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Zapata y Cháirez tienen algo en común

Jesús Sesma Suárez

Jesús Sesma Suárez

La violencia, la discriminación y la intolerancia son las principales limitantes para el libre ejercicio de los derechos humanos.

Me pareció lamentable el actuar de los manifestantes campesinos de la Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas (UNTA), el pasado martes, en las afueras del Palacio de Bellas Artes, donde agredieron a un grupo de activistas pertenecientes a comunidades de la diversidad sexual que defendían la presencia de la obra La Revolución, del artista Fabián Cháirez, en dicho recinto.

Fue lamentable, no sólo por los actos de violencia que protagonizaron, sino también por tratarse de una de las muestras más claras de intolerancia y discriminación en contra de este grupo social.

Las comunidades de la diversidad sexual en nuestro país, como en muchos otros, no cuentan con un marco legal específico que defienda sus derechos y su acceso a la justicia, pues se dice que éste aplica a todos por igual. Todos sabemos que el hecho de que los derechos de las personas estén plasmados en la Carta Magna no siempre es sinónimo de garantía, cumplimiento y respeto.

La verdadera libertad y el goce de los derechos se dan, o al menos deberían darse, en el marco de la convivencia social.

Pero en nuestro país, de acuerdo con la edición 2019 de Society at a Glance, publicación de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en una escala del 1 al 10, los mexicanos tienen una aceptación hacia la homosexualidad de casi 5, es decir, ni siquiera el 50% de los mexicanos aceptan la homosexualidad.

Es cierto que las políticas públicas son una herramienta indispensable en el camino hacia garantizar y hacer valer los derechos humanos, pero también es cierto que el mayor trabajo está en nosotros como sociedad y un ejemplo es lo ocurrido ayer a las afueras de Bellas Artes. Las instituciones están abriendo espacios a los artistas, sin apelar a su identidad de género, pues es claro que nada tiene que ver; no obstante, es parte de la sociedad la que se opone a respetar estos espacios.

Parece irónico que en pleno Día Internacional de los Derechos Humanos, uno de los sectores que hasta hoy sigue luchando por hacer respetar su desarrollo con plena inclusión social se haya visto atacado y transgredido.

Pero dicen por ahí que “de lo malo, lo mejor”, y si bien Fabián Cháirez y los activistas de la comunidad LGBTI han tenido que pasar por estas descalificaciones y ataques, lo mejor que pudo hacer el contingente opositor de campesinos fue levantar ámpula, generar polémica y atraer la atención de los medios de comunicación, pues ahora muchos conoceremos a Cháirez y su trabajo artístico.

Incluso diré, aunque haya a quien no le parezca, que Emiliano Zapata y Fabián Cháirez tienen algo en común: ambos han estado en el marco de una revolución, considerando que este concepto se relaciona con un “cambio profundo en cualquier cosa”, un “levantamiento o sublevación popular”, de acuerdo a la Real Academia Española.

Recordemos que las revoluciones pueden ser políticas, sociales, tecnológicas, económicas e ideológicas... Sí, señoras y señores, ¡IDEOLÓGICAS!

A este país le hace falta educación y muchas cosas más, pero, sobre todo, valores, como el respeto y la tolerancia para evolucionar hacia un cambio de conciencia en el que haya cabida para todos, sin importar la identidad de género, los gustos y las preferencias de cualquier tipo, siempre que no resulten afectadas terceras personas.

Quiero decir, además, que aplaudo y reconozco totalmente al Museo del Palacio de Bellas Artes y al Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) por defender la libertad de creación y promover la inclusión y los derechos de los artistas.

 

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