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Lecciones del norte y del sur

Javier Aparicio

Javier Aparicio

En los últimos días —o quizá deba decir en los últimos años— hemos observado tanto Estados Unidos como en diversos países de América Latina, episodios políticos críticos, sorpresivos o excepcionales que de una forma u otra, ofrecen varias lecciones para nuestra joven democracia y para el actual gobierno, suponiendo que en Palacio Nacional quieran ver y oír un poco más.

Las elecciones extraordinarias en Bolivia. El 18 de octubre pasado, Bolivia tuvo elecciones para presidente, senadores y diputados. Luis Arce, candidato presidencial del MAS —el partido de Evo Morales, quien fue forzado a renunciar en noviembre pasado—, obtuvo 55.1% de los votos, con un amplio margen sobre Carlos Mesa, quien apenas consiguió 28.8% de votos. A decir del historiador Rafael Rojas: “El proceso boliviano ofrece tantas lecciones para la derecha como para la izquierda latinoamericana. A la derecha le enseña que no se gana la mayoría con biblias, golpes y represión. A la izquierda, que los liderazgos colegiados y comunitarios son más fuertes que los personalistas”. Si la oposición a Morales quería hacerse del poder al margen del orden constitucional, el electorado se lo impidió. Por otro lado, si Morales no hubiera buscado reelegirse en 2019 al margen del orden constitucional, quizás su partido se hubiera mantenido en el poder sin detonar la crisis que observamos un año atrás. 

El plebiscito en Chile. En octubre de 1988, un 56% de las y los chilenos votaron la salida del dictador Augusto Pinochet mediante un plebiscito. El domingo pasado, con otro plebiscito, 78% votaron por elegir una Asamblea Constituyente que reemplace la Constitución pinochetista de 1980. Las y los ciudadanos chilenos respondieron contundentemente dos preguntas: “¿Quiere usted una Nueva Constitución?” y, en su caso, “¿qué tipo de órgano debiera redactarla?”. Una convención mixta, con una mitad de parlamentarios en funciones y otra mitad nuevos, o bien mediante una Convención elegida por completo para este fin. Ganó la segunda opción.

Hay quienes, erróneamente, han querido comparar el plebiscito chileno con la consulta popular promovida por el Presidente de México —misma que fue misteriosamente avalada y modificada por la Suprema Corte—. En primer lugar, el plebiscito en Chile no fue promovido “desde arriba” para reafirmar la agenda del presidente en turno, Sebastián Piñera. Más bien se trata de una exigencia de la sociedad y la oposición chilenas, es decir, se trata de un caso en el que la democracia directa funciona como contrapeso del poder en turno. En segundo lugar, mientras que la consulta mexicana en realidad no vincula a poder alguno a hacer nada que no puedan hacer ayer u hoy mismo, el caso chileno detonará un proceso constituyente excepcional.

A decir de Gabriel Negretto, experto en reformas políticas y cambio constitucional: “Con esta decisión histórica de abandonar la constitución de 1980 por el voto popular, Chile les recuerda a quienes sólo lo asocian a Pinochet, al capitalismo salvaje y a una sociedad conservadora, que en este país nació en 1890 la primera democracia electoral en toda la región”. El texto constitucional chileno es particularmente rígido y difícil de reformar. Si bien permitió un desarrollo económico notable, también preservó amplias desigualdades sociales que, a la postre, han resultado insostenibles. Arriesgada como es esta apuesta, de resultar exitosa esta Convención, sin duda será una gran lección para el resto de América Latina.

Las elecciones de Estados Unidos. La llegada al poder de Donald Trump en 2016 fue una señal ominosa y preocupante, tanto para su país como para el resto del mundo: en la medida en que reflejaba no sólo una vulnerabilidad clave en el bipartidismo norteamericano, sino la vulnerabilidad de democracias que se suponían consolidadas ante candidaturas del así llamado nuevo populismo de derecha.

Si los pronósticos más probables de las encuestas y otros modelos de predicción electoral aciertan, el próximo martes 3 de noviembre las y los ciudadanos norteamericanos podrían dar una buena noticia en lo que ha sido un muy mal año, y una lección adicional al resto del mundo: que los nuevos populismos pueden ser derrotados en las urnas siempre y cuando la arena electoral sea suficientemente competitiva. ¿Cuál de estas tres lecciones es más importante para la democracia en México?

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