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Argentina, crisis, corrupción y vitalidad

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

Buenos Aires, 15 de octubre. Un viaje relámpago a la capital argentina me ha permitido atestiguar dos cosas. Primero, la enorme vitalidad de una ciudad como Buenos Aires que no se doblega ante las crisis económicas recurrentes, los malos gobiernos, la inestabilidad ni la polarización que a veces parece devenir en balcanización del país.

Buenos Aires a toda hora vive, se la siente pulsar con una pieza de Astor Piazzolla, eléctrica, pero siempre con un profundo toque melancólico.

En un mismo día conviven los Juegos Olímpicos de la Juventud, innumerables espectáculos, cine, teatro, rock, música clásica, conciertos, librerías, quizás no tan atestadas como en el pasado, pero con un número y una selección editorial envidiable, incomparable para quienes venimos de México.

Y restaurantes siempre llenos, a pesar de una inseguridad para nosotros incipiente, hasta altas horas de la madrugada. En una ciudad cuyo mayor mérito es que se puede seguir caminando, disfrutando, algo casi perdido para nosotros.

Lo segundo es la inestabilidad política. El gobierno de Macri no se ha podido consolidar por sus logros, sino que se mantiene básicamente por la autodestrucción en torno a lo que fue el régimen de Cristina Fernández de Kirchner, azotado por sus graves errores políticos, sus rupturas con sectores empresariales, así como medios y, sobre todo, por una corrupción interna que supera, y vaya que en la región la capacidad de sorpresa al respecto es alta, los márgenes del asombro.

Los llamados cuadernos de la corrupción han exhibido al pasado gobierno de una forma tal que no se compara siquiera con la historia, reciente, de un exministro cercanísimo a la expresidenta enterrando en una iglesia bolsas y bolsas con millones de dólares en efectivo. Fue descubierto y apresado cuando, con una metralleta al hombro, realizaba esa dura labor.

Los cuadernos son otra cosa: un chofer de un ministro clave en el entramado del gobierno, durante años registra en forma acuciosa todos los movimientos de su jefe, y sobre todo los dineros que recibe y los que entrega, los favores y los favorecidos. Es un registro por día, hora y lugar, con cantidades exactas y con nombres propios, durante años.

Y lo entrega a un periodista que antes de publicarlo lo lleva a un juez para que inicie procesos penales. El resultado es demoledor porque empresarios y políticos de todo tipo comienzan a aceptar su responsabilidad para disminuir culpas y el tema tiene cercada a la expresidenta, todavía protegida por el fuero, e incluso a sus hijos.

Eso no termina de consolidar la confianza en torno al gobierno de Macri. La crisis económica, la recurrente y que a través de los años parece ser siempre la misma que agita a Argentina, se basa en la poca capacidad de inversión prolongada en el país que deviene a su vez de la débil institucionalidad.

Las inversiones van y vienen, son especulativas y los vaivenes del dólar alteran todo el andamiaje económico, social y productivo. El comercio exterior argentino depende mucho de las materias primas y éstas están en muy pocas manos, los recursos también y la capacidad de control gubernamental disminuye cuando baja la confianza.

Y algo de eso está sucediendo ahora, con la diferencia de que las alternativas opositoras se ven pulverizadas por la corrupción. Y sin embargo subsisten, porque un gobierno con limitada sensibilidad social y empeñado en los ajustes económicos que le exigen sus acreedores en el exterior termina castigando a la sociedad con aumentos constantes de precios de servicios e impuestos que agotan la popularidad de cualquier régimen.

Muchas veces hemos dicho aquí que el próximo gobierno de López Obrador tenía muchos puntos de referencia con el de los Kirchner, de la misma forma que Morena se parece mucho al viejo partido peronista. Hay puntos en común, muchos, pero también diferencias.

López Obrador está lejos de tomar el poder de un país en bancarrota, la economía mexicana está ordenada y en un relativamente buen momento, sus posibilidades de operación son amplias. Néstor Kirchner agarró el país en plena crisis, en cesación de pagos, pero también cuando iniciaba un ciclo al alza del precio de las materias primas que le permitió afianzar su gobierno (había asumido con poco más del 20 por ciento de los votos) al tiempo que no cubría sus obligaciones exteriores, pero gozaba de una próspera sociedad comercial con un Brasil en aquellos años pujante.

Lo cierto es que logró, y ese es un punto de contacto con López Obrador, consolidar un movimiento por momentos populista, por momentos intolerante, centrado en su propia persona, pero también con sentido social y agrupando desde personajes conservadores hasta de izquierda en torno suyo. Con el paso de los años las cosas se le complicaron y comenzaron las diferencias profundas, pero para el país la tragedia fue su muerte repentina por una ataque cardiaco masivo.

El gobierno lo tenía entonces su esposa Cristina, quien pasado un periodo se lo regresaría a Néstor. Pero éste siempre había conservado el poder. Su sorpresiva muerte (en realidad no tanto, porque se sabía de sus males desde años atrás), le dejó el gobierno y el poder a Cristina, quien se equivocó en casi todo, rompió alianzas, acuerdos, se radicalizó y sectarizó y terminó devorada por la corrupción de ella y de muchos de los suyos.

El resto es historia actual. Esa historia casi circular, borgiana, que tanto lastima este país y esta ciudad, pero que no le restan ni un gramo de vitalidad.

 

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