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Coaliciones locales

Javier Aparicio

Javier Aparicio

Están en marcha los procesos electorales federal y locales rumbo al 2021. Las elecciones del año entrante serán peculiares por muy distintas razones. No sólo se trata de un proceso electoral de suyo complejo, dado el elevado número de cargos en juego —se disputarán más gubernaturas y ayuntamientos que en 2018—, sino que será la primera vez que veremos a un número indeterminado de legisladoras(es) federales buscando la reelección. A nivel local, será apenas la segunda ocasión en que haya reelección legislativa y municipal. Sobra decir que el contexto de una crisis pandémica prolongada sólo añade una mayor complejidad al proceso electoral en general.

La primera pieza del rompecabezas electoral la conocimos hace unas semanas, cuando tanto el INE como el Tribunal Electoral validaron la entrada de tres nuevos partidos políticos a las boletas electorales. Toda vez que ninguno de los partidos nuevos podrá entablar una coalición electoral formal con ninguno de los siete partidos nacionales que mantuvieron su registro en 2018, puede decirse que su función principal será contribuir a la fragmentación del voto, misma que, en general, tiende a favorecer al partido mayoritario.

La segunda pieza se está negociando en estos días: las coaliciones o alianzas electorales. Desde hace algunas semanas, tanto el partido en el gobierno como los principales partidos de oposición han comenzado a negociar coaliciones o alianzas electorales a nivel local o federal.

A pesar de su aparente mala fama en nuestro país, las coaliciones son parte natural de las democracias. De hecho, puede decirse que cualquier elección bajo regla de mayoría se gana mediante coaliciones: ya sea una coalición formal de partidos o ya sea una coalición de votantes que pueden decidir apoyar a una misma candidatura, así sea por razones distintas.

En un sistema multipartidista, una coalición de partidos puede llegar a conseguir una mayoría absoluta de votos, o bien facilitar una mayoría relativa. En una gran variedad de contextos, es natural que surjan, al menos, dos coaliciones: una en torno al partido en el poder y otra coalición opositora. En el contexto mexicano, la coalición oficialista suele acusar de “contra natura” a la coalición opositora, mientras que ésta suele llamar acusar de oportunista a la primera. Retórica aparte, la lógica es la misma en ambos casos: entablar una coalición es una estrategia dominante.

Las coaliciones no están libres de desventajas. Habrá quien prefiera no volver a apoyar a Morena al conocer de su nueva alianza con el Partido Verde—partido famoso por apoyar efímeramente a los partidos en el gobierno desde 2000 a la fecha—. Habrá quien prefiera no apoyar al PAN, PRI o PRD si entablan una coalición. Una coalición formal PRI-PAN, por ejemplo, podría validar el diagnóstico presidencial de que, en realidad, “siempre fueron lo mismo”. Muchos otros votantes, sin embargo, podrían considerar que es más importante apoyar al gobierno o a la oposición que exigir pruebas de pureza ideológica a sus respectivos candidatos.

En México también son frecuentes las coaliciones o arreglos informales entre partidos. Estos ocurren cuando algún candidato partidista declina en favor de otro en algún momento de la campaña. Otra variante es cuando algún candidato se mantiene en la contienda, pero sistemáticamente critica a alguno de los punteros. Una tercera variante sería que los partidos de oposición acordaran postular candidaturas testimoniales de manera estratégica para apoyar a otras candidaturas más competitivas. Por último, tanto las coaliciones oficialistas como opositoras pueden ser torpedeadas en los tribunales. El problema de cualquiera de estas variantes es que puede serle igualmente útil tanto al partido en el gobierno como al partido opositor.

Un problema adicional es que, como se estudia bien en ciencia política, las coaliciones tienden a ser inestables. Para que una coalición sea estable y duradera hace falta mucha negociación política. Pero ninguna coalición electoral o legislativa es para siempre. A seis meses de las elecciones de 2021, los partidos de oposición lucen débiles o pobremente coordinados. En la coyuntura nacional, si no se registran coaliciones opositoras electoralmente competitivas en algunas entidades clave –digamos donde PRI o PAN solían ser fuertes—podría ser una señal adicional de debilidad, o bien de que han decidido ceder la plaza al partido en el gobierno,

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