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La refinería, el aeropuerto y el tren

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

El presidente Andrés Manuel López Obrador ha cumplido exactamente con lo que prometió en campaña: dijo que cancelaría el aeropuerto de Texcoco y lo hizo; que construiría varias refinerías y ya ha decidido construir una en Dos Bocas, Tabasco y que haría el Tren Maya utilizando los recursos de la promoción turística y también lo cumplió.

Que las tres sean medidas poco sensatas no implica que no hayan sido publicitadas ampliamente en su campaña, aunque muchos de los que lo apoyaron y votaron por él, hoy se quejen amargamente. Hay que aprender que con el voto no se juega.

El caso de la refinería es sintomático de una forma de tomar decisiones que costarán muchísimo al país. Primero, distintas instituciones públicas advierten que la refinería no se podrá construir en tres años y menos aún con un costo de 8 mil millones de dólares, más allá de que existe un amplio consenso de que no se necesita esa refinería.

De eso hizo eco nada menos que la Secretaría de Hacienda. En una reunión con inversionistas y acreedores de Pemex, en Londres, el subsecretario Arturo Herrera aceptó que no se podrá tener en esos tiempos la refinería y que mejor los 50 mil millones de pesos que estaban presupuestados para Dos Bocas para este 2019, se deberían destinar a exploración y producción que es lo realmente rentable.

El subsecretario es desmentido por el propio Presidente y por la secretaria de Energía, Rocío Nahle, que insisten en Dos Bocas y anuncian una licitación para elaborar el proyecto de la refinería en la que participan las que el propio gobierno considera las cuatro empresas especializadas en el tema más importantes del mundo.

Pasan las semanas y el Presidente y la secretaria anuncian que ninguna de las cuatro grandes empresas especializadas invitadas aceptaron construir en ese lapso de tiempo y con ese presupuesto. En lugar de suponer que las instituciones especializadas, la secretaría de Hacienda o las cuatro grandes empresas privadas tienen razón y no se puede hacer esa refinería en tales condiciones, el gobierno decide entonces que la construirán Pemex y la Secretaría de Energía, que no cuentan ni con la capacidad financiera, el conocimiento técnico y el personal especializado para ello.

Como evidentemente el presupuesto ya de por sí erróneamente destinado a la refinería (hay que invertir esos recursos en exploración y producción, como dijo la SHCP) no alcanza, la solución gubernamental es construir una refinería más pequeña y tecnológicamente más atrasada. No tiene sentido alguno. Como última noticia tenemos que el terreno de Dos Bocas, destruidos los manglares y deforestado, ahora se inundara.

Santa Lucía será, en el mejor de los casos, una terminal lejana del actual aeropuerto capitalino, no tiene vías de acceso; una tercera parte de los días tendrá niebla en las mañanas, a los genios que la propusieron se les olvidó que frente a lo que pensaban sería la pista principal hay un cerro de dos mil 600 metros de altura que obliga a redireccionar las pistas; que si bien la base militar es muy grande, una de las mayores del país, para construir el aeropuerto les falta terreno, que tendrán que comprar a los ejidos colindantes que quieren vender su tierra, a mil 250 pesos, cuando el gobierno les ofrece 200 pesos por el metro cuadrado.

Muchos de los nuevos edificios y depósitos de la base militar tendrán que ser destruidos, a pesar de que se inauguraron hace poco más de un año. Tendrán que ser reubicadas las miles de familias de militares que allí viven. Y todavía ese proyecto no existe como tal, como proyecto ejecutivo, porque tampoco existe autorización de ninguna instancia internacional que garantice la seguridad aérea, y los recursos que se iban a utilizar para construir Texcoco ahora se utilizarán para pagar las indemnizaciones por no construir Texcoco.

El Tren Maya, tampoco tiene aún un proyecto ejecutivo ni la propiedad federal de las tierras por donde se supone que pasará. Lo que comenzó siendo un tren Mérida-Cancún es ahora una vía de mil 500 kilómetros que cruza en triángulo toda la península de Yucatán, sin demasiado sentido turístico. Se dice que al final será financiado por capitales chinos (¿?).

Cuando se pone en duda la viabilidad de cualquiera de los tres grandes proyectos, la respuesta presidencial es la misma: sí se construirán, me canso ganso. Y si un gobierno se empeña en construir algo, al costo que sea, lo hace. Que tenga alguna utilidad para el futuro, un sentido estratégico o que genere empleo y recursos, es otra cosa. Estamos ante una soberbia gubernamental difícil de comprender.

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