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Castillos en el aire

José Elías Romero Apis

José Elías Romero Apis

Toda edificación requiere apoyo. Sobre los cimientos se sustentan las columnas, sobre éstas se sostienen las trabes y sobre éstas se instalan las losas. De allí podemos colgar balcones, levantar paredes e instalar escaleras. El tamaño, la altura, el diseño, el lujo y la belleza son asunto secundario.

Pero, todo ello requiere descansar en un firme inevitable, ineludible e insustituible que se llama “piso”. Si no hay piso, no hay edificación posible. Pretender construir sin sustento en el piso es el paradigma de la fantasía y la voz popular lo llama “castillos-en-el-aire”.

Lo mismo sucede en la política. Todos los Estados han requerido tener instituciones cimentales para subsistir. La República Fredonia vivió solamente un mes porque tan sólo tenía como idea y como ideal un simple reglamento migratorio. En contraste, el Imperio Romano vivió 2000 años porque siempre se alimentaba de ideas y de instituciones. Fredonia acabó en 40 días y Roma en 20 siglos.

El pensamiento político debe ser física y no magia. Como ejemplo, la suspensión etérea. Para la física no existe la levitación porque esta ciencia no reconoce ninguna fuerza que no sea la real.

Hoy, en la vida común, la magia está muy desprestigiada. Sin embargo, en la vida política la magia está muy bien posicionada. Sólo así se entiende que muchas personas crean que el Estado puede sustentarse en firme, flotando en el vacío.

Existen dos estilos esenciales de concebir y de practicar la política. Uno de ellos está basado en lo imaginario. En lo que ya pasó o en lo que aún no existe. En lo que no tiene una naturaleza ni una consecuencia práctica. Como en la mente del niño, donde no existe la frontera que separa lo imaginario, como El Coco y Santaclós, de lo real como el perro y la pelota.

El otro estilo, por el contrario, se basa en referentes reales y concretos. Muy especialmente en lo que son las consecuencias políticas. En mis clases universitarias sobre Teoría del Poder siempre me refiero a esta política real como la única en la que podemos creer.

Como en una edificación, las ideas y los ideales son el piso sobre el que se apoyará el Estado. Las instituciones son los cimientos que lo sustentarán. Los sistemas son las columnas en las que se sostendrá. Y los instrumentos son las losas que se instalarán.

Por un momento, pensemos en México. La democracia es una idea concretada en un ideal. El INE es su institución. La estabilidad es una idea convertida en un ideal. El Banco de México es su institución. El conocimiento es una idea transformada en un ideal. La UNAM es su institución. Sin esas instituciones, todo puede rodar por el suelo.

Ahora pensemos en otros. El comunismo soviético no se acabó por Ronald Reagan ni por Lech Walesa ni por Juan Pablo II. Se acabó porque los rusos dejaron de creer en el comunismo. Se acabó el sistema porque se acabaron la idea y el ideal.

El Brexit se dio porque los ingleses no se creen europeos. Lo inexplicable no es que hayan salido, sino que alguna vez hayan entrado. Por eso no aceptaban el antiguo Mercomún Europeo. Por eso, en Maastricht no aceptaron la moneda europea. Siempre creyeron más en el dólar que en el euro y más en Washington que en París o en Berlín. Sin que me conste, a veces pienso que creen más en Estados Unidos que en la Gran Bretaña.

El realismo no siempre se acepta ni se comprende ni se perdona. Y es que existe una oscura zona intermedia entre la realidad y la fantasía. Se le llama truco y se basa en que no veamos la realidad y, por ello, imaginemos que una fuerza sobrenatural es la que actúa. Eso puede llevarnos a vivir en medio de una política truquera, fullera y embustera, creyendo que el Estado sobrevive sin tener instituciones reales y efectivas.

Tan sólo pensemos en las columnas. Los edificios no se derrumban porque hay un temblor, sino porque se quiebran sus columnas. A los edificios que no se les quiebran no los tira el mismo terremoto que tira a los otros. En la política, como en la física, nada se sustenta sin explicación.

 

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