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De Lula a AMLO: poder político y economía

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

El último y, prácticamente, el único gobierno exitoso de izquierda en América Latina fue el de Luiz Inácio Lula Da Silva en Brasil. Todo se derrumbó cuando Lula dejó el gobierno en manos de Dilma Rousseff cuando se descubrieron casos de corrupción con la empresa Odebrecht y Brasil entró en lo que se llamó entonces “el gobierno de los jueces”: todos contra todos, con un número inabarcable de políticos, empresarios y funcionarios en la cárcel o procesados, entre ellos el propio Lula por, presuntamente, haber recibido un departamento en Río de Janeiro como regalo. En realidad, para impedirle participar en las elecciones.

Pero ésa es otra historia, durante los dos periodos en que Lula encabezó el gobierno de Brasil sus objetivos fueron muy claros: en lugar de desechar la base económica que le había dejado el presidente Fernando Henrique Cardoso (un tecnócrata neoliberal, lo calificarían aquí), la reconoció y utilizó al máximo: no deshizo ni restringió ninguna de las iniciativas de mercado y puso al Estado al servicio de los negocios que los empresarios pudieran asumir, con la visión de favorecer más a las empresas nacionales que a las extranjeras, pero abriendo el enorme mercado de su país a todos. No intentó reemplazar o acotar a las empresas, trató de allanarles el camino. Con esos recursos, emprendió el plan social más ambicioso de la historia de su país, bastante parecido al que ahora quiere impulsar López Obrador.

Lula, como López Obrador, no habla inglés, pero tuvo una actividad internacional notable: fortaleció el Mercosur, el presidente Obama lo colmó de reconocimientos, no tenía problema en estar con los Castro y de convivir con la élite de los negocios mundiales. Como era un hombre que venía de la extrema pobreza, un obrero que había visto cómo su primera esposa moría literalmente de hambre en una de las favelas de Sao Paulo, no quería un Brasil que mirara hacia atrás, sino hacia adelante, que se convirtiera en una potencia regional y mundial. Y en buena medida lo logró. Sus sucesores arruinaron el plan, porque la avaricia y la corrupción carcomieron las bases de la abundancia.

Pero concentrado en la política social, Lula sacó a más de 20 millones de personas de la pobreza más extrema al mismo tiempo que propició un crecimiento económico único en la historia de Brasil. No quiso que el poder político estuviera por encima del poder económico, hizo que ambos se aliaran, para mayor beneficio del país.

El gobierno de López Obrador no comprende que pocas veces la realidad permite regresar a esquemas del pasado, que no se avanza mirando para atrás. La época del desarrollo estabilizador y las políticas keynesianas en un mundo globalizado, intercomunicado y que depende cada vez más de la inteligencia artificial, es un imposible, es inviable.

El gobierno de López Obrador lo está comprobando con sangre: la decisión, la más insensata que ha tomado desde el primero de julio, la de cancelar la construcción del aeropuerto, comienza ahora a mostrar su verdadero rostro: si primero fue la caída bursátil de las empresas relacionadas con la construcción y la devaluación del peso, ahora se ha quedado entrampado en el verdadero entramado de intereses que encierra una obra de estas características: los miles de tenedores de bonos, financiamiento, préstamos, inversiones, incluso de afores, proveedores, constructores y trabajadores. Hay 6 mil millones de dólares financiados en bonos que se capitalizan vía el TUA, el impuesto aeroportuario, que se rigen, como todos esos bonos, por las leyes de Nueva York.

El gobierno ha tenido que seguir con Texcoco mientras negocia la recompra de bonos para evitar miles de demandas simultáneas de sus acreedores. En principio quiere comprar mil 800 millones de dólares en bonos, pero en total tendrán que ser por lo menos seis mil millones, unos 126 mil millones de pesos a la cotización actual. En la construcción que ya está concluida en Texcoco, un 37 por ciento de la obra total, se han invertido otros 160 mil millones, y faltan por asumir las demandas de quienes no quieran llegar a acuerdos con el gobierno, ya sea aquí o en el extranjero, demandas que, como las de los Fondos Buitre en Argentina pueden durar años, paralizar el crédito y terminan siendo costosísimas para el país que incumplió los acuerdos.

Para financiar la recompra de bonos y compromisos se utilizan recursos fiscales y los del TUA, los mismos con los que se financiaría el aeropuerto de Texcoco. En otras palabras, en una de las peores estrategias financieras que alguien se puede imaginar, se pagará casi lo mismo que costaría construir el aeropuerto a los tenedores de bonos y demás acreedores para que no se construya el aeropuerto. Es absurdo. Y además, por la devaluación y aumento de tasas provocadas por esa decisión, pagaremos cinco mil millones de dólares más en intereses de la deuda externa.

Lula gobernó dejando la política económica sobre las bases de los gobiernos anteriores, incluyendo la Reforma Energética. No tomó ninguna medida para afirmar su poder sobre la economía, se limitó a ejerce ese poder, a generar riqueza y bienestar. Y a aplicar el plan social más ambicioso de la historia de su país. Nuestros objetivos a combatir son casi los mismos: seguridad, corrupción, pobreza. Hay que aprovechar la riqueza que generan los mercados para lograrlo.

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