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Cavilando sobre el futuro

José Elías Romero Apis

José Elías Romero Apis

Para Luis Raúl González, en esta mala hora
 

Las academias nacionales no tienen todas las respuestas. Solamente tenemos las preguntas. No estamos para saber qué contestar, sino para saber qué preguntar. Las respuestas no corresponden al académico, sino al estadista, al científico, al humanista, al artista, al filósofo, al profesionista o al teólogo.

Mi estancia en París, desde donde les escribo, me ha permitido, una vez más, visitar lugares que refrescan la memoria y el espíritu. Me gusta ir a Notre Dame, para pensar que Juana de Arco hizo a un rey y le regaló un reino. Me gusta ir a Versalles, para pensar que, desde allí, Luis XIV gobernó a Europa. Me gusta ir a Los Inválidos, para pensar que Napoleón llevó al continente las prerrogativas de la Revolución. Me gusta pensar en los grandes para no llegar a creer que la política es tan pequeña.

Como siempre, la ronda se desarrolló con una agenda abierta, no por ello desordenada. Fue una “tormenta de ideas” más que una pasarela de ponencias. La denominamos navaja libre. Uno de los teoremas que mayor reflexión nos inspiró fue la posible desaparición futura del Estado como forma de organización política.

El planteamiento no tiene objeción posible, desde un punto de vista lógico, a partir de la aceptación de que ninguna obra humana existirá para siempre. Pero, también, tenemos que admitir que todas las históricas formas de organización política han desaparecido, como sucedió con el clan, con la tribu, con el feudo y con el imperio. Parece ingenuo pensar que el Estado sería la excepción de eternidad.

Confieso que yo soy de los que cree que, antes de la extinción del Estado, habrá una metamorfosis o una dilución de la democracia, de la soberanía, de la federación, de la república y de la división de poderes. Si es que no desaparecen por completo, estoy seguro que serán instrumentos políticos que no se entenderán como hoy los entendemos y que no se usarán como ahora se utilizan.

Estas cavilaciones nuestras no están basadas en el tarot ni en el horóscopo, sino en síntomas inequívocos, bajo los principios de una ciencia tan seria como lo es la Política y con una rama tan bien cimentada como lo es la Teoría del Estado. Entre esos síndromes, mencionaría la globalización, la desregulación, la desincorporación, la ilegalidad, la informalidad y la irregularidad.

Otra de nuestras preocupaciones fue que hoy se polemiza mucho, entre muy diversos politólogos, sobre si la política y su cientificidad tienen un futuro certero o, por el contrario, si se encuentra en franca agonía, visto en todo el planeta y no tan sólo en México.

La síntesis del debate podría centrarse en lo siguiente. Por una parte, están quienes afirman que los gobiernos se han burocratizado y maquinizado, al mismo tiempo que se han desideologizado. Que, hoy, el gobierno es una institución que, cuando mejor, sería inteligente, eficiente y decente. Pero nada más que eso. Sin ilusiones ni ideales ni esperanzas. Tan sólo ventanillas y expedientes.

Por otra parte, están quienes consideran que los gobiernos requieren la suficiente dosis de ideología política que les permita no sólo trazar y verificar su rumbo presente y futuro, sino, además, estar en condición de enfrentar las graves crisis que, en ocasiones, flagelan a las naciones, por fuera de las ventanillas y al margen de los expedientes.

Durante nuestro coloquio me asaltó el presentimiento de que nuestras traductoras supusieran que habíamos fumado o bebido de manera indebida. Sobre todo cuando las colocábamos en aprietos con palabras innovadoras y, muchas de ellas, recién inventadas por nosotros como cratología, cratoma, craticidad y otras por el estilo. Me tranquilizaba el considerar que nuestras auxiliares sabían de idiomas, pero no de política y eso las alejaría de cualquier valoración crítica sobre nuestras disquisiciones.

Nadie debe preocuparse mucho por la extinción del Estado y de la Política. Primero, porque no desaparecerán los políticos. Segundo, porque cuando esto suceda ya habremos desaparecido todos los ahora vivos. Tercero, porque no regresaremos a las cavernas, sino a formas más depuradas de poder político. Y, último, porque para entonces ya habremos extinguido tantas cosas que la extinción del Estado o de la Política será lo que menos nos preocupe.

Además, porque estos asuntos no están en manos de los gobernantes y nos sobra el tiempo porque las academias nacionales trabajan para los siglos, no para los sexenios. Trabajan para el saber, no para el poder.

 

Presidente de la Academia Nacional de México

Twitter: @jeromeroapisr

 

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