Logo de Excélsior                                                        

Luis Maldonado, hasta siempre

José Elías Romero Apis

José Elías Romero Apis

Desde el momento en que me enteré de la ausencia de Luis Maldonado Venegas, acudieron a mí muchos de los recuerdos de lo que vivimos juntos como consocios académicos, como coautores literarios, como compañeros en Excélsior, como socios comerciales y profesionales pero, sobre todo, muy por sobre todo, como amigos fraternos.

Maldonado fue intenso, generoso, incansable, inteligente, amable, bondadoso y analítico. Su vena fue múltiple. Abogado, político, tratadista, poeta, periodista, analista, melómano, bibliófilo, orador, declamador, charlista, filántropo, filósofo, historiador y muy idealista. Pero su vocación preferida siempre fue la política.

Entre otras actividades, se desempeñó en el gobierno capitalino, en las secretarías de Pesca, de Desarrollo Social, de Gobernación, dos veces en la de Educación Pública y en el Gobierno de Puebla. Como congresista, fue senador y diputado.

Quizá lo esencial de nuestra amistad fue el goce recíproco por el intercambio de nuestras ideas y de nuestras experiencias. La charla de una cena podía prolongarse hasta las 3 de la madrugada, sin darnos cuenta. En muchas de esas ocasiones, pudimos imaginar leyes o libros. Y, siempre, los hicimos. Podíamos diseñar asociaciones o instituciones. Y, siempre, las fundamos. Podíamos soñar con hacer esto o aquello. Y, siempre, lo realizamos, no solamente lo soñamos.

Compartimos momentos difíciles, como la campaña presidencial de Francisco Labastida, donde sufrimos y soportamos la derrota. Siempre he pensado que él la vio venir antes que yo. La razón es muy simple. Yo conocía a Labastida mejor que él. Pero él conocía a Ernesto Zedillo mucho mejor que yo. Sin más palabras.

Compartimos momentos gozosos, como nuestra actividad para reinstalar, hace cinco años, la ceremonia presidencial de conmemoración del Día del Abogado o nuestra gira nacional, hace dos años, para celebrar, asociados con el Ejército Mexicano, el 150 aniversario de la Victoria de la República, que consolidó la Reforma Liberal y remitió la intervención extranjera. O la presentación de nuestro libro Cratos y Themis, en la FIL de Guadalajara.

Nuestra amistad siempre fue creciendo y se fue perfeccionando, de manera permanente y sin declinación. El día que más nos quisimos fue el último día que nos vimos. Así es la verdadera amistad.

Las últimas tres veces que lo vi fueron en sus últimos 45 días. En dos de esas ocasiones, me invitó a comer y a platicar, en privado, en su comedor de la Secretaría de Educación Pública. En otra más, en una comida a la que invitó, en su comedor personal del Pedregal de San Ángel, a 20 presidentes de otras tantas academias. Yo acudí como Presidente de la Academia Nacional de México y como presidente académico decano. No fue casual que mi vecino de asiento fuera el de más reciente designación, mi amigo Gonzalo Celorio, de la Academia Mexicana de la Lengua.

La próxima semana aparecerá el último libro de Maldonado, mismo que Pascal Beltrán del Río y yo tuvimos el privilegio de prologar, por amable invitación del autor y amigo.

Con la partida de Luis, he recordado a los muchos amigos que la muerte me ha arrebatado. Pero, también, a los muchos amigos que la vida me ha regalado.

No sé si en el universo de la amistad existe una doble cuenta como sucede en el mundo de la contabilidad. No sé si allí existan acreedores y deudores. Si haya amigos para cobrar lo que otros les deben y amigos para pagar en lo que están endeudados. No creo que sea así. No creo que, entre amigos, existan activos ni pasivos. No supongo que la amistad requiera de contadores ni de calculistas.

Pero si así no fuera y yo estuviera equivocado, me queda en claro que mi cuenta con mis amigos ausentes es una cuenta deudora. Que yo recibí de ellos mucho más de lo que ellos recibieron de mí. Que ellos dieron más y mejor que lo que yo les di. Que yo me he quedado más tiempo para recordarlos y para preservar su recuerdo. Para hablar de ellos, como ahora, y para escribir sus elegías, como ésta. Para contarle a todos, que todos ellos fueron mejores que yo.

 

Comparte en Redes Sociales

Más de José Elías Romero Apis