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Porfirio y cuando la historia se repite

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

Un primero de septiembre de 1988 me tocó cubrir la crónica de la sesión legislativa que daba inicio con el sexto informe de Miguel de la Madrid. El informe presidencial en esa época era una ceremonia casi religiosa, un largo recuento de acciones, reales o supuestas, realizadas en todos los ámbitos, marcada por los aplausos y las loas.

Pero en 1988 acabábamos de pasar las elecciones más disputadas de México desde los años 30 y había, por primera vez, una Cámara realmente plural, aunque conservaba una mayoría priista. Porfirio Muñoz Ledo había ganado la senaduría de la Ciudad de México. Un par de años atrás había roto con el PRI, formando junto con Cuauhtémoc Cárdenas la corriente democrática y luego el Frente Democrático Nacional. La campaña de Cárdenas fue magnífica considerando el momento político, la cerrazón de la mayoría de los medios y la enorme potencia de la maquinaria priista que apoyaba la candidatura de Carlos Salinas de Gortari.

La paradoja es que si en aquella elección el presidente De la Madrid en lugar de inclinarse por Salinas se hubiera decidido por Manuel Bartlett nada de eso hubiera ocurrido: de origen la corriente de Cárdenas y Muñoz Ledo (y Rodolfo González Guevara, quien, finalmente, no rompió con ellos) era para oponerse a la candidatura de Salinas y querían que el candidato fuera Bartlett.

Se oponían al dedazo porque éste no los favorecía. La corriente democrática se fue convirtiendo en otra cosa, en una dura fuerza opositora con el paso del tiempo, la cerrazón oficialista, de una campaña que sorprendió a todos, incluyendo a los cardenistas y de una crisis económica recurrente heredada desde el gobierno de José López Portillo.

Ni Cárdenas ni Muñoz Ledo sabían que, en esas mismas fechas, quitaban de la presidencia del PRI en Tabasco, un tal Andrés Manuel López Obrador, quien, incluso, había compuesto el himno del tricolor estatal. Pasaría toda la campaña antes de que ese joven se incorporara al FDN que, iniciado 1989 se convertiría en el PRD.

Lo cierto es que aquel primero de septiembre de 1988, cuando el presidente De la Madrid estaba a mitad de su informe, desde una curul se escuchó un grito, una, dos, tres veces: “Con su permiso señor Presidente”. Era Porfirio, quien quería “interpelar” al Presidente de la República. No pasó nada más, salvo la confusión inicial, De la Madrid dio por terminado el informe y con él todo un periodo de la vida política del país.

Desde entonces nada fue igual. Los informes presidenciales se convirtieron en eventos bochornosos donde sin la gallardía de aquel Muñoz Ledo, había de todo, desde puertas cerradas con candados hasta cabezas de cerdo, griteríos, insultos, golpes. Con sensatez se dejó de pronunciar en la Cámara de Diputados.

Este Muñoz Ledo, ahora presidente de la Cámara de Diputados, quien recibió de manos de Alfonso Navarrete Prida, el Sexto Informe de Gobierno de Peña Nieto, es el mismo que interpeló a De la Madrid hace 30 años. Y el mismo que hace 50 años, hizo la defensa más contundente de Gustavo Díaz Ordaz después de la masacre de Tlatelolco.

Allí el más brillante de sus jóvenes legisladores, no interpeló al Presidente. Lo defendió. Dijo que “fuerzas e intereses ajenos a la voluntad del pueblo pretendieron divorciarlo de las instituciones de la República y los más antiguos trasfondos reaccionarios vinieron a condensarse en la idea de que el deber más imperioso para los mexicanos es disminuir la autoridad del Estado e inventar un nuevo régimen constitucional... nuestro progreso se ha vuelto a la postre irreversible, porque ha cerrado el camino a todo retroceso”. El movimiento del 68 era el movimiento de la reacción que quería, vaya barbaridad, “disminuir la autoridad del Estado e inventar un nuevo régimen constitucional”.

Entre aquel defensor de Díaz Ordaz y éste presidente de la Cámara que acaba de cumplir 85 años, ha pasado medio siglo: aquel senador que interpeló a De la Madrid, que fundó el PRD y que rompió con el partido cuando no lo dejaron ser candidato presidencial en el 2000, el que luego fue candidato del PARM, pero abandonó la campaña para apoyar a  Fox, que luego fue funcionario del foxismo seis años en Bruselas, el que regresó a México para trabajar en la Televisión Mexiquense mientras el gobernador era un tal Peña Nieto, para tiempo después recalar en el equipo de López Obrador, no sin antes ser el responsable de elaborar la nueva Constitución de la Ciudad de México con Miguel Ángel Mancera, ese hombre es Porfirio Muñoz Ledo, representante de todas las contradicciones, avances y retrocesos, de todas las incongruencias y genialidades que ha tenido el sistema político en nuestro país.

Le toca presidir una Cámara que de plural tiene poco, como aquella de hace 50 o 30 años, donde el Bronx parlamentario impide hablar a los pocos representantes de la oposición y los cubre de insultos, que declaran su independencia, como Porfirio hace medio siglo, calificándolos de reaccionarios, mientras rinden loas al nuevo Presidente de la República. Medio siglo de distancia. ¿Es el inicio de un nuevo régimen, como dijo el sábado Porfirio, o es, simplemente, una historia que se repite en forma circular, a veces como comedia, en otras como tragedia?

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