también fue un idealista.

Son dos estilos de la política. Uno, basado en lo imaginario. En lo que ya pasó o en lo que aún no existe. En los deseos, las repulsiones, los gustos, los desagrados, los afectos y los odios. En lo que no tiene una consecuencia práctica. Se llama política ficción.

El otro estilo, por el contrario, se basa en referentes reales y concretos. Muy especialmente, en lo que los romanos consideraban las consecuencias políticas. A quién beneficia o a quién perjudica cualquier hecho político. Se llama realpolitik.

Todos los pueblos sueñan. Por eso, sus gobiernos requieren administrar una “política nacional de sueños”. No me refiero a mentiras o verdades, sino a entusiasmos o desencantos. La realidad recomendaría al gobierno sólo dos métodos para con los mexicanos.

Uno, despertarlos ya, para que no sueñen. Otro, sedarlos prolongadamente, para que despierten hasta el próximo sexenio. Para lo primero se requiere mucha valentía. Para lo segundo se necesita mucha inteligencia.

Si mostráramos ejemplos, diría que Ernesto Zedillo, Miguel de la Madrid, Gustavo Díaz Ordaz y Adolfo Ruiz Cortines nos despertaron bruscamente y que Carlos Salinas, José López Portillo, Luis Echeverría y Adolfo López Mateos nos adormecieron largamente. Pero todos, como políticos realistas, asumieron y aplicaron su propia política nacional de sueños.

Esto nos presenta advertencias y prevenciones reales. No hay duda de que son varios los millones de mexicanos que sueñan con un futuro nacional grande, ineludible e infalible. No digo que son ingenuos ni ilusos. Son mexicanos esperanzados y optimistas que creen en una futura salvación nacional donde todo será mejor.

Pero, por otra parte, existen otros varios millones de mexicanos que sienten que nuestro pasado nacional fue lo mejor que pudimos tener y que éste es irrepetible, aunque inolvidable. No digo que sean mexicanos amargados ni catastrofistas. Yo diría que son mexicanos orgullosos y melancólicos que piensan que nuestra mayor gloria ya pasó.

Pero, por debajo de esta contraposición, aparece una realidad de la mayor severidad política y que debiera ser la principal preocupación de nuestros gobernantes.

Esos millones de mexicanos que sueñan, unos con el futuro y otros con el pasado, constituyen una abrumadora mayoría que concuerda en una coincidencia terrorífica. A casi todos los mexicanos no les gusta nuestro presente, no les gusta nuestra pobreza, no les gusta nuestra inseguridad, no les gusta nuestra justicia, no les gusta nuestra política y, por último, o por principio, no les gustan nuestros gobiernos.

Mientras puedan, se refugiarán, unos, en el pasado; otros, en el futuro, algunos más, en otro país, quizá algunos, en otra dimensión. Pero, cuando ya no puedan encontrar algún refugio, ¿hacia dónde dirigirán su desesperanza, su desesperación o su rabia?

 

  • Ésta es una advertencia que nos hace la política real. La que no se engaña con estadísticas. La que no se ensueña con discursos. La que no se estafa con ceremonias. La que sabe distinguir la realidad de la ficción.

 

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