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La amapola, más allá del lugar común

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

Mientras el tema de la legalización o regulación de la mariguana parece estar en una suerte de limbo difícil de transitar entre el uso medicinal y el lúdico, el tema de la legalización de la amapola, en realidad de la utilización de la amapola para la producción de opiáceos para uso medicinal, parece avanzar sin graves contratiempos.

Primero fue el gobernador de Guerrero, Héctor Astudillo, el que presentó la propuesta que retomó el Congreso estatal, luego fue bien recibida por distintos ámbitos del gobierno estatal y federal, también por la administración entrante y este fin de semana el general Salvador Cienfuegos aceptó que se debía analizar esa propuesta y que podría ser una opción a futuro que debía considerarse. Y López Obrador coincidió con el secretario de la Defensa.

Nada de esto es terminante, ni tampoco implica que tendremos una legalización de los cultivos de amapola a la vuelta de la esquina ni mucho menos que cuando se dé ese paso que, muy probablemente, sí debemos dar, se vaya a acabar la violencia y la inseguridad en las zonas de gran producción como Guerrero y el Triángulo Dorado (donde confluyen Chihuahua, Durango y Sinaloa).

La producción de amapola y sus derivados supera con mucho las necesidades que tiene el país para su uso medicinal e incluso las posibilidades de exportación, porque además estamos hablando de un enorme mercado de consumo, sobre todo en EU y Canadá, que no da visos de disminuir.

Nadie conoce mejor esa realidad que los soldados que realizan las tareas de erradicación y que trabajan en las condiciones más difíciles en la sierra. Los plantíos de amapola no se dan sólo en Guerrero y el Triángulo Dorado. Hay plantíos en Oaxaca, Nayarit, Michoacán y otros estados.

Con un kilo de semilla de amapola se puede sembrar una hectárea y de una hectárea cultivada se pueden obtener 11 kilos de goma de opio y, a su vez, de esa goma de opio se puede producir un kilo de morfina y de éste se produce un kilo de heroína, del que se obtienen hasta 20 mil dosis. Según datos de la Administración para el Control de Drogas, (DEA), para el 2014 cuatro millones 813 mil estadunidenses habían consumido heroína.

La cifra ha crecido en forma constante, casi geométrica, desde entonces. El año pasado por sobre dosis de opiáceos en Estados Unidos murieron 60 mil personas y este año la cifra será bastante superior, porque el consumo sigue creciendo. Nadie querrá perder ese marcado de miles de millones de dólares.

Es verdad que un porcentaje de los opiáceos que se consumen, y matan, en EU son, simplemente, medicinas regulada prescrita con absoluta liberalidad por los profesionales médicos de la Unión Americana.

Segundo, que buena parte de los opiáceos que se consumen en Estados Unidos no llega vía México. Tercero, que el opiáceo que más daño hace es el fentanilo, que es un producto sintético, producido, sobre todo, en China e India, que llega cruzando muchas y muy diferentes fronteras, muchas de las veces directamente de Oriente a Estados Unidos.

La Oficina de las Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito (UNODC), en su informe mundial sobre las drogas 2016, hace referencia a un cambio en el suministro de heroína en diferentes regiones del mundo. Destaca, por ejemplo, que en América del Norte el 90 por ciento de la heroína consumida en Canadá procede de Afganistán, mientras que para Estados Unidos es suministrada desde México y Sudamérica.

Pero resulta que en Estados Unidos el mayor índice de consumidores se localiza en la costa noreste, en los estados de Pensilvania, Rhode Island, Nueva York, Nueva Inglaterra, Filadelfia, Nueva Jersey y Washington DC. El informe ONUDOC sostiene que, además de la heroína procedente de América Latina, existen evidencias de que la del suroeste asiático (producida, sobre todo, en Afganistán, una nación ocupada por tropas de Estados Unidos y Pakistán) es la que más está llegando al mercado de Norteamérica (Canadá y Estados Unidos), postura que se refuerza con la aceptación del gobierno de Canadá, de que este tipo de droga que entra a su país procede de Afganistán y puede surtir el mercado norteamericano.

Desde allí es mucho más fácil hacer llegar la droga a los estados del noreste que desde México, porque además la frontera de Estados Unidos con Canadá es particularmente porosa, mucho más que la mexicana, en el sur del país.

Las cifras de la UNODC ubican a México en el tercer lugar de producción mundial con una superficie de 24 mil 800 hectáreas, mientras que Afganistán lidera la producción de goma de opio en una superficie de 183 mil hectáreas, seguido de Myanmar, con 55 mil 500 hectáreas, es decir, México produce siete veces menos goma de opio que Afganistán y menos de la mitad que Myanmar.

Los opiáceos sintéticos como el fentanilo no se producen en México, sino en los países de Oriente y hay innumerables métodos de hacerlo ingresar a la Unión Americana sin que pase, necesariamente, por nuestro país. Pese a ello el departamento de Estado sigue considerando que entre el 90% y el 94% de los opiáceos que llegan a ese país provienen de México, lo que es falso.

No son datos menores ahora que se habla de legalizar la producción de amapola. Una legalización que es viable, pero que debe analizarse con ojos muy distantes del lugar común, porque el desafío es mucho más complejo de lo que se lo suele presentar.

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