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Militarizar es politizar

José Elías Romero Apis

José Elías Romero Apis

 

En nuestros tiempos, la lucha contra el crimen se ha militarizado, no sólo en la acción sino, sobre todo, en el léxico. Por eso se habla de guerras, de treguas, de tratados, de negociaciones, de acuerdos, de victorias y de rendiciones.

¡Mal hecho! La guerra es, conceptualmente, un conflicto político-jurídico entre Estados soberanos o entre naciones independientes, no entre guardianes y rufianes, ni entre funcionarios y sicarios. Por eso, militarizar es politizar.

¡Cuidado con ello! Eso es conceder un rango de soberanía a quien tan sólo tiene un estatus de subditanía. Por eso, también, en esto no caben ni la declaración de guerra ni el tratado de paz. Tan sólo caben la ley o la no ley.

Esas confusiones ya llevan casi 15 años y han hecho que la lucha del Estado en contra del crimen se parezca mucho a una guerra, pero no son iguales. Ambas contiendas tienen apariencias similares, pero naturalezas distintas. En ambas participan las armas. En ambas hay muertos. Y, en ambas, algo se encuentra en disputa. Hasta allí sus semejanzas.

Pero sus diferencias comienzan por lo que tiene que ver con los sujetos. En la guerra, el enemigo y el aliado están identificados, mientras que, en la batalla contra el crimen, no siempre se sabe quién está de nuestro lado y quién está en contra nuestra. Sobre todo, en lo que concierne a la delincuencia organizada, donde el enemigo penetra y convive con nosotros. En ocasiones es o ha sido nuestro compañero de escuela, de club o de trabajo.

Una segunda diferencia consiste en que la guerra suele tener objetivos específicos, mientras que la lucha contra el crimen no los tiene. Por eso, en aquélla pueden existir las personas y las zonas neutrales, mientras que en el campo de la criminalidad no existe la tierra de nadie. El espacio que no ocupa alguno, lo ocupa el otro, pero no queda vacante. Siempre hay alguien que manda. Si no son los unos, son los otros.

Una tercera diferencia se origina en los tiempos. Las guerras terminan. Todas han terminado, por largas que hayan sido. Alguien venció. Alguien fue vencido. O todos empataron. Pero la lucha contra el crimen, sobre todo el organizado, nunca termina. Siempre existirán los cárteles. No se van a acabar ni a desaparecer. Ésa es una mala noticia. Pero tampoco desaparecerán las procuradurías. Nunca serán aniquiladas. Ése es el lado bueno del asunto.

Soy de los que saludo el enorme esfuerzo oficial por aplicarse en la detención de altos jefes de las organizaciones criminales, así como de muchos sirvientes del crimen que, no por ser de baja estofa, son de menor peligrosidad.

Pero, también, soy de los que está convencido de que las organizaciones criminales no se destruyen por la detención de sus jerarcas. Más aún, en muchas ocasiones, ello tan sólo ha servido para prevenirlos, para unificarlos o para fortalecerlos. No bien ha llegado un “capo” a dar a las mazmorras, cuando ya se está decidiendo su sucesión. Pareciera, simplemente, una conclusión de encargo y no la destrucción de un sistema delincuencial.

Y es que, precisamente, en eso reside una de las fortalezas del crimen organizado actual. En su naturaleza institucional que, como en las grandes organizaciones de Estado, están “más allá de las personas”. Los hombres somos pasajeros, pero las instituciones son permanentes, diría la sociología y hasta lo mismo diría la política.

Es por ello que, a base de muchos golpes personales, que son necesarios, aunque no definitivos, hemos aprendido que sólo existen 7 formas de atacar al crimen organizado. Primero, destruyendo sus centros de producción. Segundo, bloqueando sus rutas de transportación. Tercero, desarmando sus redes de distribución. Cuarto, afectando sus estancos de capitalización. Quinto, removiendo sus capelos de protección. Sexto, previniendo sus acciones de expansión. Séptimo, sorprendiendo, más que advirtiendo.

La lucha es larga e impredecible. Tan sólo sabemos que, hasta ahora, ningún país ha vencido en definitiva. Pero, así mismo, que ningún cártel ha vencido para siempre.

 

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