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¿Punto sin retorno?

Jorge Camargo

Jorge Camargo

Cuando Felipe Calderón decidió que el Ejército combatiera, metro por metro, a los narcotraficantes, se llegó a un punto sin retorno. Hoy, llegamos al mismo punto: dejamos a los delincuentes retar, controlar territorios, asesinar a jóvenes, mujeres y niños. De este sin retorno surge un sentimiento de incertidumbre nacional.

Los mexicanos han sido abandonados a una suerte que no merecen. Y de suyo resulta penoso el ver los infructuosos intentos por desviar la atención. Se cree que una rifa sacará de la mente de las personas la imagen de los niños LeBarón y Langford, las terribles cifras de feminicidios, de desaparecidos, el desabasto de medicamentos y que nos olvidaremos de las marchas convocadas para pedir que no se nos siga matando.

Algo le pasa a este país cuando se tiene que recurrir a los jueces federales para obligar al gobierno a que cumpla con su compromiso constitucional de garantizar tratamientos a niños con cáncer.

Pero también algo malo está pasando cuando un principio de reforma judicial se sostiene en la generalización de que todos los jueces y juezas, los juzgadores federales, son corruptos y mafiosos.

Desde la Consejería Jurídica se acusa a los juzgadores de corruptos cuando resuelven en contra de actos arbitrarios. “Estamos teniendo problemas con los jueces”, se dice.

El consejero jurídico abrió su participación en la presentación de una, sin duda, importante reforma a la Suprema Corte diciendo: “(…) existen jueces que terminan por convertirse en mercaderes, muchos de ellos mínimamente calificados, no dirigen su energía a tareas distintas que no sea el abuso del poder, la mediocridad burocrática y la concesión de inmunidades”.

Fue poco generoso en autocrítica. Lo mínimo que se esperaba era que hablara de la ausencia de una política de procuración de justicia, porque ésta no la materializa sólo el Poder Judicial. El entramado es inmenso.

Pues sí, el tema es que los jueces no están para caerle bien a nadie. Lo han dicho las organizaciones ciudadanas México Evalúa y Causa en Común con insistencia. El problema es que las autoridades no son capaces de construir un caso y siempre resulta mejor acusar a un juzgador de corrupto y luego incendiar a los aplaudidores, para pedir reformas que nos regresen a las terribles épocas del sistema inquisitorial.

La prensa ha dado cuenta de que cuando el presidente Calderón acusó de corrupto a un juez que liberó a un detenido de “alto impacto” por violaciones al debido proceso y dijo que tenía una lista de jueces que estaban en la nómina, fueron a tocarle a la puerta de Los Pinos para decirle que si tenía nombres que los entregara. Hubo silencio.

Excélsior cronicó que, reunido con diputadas, el fiscal Alejandro Gertz Manero dijo: “No tienen ustedes idea lo que es recibir el impacto de la delincuencia organizada, de lo que está sucediendo todos los días. Produce una angustia profunda. No solamente que no está saliendo bien, sino que está saliendo mal. Nos preocupa”.

¿De verdad cree el fiscal que no tienen idea los familiares de las víctimas? 

¿Habremos entonces llegado al punto sin retorno? Al menos 14 mil 152 mujeres han sido asesinadas en cuatro años. ¿Cuánto es suficiente para no causar molestia?

Causa en Común ha documentado que en 2019 fueron asesinados, al menos, 446 policías, es decir, un promedio de 1.16 policías cada día.

En lo que va del año han muerto por homicidio 55 policías más. Ahora, 1.77 por día. Y en 2018, para contrastar, asesinaron a 452 agentes de la autoridad. ¿Es eso ya suficiente?

Tiene razón Gertz Manero, quien es un hombre de buena fama pública.

No tenemos idea de lo que está ocurriendo cuando se permite que la Guardia Nacional sea expulsada a huevazos de una comunidad, donde claramente opera el crimen organizado.

El Ejército dirá que su compromiso es con la autoridad máxima y que eso forma parte del servicio a la patria. Por supuesto que eso expresará públicamente, pero no es lo que se siente en sus filas.

De pronto nos hemos visto envueltos en una violencia inusitada, de mexicanos contra mexicanos. De la menor provocación surge un homicidio.

Pareciera que se ha perdido el miedo a matar y a recibir castigo, que existiera un ambiente de permisividad para lastimar. De que no importan los derechos humanos del otro.

No somos el México unido en la diversidad y en la oposición de ideas, sino un México enojado contra el otro, contra el vecino, la familia. Somos el México que se dejó dividir, que es convocado para apartar al que piensa diferente.

Pregunto al lector. ¿Habrá regreso de esto?

 

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