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Más allá de La Huacana

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

La de seguridad es, hasta ahora, una estrategia sin estrategia. Es una suma de ideas, algunas muy bonitas, plasmadas en un texto presentado en el Senado y refrendado en el Plan Nacional de Desarrollo, que se relaciona muy poco con la realidad cotidiana.

La fórmula de “abrazos, no balazos” es muy cool para verla estampada en una camiseta en Zipolite, y sirvió para la campaña electoral, pero no es una política aplicable, mucho menos los intentos, solapados o no, de una amnistía. La confusión constante se genera, en el discurso y en los documentos, cuando se habla de pacificación, interpretando que los grupos criminales son “pueblo en armas”, algo así como grupos guerrilleros que luchan con un objetivo ideológico. Esa visión se alimentó, entre otras cosas, de las telenovelas de uno de los ideólogos del lopezobradorismo, Epigmenio Ibarra, que constantemente interpretaba la lucha contra el crimen organizado como una lucha contra “el pueblo bueno” (¿quién puede olvidar la indigerible Ingobernable, con Kate del Castillo?) y el propio candidato López Obrador abrevó de esa lógica en campaña.

Hoy López Obrador es Presidente de la República y ya sabe, estoy convencido, de que las cosas no son así: que existe un vacío de poder en muchos espacios del territorio nacional, que es ocupado por delincuentes a los que no les interesa ser el pueblo bueno, ni las ideologías y que saben que se hacen más poderosos cuanto más pequeño se hace el Estado mexicano.

Lo ocurrido en La Huacana, en Michoacán, es un verdadero paradigma de esa situación, aunque está muy lejos de ser algo singular, inédito. El secuestro de soldados, policías, ministerios públicos es algo que ocurre todos los días, en muchos rincones de la República, y particularmente en Michoacán. En el caso de La Huacana, el comportamiento de los soldados fue ejemplar, porque la otra opción que tenían era utilizar sus armas contra los pobladores.

Pero ése es el peor de los mundos posible: los soldados (que acababan de tener un enfrentamiento armado con los mismos grupos que luego los secuestraron) no pueden responder sin usar la violencia contra quienes los están agrediendo y que se han hecho del control de sus comunidades (y por eso siempre envían en forma cobarde a mujeres y niños de avanzada), pero sufren en carne propia la violencia, sin poder hacer nada para defenderse cuando están perfectamente bien entrenados y equipados para hacerlo. Pero el entrenamiento de un soldado en esas circunstancias, si decide defenderse de sus agresores, es usar su arma. Los soldados de La Huacana no lo hicieron porque eran conscientes de lo que ello implicaría. Pero ésa es una situación que no se puede sostener ni seguir repitiendo.

La Guardia Nacional tendrá otro entrenamiento y otro equipo para afrontar estos desafíos y podrá hacerlo, posiblemente, en mejores condiciones que los soldados, pero el problema de fondo es otro: es qué hacer ante las agresiones.

Debe haber políticas sociales específicas para esas zonas, pero no son suficientes ni alcanzan. Debe haber muchas más policías calificadas para enfrentar este tipo de desafíos (y no sólo en la Guardia Nacional, sino también en las policías estatales y municipales, que se suelen desatender del problema cuando no son cómplices de estos grupos) y, sobre todas las cosas, debe haber castigo para quienes delinquen. Quienes hayan sido los responsables de los hechos de La Huacana deben ser procesados y castigados. La gente debe ser desarmada, nada puede justificar la portación de un fusil Barret .50 para defensa personal. Debe existir apoyo político e institucional a las fuerzas de seguridad, lo que hoy es una simulación. Se deben desenmascarar a los supuestos organismos de derechos humanos que no son tales, sino simples fachadas de grupos criminales. Se debe apostar a la operación basada cada vez más en la inteligencia: la acción de la Agencia de Investigación Criminal que descabezó en un día a los grupos criminales de la Unión, la Anti-Unión y el CJNG en la Ciudad de México es un ejemplo de lo que se debe hacer.

Insistamos en un punto: no puede haber amnistía ni abrazos con los criminales, no se trata de grupos guerrilleros que luchan, equivocadamente o no, por un país mejor, son criminales cuyo único interés es patrimonial, económico y, en muchos casos, marcados por un salvajismo y un desinterés por la vida humana incomprensible para cualquiera de nosotros. Si no se parte de esa base, si no se comprende que el tema es la justicia y la ley, en todas formas en las que ésta se puede ejercer, estaremos hablando de una batalla perdida.

 

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