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Junta de vecinos

José Elías Romero Apis

José Elías Romero Apis

Encuentro tres puntos muy asertivos en la visita del Presidente de México a Washington. Supongo, en estos aciertos, las manos inteligentes de Marcelo Ebrard o de Alfonso Romo o de ambos.

Sé muy bien que una visita presidencial es tan sólo un símbolo, no un proyecto ni un resultado. Pero los símbolos políticos son importantes. Éste nos indica que los dos gobiernos quieren que sus asuntos comunes vayan bien. No, necesariamente, que están bien ni que vayan a estar bien. Es un deseo, no un juramento ni una promesa. Pero eso, en política internacional, ya es mucho.

El primer acierto fue que se realizó la visita. Ya se había tardado mucho más de lo que es nuestra costumbre bilateral y, eso, ya susurraba que no había deseos de una buena relación, entre dos países que la necesitan, aunque sus gobiernos no la apetezcan. La visita depurará el ambiente de la Zona Norte de América.

El segundo acierto fue el lugar del encuentro. Bien decidido que fuera allá y no acá. Recibir al presidente estadunidense es incómodo. Obliga a una anfitrionía que no gusta a nuestros paisanos, por sus protocolarias atenciones, honores y distinciones. Al quedar bien con los fuereños, se suele quedar mal con nosotros.

Pudo haber tenido el rango de visita de Estado y hasta hablar en el Capitolio, ante el Congreso. Esa fotografía sirve muy bien para engañar a los mexicanos no conocedores, porque el protocolo siempre obliga a que todos los congresistas terminen de pie ante el presidente visitante y le aplaudan “a rabiar”, aunque lo que dijo ni les interese ni les guste ni lo entiendan.

El tercer acierto fue la comitiva de empresarios, destacadamente integrada con Olegario Vázquez Aldir, director general de GEA. Esa oncena de magnates que lo acompañaron les indica a nuestros vecinos que nuestro gobierno es amigo de los hombres de negocios. Que no es un régimen comunista. Y que López Obrador no es Castro ni Maduro. Que, en México, pueden invertir y asociarse. Ojalá ese mensaje lo entiendan algunos de sus colaboradores que, ingenuamente, suponen que su jefe es un Che Guevara redivivo.

Soy de los que anhelo que el futuro sea mejor en nuestras relaciones bilaterales. Para ello debemos evitar todo lo que nos perjudica y no nos ayuda. Deseo, fervientemente, que nuestra vecindad se convierta en una mayor tolerancia. Nuestra tolerancia, en respeto. Nuestro respeto, en concordia. Y nuestra concordia, en amistad.

Desde luego, debemos desechar, por inútil y peligroso, cualquier escenario de simulación o de engaño, donde el discurso de la cooperación y del respeto sea un simple medio comisivo de la defraudación política.

Hay signos alentadores que dan esperanza en este sentido. En primer lugar, cada día aparece más clara la percepción de una necesaria unión entre los dos países. En segundo lugar, la revaloración del papel que puede desempeñar, en el futuro, una Norteamérica unida. En tercer lugar, la interacción del comercio puede ser el magnífico catalizador de una buena relación multinacional, a veces más eficiente o, por lo menos, más rápida que el de la política y el de la cultura.

La relación entre nuestros pueblos hoy es mejor que nunca. Ningún pueblo nos compra tanto ni nos ofrece tantos empleos como el estadunidense. A su vez, los mexicanos a nadie le compran más ni visitan más que a Estados Unidos. En lo oficial, la relación cotidiana de nuestras respectivas autoridades ha sido razonablemente buena en estos años.

Quizá nunca esté en nuestras manos el llegar a ser amigos, pero es posible que sí llegue a estar en nuestras manos el no ser enemigos. Desde luego que no me refiero a nuestros pueblos, sino a nuestros gobiernos. Nuestros pueblos son amigos. Nuestros gobiernos… son gobiernos.

Es posible que nunca lleguemos a querernos, ni falta que les hace a ellos ni a nosotros. Pero, si queremos parecer buenos vecinos, por lo menos simulemos. Y, si queremos ser buenos amigos, por lo menos aparentemos. Todos sabemos que una casa hipotecada no se salva quemándola.

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