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La innovación de la abogacía

José Elías Romero Apis

José Elías Romero Apis

En muy lúcidas piezas oratorias, expresaron sus ideas sobre la innovación jurídica, aunque no todos comparten el mismo punto de arranque. Para algunos, la innovación debiera ser tecnológica mientras que, para otros, debiera ser ideológica. Confieso que me gustaría creer lo primero. Que la incorporación de la tecnología nos facilitará el trabajo y, con ello, nos permitirá ser mejores abogados.

Pero, si soy realista como lo he sido siempre, tengo que abrazar la postura de los segundos, entre ellos el propio José Ramón Cossío. Reconocer que la innovación en la abogacía sólo podrá darse a partir de la previa e indispensable innovación de los abogados.

Para muchos ajenos a la abogacía, ésta les parece una disciplina artrítica y apolillada. Nada más alejado de la realidad. En estos tiempos, estoy estudiando mi carrera por quinta ocasión, debido a los cambios legales tan dinámicos. Mis hijos, abogados muy jóvenes, estudiaron en una Constitución que, hoy, ya no existe y lo mismo ha sucedido con innumerables leyes.

Pero los cambios en el sistema legal y en los sistemas cibernéticos han avanzado más rápido que los cambios en la ideología de la abogacía, que hoy está urgida de severos ajustes educativos, formativos, éticos, conductuales, profesionales, organizativos y, sobre todo, finalísticos.

La escuela de abogados es muy desoladora en el nivel nacional. Sólo el 16% de las materias que cursan los futuros abogados tiene algo que ver con el proceso judicial. México tiene una docena de excelentes facultades de derecho y dos millares de planteles que dan grima.

La ética y la conducta de muchísimos abogados es muy despreciable, sin que haya instancia alguna que la controle ni que la castigue. El 90% de la abogacía del Estado no resiste un análisis riguroso, incluyendo a sus más altos niveles designatorios. Y es muy absurdo aspirar a la computación, a la videograbación y a la tecnificación cuando ni siquiera tenemos una colegiación organizada y obligatoria, aunque tenemos el absurdo surrealista de contar con tres mil agrupaciones profesionales de abogados.

Esa es la verdadera innovación de la que estamos apremiados los abogados. La gran idea es, simplemente, algo en lo que se cree o no se cree. La gran idea es una convicción. El devenir de la humanidad lo ha demostrado y recurro a un instante histórico.

El hombre arribó al Renacimiento por la aceptación de una sola idea. El Renacimiento no fue una obra pictórica ni escultórica ni sinfónica ni arquitectónica. Fue la simple idea de que el hombre era el centro universal y que era el merecedor.

Por la aceptación de la idea de que merece fue que renegó de su pocilga, que abjuró de su hambre, que abandonó su mugre, que renunció a su miseria y que repudió a su ignorancia. Que reclamó la libertad para él y la soberanía para los suyos. Que instaló su gobierno, su ley y sus sistemas.

Por esa única idea se deshizo de su inferioridad y abrazó su superioridad. Pero esa sola idea se sintió superior y se convirtió en superior. Por esa desnuda idea levantó la cabeza, enderezó el cuerpo y volvió a caminar en dos piernas, después de ocho siglos de no haberlo hecho.

Por esa simple idea, los hombres han generado su mejoría, su progreso y su perfeccionamiento en los más recientes 500 años. No cabe duda de que se trató de una idea muy real y muy poderosa. No fue una frase de discurso. Fue una consecuencia de la vida.

La mayor tragedia y la mayor penuria de una sociedad no residen en sus carencias materiales ni financieras y, ni siquiera, políticas sino en una carencia de ideas. Esa es la verdadera pequeñez social. Al contrario del Renacimiento, la Edad Media fue, ante todo, una insuficiencia de ideas que duró casi un milenio.

Los grandes tiempos mexicanos a lo largo de nuestra historia han sido, por encima de todo, los tiempos de una idea. Cuando creímos en la idea de la Independencia, de la reforma, de la Revolución, de la igualdad, de la libertad o de la soberanía fue cuando logramos avanzar en ese sentido.

El tiempo actual requiere de ideas para la abogacía. Es cierto que se han generado y que nos han sido propuestas. Pero necesitamos convertirlas en propias. Se progresa con hombres, con leyes y con instituciones, pero, adicionalmente, con ideas. No ha existido gran sociedad carente de ideas ni que haya confesado que “se solicitan ideas”. Por eso, los abogados mexicanos necesitamos construir nuestra idea. Trabajemos en ello sin descanso pero, también, sin cansancio.

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