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La viralización política de las crisis

José Elías Romero Apis

José Elías Romero Apis

 

Toda mi vida he pensado en las crisis porque casi toda la vida la he vivido en las crisis. Pertenezco a una generación de mexicanos que vivieron sus primeras crisis, política y económica, en 1968 y en 1971, respectivamente. Eso nos ha formado, pero nos ha forzado.

Y, sin embargo, muy poco sabemos de la sistematización de las crisis. Quizá, por eso, los jóvenes no nos creen que vivimos años en los que nuestra economía decreció al -6%, con inflación del 160%, lo cual es pavoroso y, por eso, les asusta mucho que podamos tener un crecimiento cero, con inflación del 4 por ciento. Que creen que el dólar a 25 pesos es un récord histórico, aunque, en 1982, estuvo a 70 y, en 1993, … a ¡3000 pesos por dólar!

Así es que mi generación sigue preguntándose sobre el centrum de las crisis. A mí, una de las dudas que me han acosado en los días recientes, aunque no es un acoso de nuevo cuño, lo puedo resumir en lo siguiente: ¿por qué una crisis de naturaleza diversa se convierte en una crisis de gobierno? Hasta hoy, no hay respuestas en las bibliotecas y no hay respuestas en los palacios.

Para acercarme, voy a un escenario remoto. En 1950, la derrota mundialista de Brasil llevó a la caída de su gobierno y al suicidio de su presidente. Es claro que no era un asunto político ni culpa del gobierno y, ni siquiera, del equipo. La selección brasileña jugó como campeona, pero su rival jugó mejor o tuvo mayor suerte. La depresión nacional fue incontenible. Brasil perdió la fe en su futuro. El futbol se convirtió en un asunto de Estado, durante 50 años.

De no ser por su dramatismo, lo relatado parece una mala burla a un país que mucho respeto. Pero, visto con más cercanía, ¿qué tenía que ver Ayotzinapa con Enrique Peña? Nada, pero se le endilgó. ¿Qué tenía que ver Alfonso Corona del Rosal con Tlatelolco? Nada, pero se le cobró. El escándalo Watergate no fue por espiar, sino por callar. Todos sabemos que Richard Nixon no cayó por fisgón, sino por misterioso. Que no cayó por lo que haya querido saber sino por lo que no permitió que se supiera.

Muchas veces ha sucedido que, aunque un gobierno no sea el causante de una crisis, su actuación no fue la idónea para enfrentarla o, peor aún, que la agravó por encima de su dimensión. Por eso, dice Francisco Labastida que, en la política, se puede disculpar no resolver el problema, pero no se puede disculpar crear el problema ni, mucho menos, ser el problema.

De allí, paso a nuestros días. He escuchado, por lo menos, dos posiciones encontradas respecto al problema de la epidemia en México. Ni siquiera sobre el problema actual, sino sobre el imaginario futuro. Por eso, aunque nadie dice que el gobierno generó la enfermedad, unos dicen que ha hecho lo que se debe hacer o, por lo menos, lo que se puede hacer, que creo que no es mucho.

Pero, por otra parte, algunos dicen que el gobierno ya debió haber tomado otras medidas y que, si esto termina en una catástrofe histórica, el gobierno será señalado como culpable.

En otras palabras, el gobierno se encuentra ante una apuesta muy peligrosa. Si esto termina mal, será el culpable histórico de la catástrofe. Y si esto termina bien, creo que nadie se lo premiará. Creo que, con culpa o sin culpa, está en peligro de cargar con ella, así como Enrique Peña cargó con Ayotzinapa, Corona del Rosal cargó con Tlatelolco, Richard Nixon cargó con Watergate y Getulio Vargas cargó con el maracanazo.

Creo que por allá va el asunto de la naturaleza de las crisis, que no son lo mismo que la naturaleza de los problemas. La fiebre aftosa, la poliomielitis y la influenza H1N1 fueron un problema gravísimo, pero no fueron una crisis de política.

La diferencia entre problema y crisis un poco se parece a la diferencia entre susto y miedo. La diferencia esencial entre el susto y el miedo es que el susto se ubica en la realidad, mientras que el miedo se ubica en la imaginación. Susto es el que nos provoca el temblor presente. Miedo es el que nos provoca el temblor futuro. Aquél se originó en el subsuelo. Éste se origina en nuestra mente.

 

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