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Es más que el INE, es la democracia

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

 

¡Cuánto le dolió la marcha de ayer al presidente López Obrador y sus más cercanos incondicionales! Para un político que se cree el dueño de las calles y de la verdad, el ver a decenas de miles de personas, de distintos orígenes y formas de pensar, oponerse a una reforma electoral que lo único que busca es concentrar en manos del propio Poder Ejecutivo federal los procesos electorales resultó un desafío inédito.

Su molestia sólo fue comparable con aquella marcha contra la inseguridad de 2004, cuando era jefe de Gobierno. Pero entonces tenía otros contrapesos. Entonces insultó a los manifestantes, minimizó la concurrencia, ignoró los reclamos. En esta ocasión, durante cinco días utilizó las mañaneras para, de todas las formas posibles, agredir a quienes simplemente se le oponen; de cretinos y corruptos no bajó a quienes pensamos que el sistema electoral no debe tener las reformas que exige el presidente López Obrador.

Se argumentó una falsedad tras otra para justificar esa reforma. Se declaró contingencia ambiental en domingo. Martí Batres vio desde el C5 de la ciudad a sólo 12 mil manifestantes. Otros funcionarios prefirieron inventar montajes fotográficos para justificar la asistencia de miles de personas en decenas de ciudades del país que salieron ayer a movilizarse, pero lo cierto es que las de ayer han sido las manifestaciones más concurridas, incluyendo las oficialistas, de este sexenio.

En realidad, la marcha lo que demandaba era muy poco: que se respetaran las reglas del juego y que, con la excusa de una reforma electoral, no se destruyera lo que se ha construido desde los años 90 hasta la actualidad en torno a un sistema electoral que claro que tiene deficiencias, pero que ha garantizado la transición democrática en el país, ha permitido la alternancia y un tránsito pacífico de régimen.

La reforma propuesta constituye, en realidad, un retroceso al régimen anterior: a un sistema construido en torno a un partido hegemónico con control sobre los tres Poderes de la Unión.

Fue una muy buena decisión que José Woldenberg fuera el orador único de esta movilización en la Ciudad de México, porque no olvidemos que hubo otras en numerosas ciudades notablemente concurridas, por ejemplo, en Monterrey y Querétaro. 

Woldenberg no sólo es uno de los políticos más respetados del país, sino también un símbolo de ese proceso de transición. Es imposible no estar de acuerdo con el discurso de ayer del que fue el primer presidente del Instituto Federal Electoral: “El problema mayúsculo, el que nos ha traído aquí, el que nos obliga a salir a las calles, el que se encuentra en el centro de la atención pública, es que buena parte de lo edificado se quiere destruir desde el gobierno. Es necesario insistir en eso, porque significa no sólo una agresión a las instituciones existentes, sino a la posibilidad de procesar nuestra vida política en un formato democrático. México no puede volver a una institución electoral alineada con el gobierno, incapaz de garantizar la necesaria imparcialidad en todo el proceso electoral. Nuestro país no merece regresar al pasado porque lo construido permite elecciones auténticas, piedra angular de todo sistema democrático”.

Ése es el tema, ése es el objeto del debate. No es si el INE gasta o no mucho en las elecciones, el financiamiento partidario, el tiempo de spots en televisión, incluso el número de diputados o senadores. Lo que la reforma intenta de fondo es quedarse con una nueva institución electoral que no tiene nada que ver con la actual, sin una estructura capaz de supervisar el voto tanto a nivel federal como estatal, con consejeros nombrados de forma manipulada desde el propio gobierno, destruyendo los órganos y los tribunales locales, concentrando en el ámbito federal todo el poder y apropiándose del padrón electoral.

No hay nada en la propuesta de reforma que impulsa el presidente López Obrador que genere un sistema electoral más liberal, más abierto, más participativo, que garantice mayor imparcialidad en el proceso electoral. Al contrario: pareciera que todo el andamiaje legal que le permitió llegar al poder debe ser destruido para lograr permanecer en él. De eso se trata.

Y el enojo, el rencor, los excesos de los últimos días, de él y de los suyos, tienen origen en que no lo van a lograr. No tienen los votos en el Congreso para esa reforma y han hecho de todo para lograrlo, difamaciones y amenazas incluidas. No hay margen en el Congreso para aprobar una reforma de estas características, menos aún con un gobierno que una vez más ha hecho de la intransigencia, del no diálogo, una norma.

Concluyo coincidiendo una vez más con Woldenberg: “México no merece una reforma constitucional en materia electoral impulsada por una sola voluntad, por más relevante que sea. Hay importantes lecciones en el pasado: las reformas que fueron fruto de voluntades colectivas forjadas con los métodos probados y comprobados del diálogo y el acuerdo… nosotros valoramos esa diversidad porque creemos que en ella radica parte de la riqueza de nuestra nación y por eso estamos obligados –sí, obligados– a garantizar su expresión, coexistencia y competencia civilizada”.

De eso se trata, no de si las elecciones son caras o no: de libertad, coexistencia, competencia, tolerancia y pluralidad.

 

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