Logo de Excélsior                                                        

Federalismo en tiempos de virus

José Elías Romero Apis

José Elías Romero Apis

Desde muy joven abracé el federalismo tal como lo viven los estadunidenses o los alemanes. Congresos locales legislando en sus materias. Gobernadores que no tengan que reportarse con el secretario de Gobernación. Federalismo sin mandos únicos ni legislaciones uniformes ni modelo idéntico ni auditoría central ni desafuero de gobernadores ni desaparición de poderes.

A los 26 años, cuando era un púber político, escribí mi primer librito, el cual trataba sobre el federalismo tributario mexicano. Allí propuse un pacto fiscal nacional equitativo y fraterno. La tesis era muy buena, pero mi libro era muy malo, además de muy técnico. Para mi ventura, casi nadie lo leyó, salvo algunos amigos míos y algunos tesoreros estatales. Uno de esos amigos llegó a ser Presidente de México y varios de esos tesoreros se convirtieron en gobernadores.

Unos años después, el pacto tributario salió de la biblioteca y se metió en la tesorería, ya con la denominación de coordinación fiscal, nombre también previsto en mi folleto. Con ese sistema muchos Estados y municipios se volvieron ricos, aunque también tuvieron que asumir muchas responsabilidades que antes consideraban inexistentes.

Pero nunca creí que llegarían a pelearse por dinero. Que si no lo habían hecho en la desdicha de su pobreza, menos lo harían en la ventura de su riqueza. No cabe duda de que fui un jovencito ingenuo. Por fortuna, eso se me quitó muy pronto.

Tan se me quitó pronto que, ya siendo un funcionario federal apenas cuarentón, en algunas ocasiones regañé a diversos gobernadores. Y lo grave es que lo hice porque, para el ejercicio real del federalismo, se requiere suficiente autoridad local y, en México, hay estados en plena ingobernabilidad. Otros, en la semigobernabilidad. Sólo algunos gozan de una gobernabilidad más o menos normal.

Para resolverlo, sólo nos quedaría intervenir a la mitad de los estados, instalarles protectorados y tratarlos como territorios federales. O, por el contrario, respetar su libertad interior con aquel aforismo de “¿y yo por qué?”. Es decir, o somos intervencionistas o nos volvemos secesionistas. O los sometemos o los perdemos. Son decisiones reservadas para los políticos de muy alto refinamiento.

Ahora, los gobernadores y la Federación andan en pleitos que no se comprenden, pero que nos inquietan. Aunque se ha hablado de una camorra fiscal, esa razón no satisface el raciocinio. Porque dar por terminado el pacto tributario tan sólo perjudicaría a todos en un juego suma cero. Y eso lo saben todos.

El primer paso de los gobernadores federalistas fue salirse de la Conago, aunque la demanda no es contra los otros estados, sino contra el gobierno federal. Luego, otra sección de gobernadores levantó el guante y convirtió la naturaleza de la disputa en una disputa partidista entre panistas contra morenistas, lo que revela que unos y otros tienen apetito electoral y no de bienestar para sus comunidades.

Que el Presidente de la República y los gobernadores remitieran el asunto al juego poco serio de las consultas populares nos indica que los gobernados no somos un asunto serio para nuestros gobernantes.

Y que empiecen a pasar de la palabrería de terminar el Pacto Fiscal por la amenaza de la terminación del Pacto Federal nos indica el nivel del peligro creado. El federalismo es el principio más alto de la responsabilidad gubernamental, comenzando por la Presidencia, quien jura al asumir ver “en todo y por todo, por el bien y la prosperidad de la Unión”.

En estos días, les toca a mis sufridos alumnos universitarios escucharme hablar sobre federalismo. No quiero ilusionarlos con el ideal, pero tampoco quiero asustarlos con la realidad. Cuando yo tenía la edad ellos estos temas me los explicó mi maestro Jesús Reyes Heroles. No cabe duda de que yo fui más afortunado que mis alumnos, al tener un mejor maestro.

Yo confío en que nuestros gobernantes federales y estatales utilizarán su inteligencia, honrarán su palabra y aplicarán su voluntad, su sensatez y su buena fe, para el bien y para la prosperidad de la Unión.

 

Comparte en Redes Sociales

Más de José Elías Romero Apis