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Corrupción, mentiras y videos

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

Una semana de vacaciones y uno parece que regresa a otro país. En realidad, es el mismo, pero con todos sus rasgos exacerbados, deformados, marcados por la denuncia, el rencor y la venganza.

Nadie podía pensar que la maniobra política instrumentada a través de la denuncia de Emilio Lozoya, con el presidente López Obrador fungiendo como maestro de ceremonia, y violando en el camino cualquier mínimo respeto al debido proceso, en un ataque directo a expresidentes, exsecretarios de Hacienda, gobernadores anteriores y actuales, exlegisladores, empresarios y hasta periodistas, iba a transitar sin respuestas.

Las hubo y casi inmediatas, aunque la difusión, por el peso evidente del Ejecutivo, no haya sido similar, y el golpe llegó de lleno en la línea de flotación del Presidente: su hermano Pío (el único con el que lleva una muy buena relación) y uno de sus principales colaboradores. Podrá argumentar el Presidente que uno exhibe la corrupción y el otro la colaboración, pero eso no lo cree nadie: los dos son actos de corrupción evidentes, con la diferencia de que en la macrodenuncia de Lozoya todo está por demostrar y en el de Pío sus propios dichos y los de David León los incriminan por lo menos en un delito electoral. Del argumento Leona Vicario mejor ni hablar.

Lo cierto es que, como hemos dicho muchas veces, la vía elegida, tan parecida a la transitada en el pasado por el fiscal Chapa Bezanilla, aderezada por los macroprocesos de Brasil, terminarán siendo un perder-perder para todos, incluyendo al propio presidente López Obrador. Todos pagarán un costo y, paradójicamente, aunque las denuncias puedan ser menores, a la larga el Presidente en esta ruta puede pagar más, porque la lucha contra la corrupción y su imagen de decencia tiene mucho más que perder que la de cualquiera de sus antecesores, que ya pasaron y pagaron ese trance.

Podrán seguir diciendo, el Presidente y su vocero, Jesús Ramírez, que “no son iguales”, pero en los hechos la gente los terminará viendo tan parecidos los unos a los otros que no hará diferencias.

No hay una destrucción creativa del sistema político posible, nada puede nacer de detonar todos los equilibrios internos de un país. Tampoco cuando se quieren reemplazar políticas públicas de dudosa eficacia con condenas públicas que ni siquiera se terminan de judicializar.

Dice el expresidente español Felipe González, refiriéndose al caso del exmandatario Lula da Silva, en Brasil (un espejo en el que el presidente López Obrador también se tendría que mirar), que cuando se reclama que haya casos “ejemplares” la justicia “no tiene que mirar al justiciable, sino a la aplicación de la ley. La justicia tiene que ser justa. Y si es justa, es ejemplar para todos por igual. Pero cuando se habla de ejemplaridad, se está pensando que con unos hay que ser más ejemplares que con otros. Y esto no es la aplicación de la justicia”. Aquello de “a los amigos justicia y gracia; a los enemigos la justicia a secas” será muy juarista, pero le ha hecho un daño enorme a nuestra sociedad.

Cuando el Presidente adelanta en la mañanera los pasos del proceso judicial, cuando con tranquilidad exhibe en su escritorio la declaración de Lozoya, la cual tendría que ser parte de una averiguación previa confidencial, cuando compara los delitos que presuntamente cometieron los denunciados por Lozoya (éste, hasta ahora el único delincuente confeso de toda esta historia, es tratado con deferencia como “señor” en el discurso presidencial, los acusados por él como delincuentes), cuando dice que la justicia debe castigar a los del caso Lozoya y a García Luna (otro exfuncionario cuyo proceso ni siquiera ha comenzado y que en México, por lo menos durante su desempeño como funcionario, no tiene una sola denuncia en activo), cuando delitos electorales evidentes, como es el financiamiento ilegal de su campaña, es tomado como una simple colaboración o como un acto de la gesta independentista, el Presidente está abonando a su futura destrucción por los mismos métodos que ha utilizado contra sus adversarios.

La estrategia, además, tiene una falla de origen: nadie recomienda atacar sin hacer diferencias a todos los enemigos simultáneamente. A Hitler abrir el frente oriental y atacar a la Unión Soviética, convirtiéndola en aliada de Estados Unidos y Gran Bretaña, le costó la Segunda Guerra Mundial. Esa estrategia lo único que logra es unificar a todos sus enemigos. Nada cohesiona más que un enemigo común. Se podrá decir que no es así, que la relación con algunos empresarios y factores de poder es muy buena, pero todo eso es relativo: ya vimos en la reunión de la Conago la frialdad entre los mandatarios estatales y el Presidente, ya vemos cómo muchos empresarios se sienten lastimados y agraviados por distintas medidas adoptadas.

La vía Lozoya hundirá a muchos opositores, como lo hizo en su momento la estrategia Chapa Bezanilla. El problema es que muchos de esos al final resucitan y también toman venganza.

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